Muy apurados por destacar la victoria de Morena en elecciones de gobernador de Puebla y Baja California, estados en los que el PAN tenía asentados históricos e importantes bastiones, sus voceros y operadores eludieron varios datos que no son menores.
En primer lugar, los ínfimos niveles de participación ciudadana. En Puebla apenas y llegaron a 30 por ciento del padrón electoral de esa entidad, lo que de suyo le resta legitimidad a quien ocupará el cargo de gobernador, Luis Miguel Barbosa Huerta, aunque legalmente le alcance para instalarse en Casa Puebla.
Resulta sintomática la caída en la convocatoria electoral del pasado domingo. Reflejaría el hartazgo y el rechazo que entre la sociedad provocan la política y los políticos, del signo partidista que sean, así como la interminable confrontación social que se supone debería haber terminado desde julio del año pasado, una vez celebradas las elecciones presidenciales.
Pero al analizar los números brutos tras los conteos preliminares de votos, lo que también salta a la vista es que a pesar de toda la inclemente propaganda con que los gobiernos de la llamada “cuarta transformación” inundan los espacios públicos, y no obstante el derroche de dinero en forma de “apoyos sociales directos”, la votación para Morena no fue la que esperaban.
Comparando la votación obtenida hace un año en los mismos seis estados en los que hubo comicios este domingo, Morena habría perdido aproximadamente 65 por ciento de los sufragios recibidos en 2018.
De acuerdo con las cifras presentadas por el senador suplente de Morena Alejandro Rojas Díaz Durán –quien fue autoritariamente suspendido de sus derechos como militante por criticar a la dirigente nacional Yeidckol Polevnsky-, el partido lopezobradorista perdió casi tres millones de votos en esas entidades federativas en el lapso de un año, al pasar de cuatro millones 511 mil 536 en 2018 a un millón 567 mil 28 sufragios en 2019. Un desplome en términos globales que también refleja el estado de ánimo social y la percepción ciudadana sobre el desempeño del nuevo régimen.
Además, volviendo al caso del estado de Puebla, Morena ganó la gubernatura gracias a los votos que le aportaron sus aliados del Partido Verde y el PT. Sin ese porcentaje, la historia muy probablemente habría sido otra, como sí lo fue en Tamaulipas, Durango y Aguascalientes, en donde Morena no pintó.
Por supuesto, dirán –y no les faltará razón- que bajo las reglas electorales mexicanas gana el candidato que obtiene más sufragios directos de manera individual, y que analizar la votación general resulta ocioso, pues no es determinante para acceder a los cargos en disputa.
Sin embargo, negarse a ver esos números es colocarse una venda en los ojos para no aceptar que ni son invencibles, ni la aprobación popular es lo alta que presumen. Ni de cerca, habría unanimidad.
En el siglo IV antes de Cristo, el general griego y rey de Epiro, Pirro, obtuvo una épica victoria en una batalla contra los ejércitos romanos, pero en la que sus milicias perdieron tres mil 500 soldados. La historia recogió el episodio con una frase del militar: “otra victoria como ésta y estamos perdidos”.
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