Los malquerientes de Andrés Manuel López Obrador han tratado de combatirlo difundiendo la idea de que convertirá a México, si bien le va (a AMLO) en un país socialista, pero el caballito de batalla preferido ha sido que nos espera como destino ser otra Venezuela.
He podido comprobar muchas veces que la gran mayoría de la gente que repite esas afirmaciones que se riegan alegremente en Facebook y otras redes sociales lo único que sabe del socialismo es que no le gusta. No saben bien qué es, si todavía hay países socialistas, cómo le ha ido al socialismo en la historia. El imaginario colectivo activa la tecla roja cuando escucha socialismo e inmediatamente culpa de todos los males al Presidente.
El socialismo, en efecto, quedó muy mal parado, después de la experiencia de Europa del este y básicamente con el socialismo ruso. La derrota del socialismo afectó no sólo a los países socialistas, lesionó profundamente el concepto de socialismo, porque un experimento político basado en un sistema dictatorial echó por la borda ideologías ligadas a conceptos como igualitarismo, libertad, democracia o participación ciudadana. Probablemente a ese socialismo le faltaron a mares esos ingredientes para saber si servía o no. La caída de la URSS arrastró de forma todavía más negativa a los países donde el socialismo cayó como una carpa de circo, merced al intervencionismo soviético.
Probablemente tenga razón Eric Hobsbawm, en su Historia del Siglo XX, cuando afirma que quizá el logro más relevante de la Unión Soviética fue democratizar la pobreza. Los errores políticos han hecho del socialismo una mala palabra. Pero si se revisan algunas experiencias de partidos socialistas que han llegado al poder se podría incluso reemplazar el vocablo por otras ideas más aceptadas, no sólo como una confrontación de ideas sino de programas que han puesto en marcha gobiernos socialistas y que son, hoy por hoy, los retos más grandes que tiene el gobierno lopezobradorista.
Por ejemplo, brindar servicios médicos más eficientes y con acceso ligado a la realidad económica del país. Servicios educativos que en verdad hagan frente a las causas que mantienen la enorme brecha que existe entre México y los países más avanzados. Asimismo, es necesario evidenciar un combate real y concreto contra la corrupción y la inseguridad, al igual que restaurar la relación entre la sociedad civil y las fuerzas armadas.
En palabras mucho más sencillas, el ciudadano medio querría que su atención médica no fuese de segunda, a diferencia de la que gozan políticos, líderes sindicales y muchos funcionarios no sólo los de alto rango, sino incluso de nivel medio, ya sea por las diferencias abismales e injustificadas en los niveles salariales o simplemente por el favoritismo, el amiguismo o por la corrupción.
Que los miembros de los cuerpos policiacos o de las fuerzas armadas no colaboraran con la delincuencia y tampoco los políticos, pues el empoderamiento del crimen organizado no se entiende sin la complicidad de autoridades.
Que los estudios universitarios estuviesen destinados a los mejores y más estudiosos, no a “recomendados”, tampoco sólo a los que tuvieron la suerte de obtener uno de los pocos lugares disponibles aunque cuenten con buen rendimiento académico. Que la protección a las mujeres sea efectiva, que el “ni una muerta más” deje de ser sólo un lema, o que se modifiquen las leyes para que no haya una mujer más, agredida con la separación legal pero ilegítima de sus hijos.
En síntesis, no nos vendría mal una sociedad con una dosis mayor de igualdad. No basta con echarle la culpa al diablo de lo que le pasa a nuestro país. Sería un gran paso tratar de solucionar lo que los hombres de carne y hueso han hecho para colocar a nuestro país en el punto de crispación en el que se encuentra. También impedir que otros continúen ensanchando las diferencias que lastiman y humillan a los que menos tienen. No se trata de hacer un país socialista, se trata de intentar alcanzar una sociedad más decente.
Siendo realistas, esto estará constantemente frenado por quienes han visto afectados sus intereses, por quienes perdieron poder. La oposición dura y conservadora seguirá con el golpeteo antes de que lleguen los resultados, si es que de verdad se consiguen. No se trata de extender un cheque en blanco, se trata de regresar a ese sueño de ciudadanizar objetivos y acciones para lograrlos. Basta del “especialista” que asegura que vamos directo a la barranca tipo Venezuela, o que nos amenaza inexorablemente el “coco” socialista. En todo caso, bastaría con no repetir lo que no comprendemos y con convertirnos en ciudadanos más exigentes, informados y participativos. ¿Acaso eso es tan utópico como lo fue el socialismo?
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