El movimiento independentista promovido por Miguel Hidalgo no tenía como único fin independizar a la Nueva España; su ideario, junto con el de Morelos lo consideran algunos estudiosos como el preludio del constitucionalismo mexicano porque fueron delineando una idea de Patria o de Nación.
Desde entonces, Hidalgo apuntaba la importancia de erradicar la corrupción. No pudo hacerlo. México se independizó, pasó después por una Revolución y vino luego un largo proceso hacia la modernización, pero la corrupción no se fue, al contrario, se propagó como un virus imparable.
Muchas de las situaciones complejas que hoy vive el país se deben a la corrupción. Es un problema tan profundo que no es suficiente con que el gobierno federal plantee como una intención primordial su combate. Es muy importante, claro, porque es el reconocimiento de que en la esfera pública creció al cobijo de muchas autoridades que participaron activa o solapadamente para enriquecerse.
La erradicación de la corrupción no puede depender sólo de las acciones de las autoridades gubernamentales, tendría que ser una acción coordinada con la ciudadanía; con todos aquellos que la han padecido y con los que han abogado por la participación de la sociedad civil. Tendríamos que seguir un poco el modelo de invitación a la sociedad que ha manejado Estados Unidos en contra del terrorismo “si ves algo, di algo”. Claro, para que surtiera efecto, debería haber una respuesta de las autoridades, alguien en cada oficina que esté dispuesto a darle seguimiento a las denuncias ciudadanas.
Hace algunas semanas en la ciudad de Xalapa me ocurrió un incidente con un autobús urbano. Di vuelta en una pequeña glorieta e iba con dirección a la izquierda, de pronto sentí un golpe. Me pegó atrás del lado derecho. Se trataba de un golpe que cualquier lego, y con más razón un perito, hubiera determinado como responsabilidad del autobús. Al ver que el autobús se iba quise alcanzarlo por lo menos para ver su placa. Avancé y me coloqué delante de él. Se detuvo, me orillé porque era una avenida muy transitada de Xalapa y el autobús ya no intentó irse, también se estacionó.
El conductor, muy joven, bajó y me dijo ¿fue usted la que me golpeó, verdad? — Claro que no, le respondí, fue usted quien me pegó. —¿Entonces cómo le vamos a hacer? Me preguntó burlonamente. —Yo, con inocencia (él debe haber pensado que con idiotez) le digo, — pues no sé qué va a hacer usted, pero yo voy a llamar a mi seguro. Llegaron los dos ajustadores. El ajustador de la Sociedad Cooperativa Camioneros del Servicio Urbano de Xalapa no perdió tiempo, dijo “mi cliente no reconoce la responsabilidad, a nosotros no nos pasó casi nada, así que podemos irnos, si quieren llamen a Tránsito y los espero allá en esa oficina, tengo allí otro caso. Además, como se movieron del lugar del choque, pues Tránsito no va a intervenir, pero llámenlo”. Y se fue.
El ajustador llamó a la oficina de Tránsito. Le dijeron que enviarían una unidad. Esperamos. No ocurrió. Volvimos a llamar en siete ocasiones. Ahora él y yo. Primero decían que ya habían pasado el reporte, al final simplemente nos colgaban el teléfono. A mí y al ajustador. Esperamos tres horas y un representante de tránsito nunca llegó. Sólo preguntaron inicialmente si estábamos deteniendo el tránsito. Craso error: les dijimos la verdad. Como no estábamos alterando el ya muy complicado tránsito de la ciudad de Xalapa, menos caso nos hicieron.
Al final, tuve que optar por pagar el golpe que me dio el autobús y el joven conductor se fue con una sonrisa burlona.
Antes, una compañera de trabajo también recibió un golpe más severo en su auto, pero allí el conductor le dijo “hazle como quieras, llama a quien quieras, nosotros no pagamos”. Recordé su experiencia. Por lo menos el conductor que me pegó a mí sólo sonreía.
Se lo conté a todo aquel que quiso escucharlo y comencé a oír versiones casi iguales. Una persona me dijo que con él sí intervino Tránsito, pero no supo cómo, el dictamen fue que él, el particular, había sido el responsable. Impugnó, se peleó, acudió a otras autoridades, fue largo, pero al final reconocieron la responsabilidad de conductor del autobús. Una persona le dijo que era difícil pelear esos casos porque las autoridades de Tránsito reciben “atenciones” de las aseguradoras para que sus unidades no resulten responsables en esos incidentes.
No me consta, pero la forma en que no respondieron las autoridades de Tránsito me tientan a considerarlo. ¿Denunciar? Sí, pero sólo que haya alguien dispuesto a investigar. Si hay cochambre, que haya alguien con una fibra limpiadora lo suficientemente fuerte como para lavar la mugre que se ha acumulado por años.
De otro modo, mejor aléjese de los autobuses. Los ciudadanos seguiremos gritando y esperemos que nuestro grito no se lo lleven los ventarrones de la sordera corrupta. Si ves algo, di algo.
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