No hay mayor signo de involución de la humanidad que observar a los grupos que hacen apología del discurso de odio construyendo un mundo más violento. Este fenómeno que retrata hoy a México trota lo mismo desde un grupo de jóvenes, que de adultos mayores, desempleados o jubilados, que dedican su tiempo a criticar al mundo desde sus ventanas virtuales y a agredir a mujeres con violencias sexistas, aduciendo su libertad de expresión en redes sociales.
Pasan por alto que con ello heredan a madres, hijas o nietas y hermanas, un mundo que las amenazará en cada aliento. Por ello es de aplaudir que en medio de su dolor, el grupo de Rock Botellita de Jerez convoque a la cordura y a la reflexión al descartar que el #MeToo mexicano o el feminismo haya sido la causa del suicidio de su compañero Armando Vega Gil. Llaman a no caer en provocaciones y polarizaciones, a desterrar las violencias de género; a superar los machismos de hombres y mujeres; a favorecer la equidad de género y abonar a la construcción de una cultura de paz y buen trato.
En el mundo del ciberodio, además, vemos la renovada contribución del grupo de autoridades o funcionarios que impulsan la criminalización, el insulto y avanzan en su política de concentración del poder, con expresiones y manifestaciones que incitan al rencor, a la polarización y a la intolerancia, fundamentado en embustes y con expresiones y acciones difamatorias que llaman y multiplican abiertamente a la violencia.
Las víctimas de esta práctica que va más allá de la opresión machista, son todos y todas aquellas que estorban a sus fines: mujeres, periodistas, defensores de los derechos humanos; niños y niñas que quieren esfumar; los ancianos que reclaman su pensión luego de 4 meses de penar por subsistir sin fuerzas para obtener ingresos, confiados en la palabra de quien los llevó a las urnas; los trabajadores empleados de la alta burocracia a quienes soslayan su aporte a la nación acusándolos de corrupción, reitero, sin tocar a los verdaderos responsables. Porque son los sin voz, los vulnerables, los que creen que no tienen fuerza para reclamarles. Que ceguera.
La alabanza, defensa o justificación, generalmente encendida o vehemente, del discurso del odio se convierte en una ideología de la era del desencanto, que a diferencia de la modernidad donde todo era ordenado cierto, lineal, en equilibrio predecible, de relación causa efecto, la posmodernidad es un escenario contrario: caótico virtual, complejo, incierto, estocástico, azaroso, no predecible y sin causa y efecto, de 48 caracteres, que impiden llegar al conocimiento a la verdad, que siempre permanece abierta. Que con la ideología de generar violencia amplia la brecha entre ricos y pobres y la extensión de la marginalidad social.
Ideología que como los liberales concede primacía al valor práctico de las cosas sobre cualquier otro valor, sobre todo humanista. La base de la política liberal sigue siendo la conducta pragmática “Cualquier cosa a cualquier precio”, que adoptan en la cruzada discursiva de “acabar con la corrupción”. Hoy presente en la figura de los grandes simuladores que pretenden ponerle fin al “fin de la Historia” y establecer su propia ideología, la que perdona a la mafia del poder y sacrifica a los marginados. Una ideología del odio.
Para la mirada antropológica la ideología es un conjunto normativo de emociones, ideas y creencias colectivas compatibles entre sí. Las ideologías describen y postulan modos de actuar sobre la realidad colectiva, que hoy enfilan hacia la cultura del odio, de la muerte, de seguir en lo mismo pero con una narrativa populista de “pacificación”. Y todos se llenan de rencor que vuelcan en el ciber espacio. Ideología que saca lo peor, de propios y extraños.
El discurso del odio, que sostiene su ideología se ampara en la libertad de expresión, una libertad que no es absoluta y está limitada cuando colisiona con otros derechos como la igualdad, el derecho al honor o la dignidad de la persona, citan los especialistas.
Inauguran nuevas formas de hacer política, incitando al voto contra el orden establecido, a las instituciones constituidas. Ello explica la ausencia del poder del Estado en frenar el discurso del odio, que permea toda la sociedad tornándola violenta y evitando su pacificación. No hay obstáculo alguno para este tipo de discurso, puesto que raramente sus autores afrontan alguna consecuencia legal.
En su guerra a su oposición, los desplazan con discursos diarios de odio para señalar, descalificar, alienar, simular, mentir o manipular verdades. Los argumentos utilizados en las alabanzas del resentimiento utilizan prejuicios y estereotipos que por su simplicidad y repetición calan en la población con facilidad, sobre todo en un contexto de crisis económica y social. Un discurso que se vio impulsado por las nuevas tecnologías que permiten el anonimato e impunidad que las redes sociales permiten a sus autores.
Imperativo analizar este tipo de discurso de del encono, cerrazón y la exclusión desde la perspectiva de los derechos humanos y dotar a la sociedad de argumentos para contrarrestarlo, antes que la ideología del odio acabe con todos y todas. No olvidar que el poder autoritario siempre incluye un vector narcisista que legitima la aniquilación del otro. * Directora de BillieParkerNoticias.com