Una mediocre política exterior

La política exterior mexicana en tiempos de la “cuarta transformación” se ha convertido en un mazacote de incongruencias, desatinos, caprichos y malos cálculos, tan dañinos para la imagen del país como las peores pifias de administraciones pasadas.

En menos de cuatro meses en el poder, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha pasado de la defensa tácita de una vergonzosa dictadura como la venezolana, a la pasividad y el servilismo ante las agresiones de la demagogia –tan cercana a la suya- que encarna el presidente de los Estados Unidos Donald Trump, transitando en el ínter por un diferendo diplomático con España con tal de complacer las pretensiones “intelectuales” de la “no primera dama” Beatriz Gutiérrez Müller. Los dos últimos episodios, en una misma semana.

La beligerancia que provocó el desencuentro con España, innecesario, fuera de lugar y de agenda, contrasta con la actitud sumisa del gobierno mexicano ante su homólogo estadounidense, cuyo titular, el presidente Donald Trump, arremetió de nueva cuenta contra México la mañana de este jueves 28 de marzo, acusando desde su cuenta de Twitter que nada se ha hecho aquí para detener la migración de centroamericanos hacia los Estados Unidos.

La respuesta del gobierno mexicano fue tibia, timorata, temerosa: “México actuará responsablemente en el tema a partir de su propia visión, expresada en el Pacto de Marrakech para una migración ordenada y segura”, dijo el canciller Marcelo Ebrard –quien había sido borrado de la escena diplomática en las últimas semanas-; “respetamos la postura del presidente Trump y vamos a ayudar. No vamos a decir que es un problema de Estados Unidos o de otros países y que ya no nos corresponde (…) Es legítimo que estén inconformes y que hagan estos reclamos, pero nosotros tenemos esta concepción, si no distinta, sí con algunos matices”, subrayó el presidente López Obrador.

¿Y cuál es la estrategia del gobierno mexicano para “ayudar” a Trump? Pues ofrecer visas de trabajo humanitarias a los migrantes centroamericanos para que se queden a laborar en México en proyectos como el tren maya –que arrasará el entorno natural en zonas habitadas por indígenas, cuya opinión no fue tomada en cuenta por la “4T”, pero a los que sí quiere que España pida “perdón”-, lo que en los hechos hará las veces del “muro” que tanto desea el presidente norteamericano para detener la migración.

A la trastabillante posición del gobierno lopezobradorista frente al déspota del norte hay que agregar la inopinada reunión que el titular del Ejecutivo mexicano sostuvo hace unos días con el yerno del mismo Trump, Jared Kushner, en casa del vicepresidente de Televisa, Bernardo Gómez, y de la cual se tuvo noticia solamente porque el hecho se filtró a los medios. Si por el gobierno fuese, habría permanecido en secreto, estatus en el que aún se mantienen los temas que ahí se trataron, pero que no son difíciles de intuir.

La falta de consistencia, visión y valor de la política exterior que lleva a la práctica el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no es un asunto menor. Con esa actitud difícilmente México podrá hacer frente a las presiones del abusivo vecino norteamericano. Ahora mismo, el director del FBI, Christopher A. Wray, se encuentra en México entrevistándose con el gabinete de seguridad del Gobierno de la República. Seguro no es una visita de cortesía.

Asimismo, restarle valor a las relaciones internacionales al grado de supeditarlas a la agenda personal de la esposa del Presidente es tan peligroso como ilegítimo, y redundará en una paulatina pérdida de respeto para nuestro país en el concierto internacional, donde de por sí ya se ríen de la supina ignorancia de algunos de los funcionarios de la “cuarta”, como los del área energética.

México no se merecía esa mediocridad.

 

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