Veracruz vive un momento dramático en materia de seguridad; nunca antes habíamos tenido tanto miedo salir a la calle; no hace mucho tiempo presumíamos nuestro estado o nuestro municipio por su seguridad, alardeando de las altas horas de la noche en que podíamos caminar por la calle con total tranquilidad.
Es cierto que había también otra forma de diversión en la juventud, lo que podría asociarse de forma casual o directa a la enorme diferencia de la tranquilidad con que antes se vivía y que hoy lamentablemente no.
Tal vez eran tiempos en los que se pedía permiso para salir porque había un respeto a los acuerdos con los padres y violentarlos tenía fuertes consecuencias.
Dicen que hoy vivimos un mundo diferente, moderno, con pensamientos abiertos a todo, con libertades para todo, lo que no sólo incluye el ignorar el reloj y obviamente a los padres, sino también el consumo de sustancias de todo tipo como parte de una nueva forma de diversión.
La gente hoy defiende esa forma de vivir como un avance (hacia algún lado) y quienes opinan diferente son catalogados como retrógradas, ignorantes, atrasados, etc., sin detectar que la sociedad se ha venido deslizando de forma imperceptible de manera que no se nota lo mucho que ha cambiado.
El encanto de esa vida de libertades sepultó viejos valores que hoy ya no significan nada, como por ejemplo la ilusión de la primera noche de bodas, asunto que hoy a nadie le importa; parece ser irrelevante cuántos pasaron previamente por la cama de quien ahora representa al hombre o la mujer que es pilar de una familia.
Tal vez por eso es muy notoria la actitud permisiva de los padres ante una juventud desbordada que no conoce los límites ni les reconoce como figuras de autoridad.
Todos los días miles de jóvenes como búfalos salen sedientos de tomar libertades y acuden al arrollo (antro) a beber hasta saciarse, pero en el disfrute no se dan cuenta de unos ojos que apenas sobresalen del agua turbia, sucia, pantanosa y que sigilosamente se van acercando, hasta que súbitamente emergen con sus fauces abiertas y los sujetan por la cabeza sumergiéndola más y más en ese pantano hasta que desaparecen.
De inmediato la sociedad grita, reclama, exige justicia; llora su pérdida como si ésta fuera un hecho reciente, porque no quiere recordar cuánto tiempo atrás, de forma inconsciente lo fueron permitiendo.
Quieren que la autoridad castigue al culpable, sin suponer que éste está muy cerca. Su dolor es genuino y válido, pero el extravío colectivo evita que se piense en esa vieja forma de solución que resultaría de volver al punto en el que nos desviamos y como sociedad perdimos el rumbo.
Las instancias de gobierno no atinan a diseñar una estrategia que dé mínimos resultados y de pronto con sus abusos se vuelven parte del problema, como lo son también otros poderes que suponen que nuevas leyes ayudarán a resolver y sólo abonan al caos aprobando matrimonios igualitarios que terminan por aniquilar la frágil figura de la familia.
Pronto vendrán nuevas y modernas formas de seguir destruyendo sociedades, sin la mínima resistencia de nadie, porque los viejos conceptos de principios y valores habrán quedado sepultados en el olvido, después de haber sido lapidados por la inteligente crítica de los defensores de las libertades que hoy son veneno que mata y lastima familias.
Pero con el nuevo modelo de familias que se está construyendo, con hijos por adopción ante la imposibilidad de gestar los propios, su desaparición en esos pantanos serán pérdida mínima que ahorrará lágrimas.
Estamos a tiempo de frenar y revisar el rumbo para enmendarlo, o dejar que siga esa corriente de inteligente modernidad tragándose las familias sin que nadie haga nada. Porka Miseria.