Amanecía sobre el Océano Pacifico frente a las costas de Nayarit. Era un viernes 16 de junio de 1995. El mar estaba tranquilo y el Guarda Costas de la Marina de México flotaba suavemente. Sobre la cubierta viajábamos un centenar de pasajeros con destino a la Colonia Penal Federal Islas Marías, México, en una travesía de 12 horas; habiendo zarpado a las 18 horas del día anterior.
Conforme se iba haciendo la claridad busqué en el horizonte en dirección a la nariz del Guarda Costas, hasta que logré observar un pequeño montículo que se fue haciendo cada vez más claro y cada vez más grande hasta representar la figura de la Isla María Madre.
Es muy difícil en una primera impresión, acomodar en la misma caja de las emociones lo majestuoso del cielo y el mar que abrazan una isla que es un lugar de castigo para muchos seres humanos que cometieron algún delito.
El largo muelle fue ocupado por uniformados de la Marina Nacional que en una fila nos condujeron a un puesto médico donde nos revisaron y nos aplicaron vacunas.
Ahora parecía ser la isla quien se movía al ritmo de las olas, porque mi cabeza no dejaba de llevar ese ritmo cadencioso que me arrulló las horas anteriores.
Al dejar de ver sólo mar encontré un pequeño pueblo de casas casi iguales donde hay personas sentadas junto a sus puertas observando el paso de la gente. Todos caminan despacio; no hay prisa; el reloj tiene muy poco uso, pero si muy importante, pues 3 veces al día hay que pasar lista; fuera de ello todo se respira en calma y paz.
Me tocó vivir en el Campamento Balleto, que es como la capital de gobierno de la Isla y por lo tanto el más poblado, donde curiosamente hay una pequeña cárcel. El campamento tiene zona de casados y zona de solteros lo que se identifica por la construcción de sus casas: cuartos grandes donde viven 6 personas con literas o casas de 2 recámaras, estancia comedor y su cocina en un terreno de aprox. 200 mts2 lo que permite aprovechar el patio para criar gallinas o cerdos para auto consumo o para intercambiar por algún otro bien con los vecinos.
El status social se mide por sus posesiones: muchos tienen bicicleta y eso los distingue de los de a pié, pero, tener carretilla, es como tener un Porche, porque la exhiben estacionada afuera de sus casas.
Conocí muchos personajes del bajo mundo con quienes hice amistad por alguna relación con Veracruz; uno de ellos que fue traficante de armas a gran escala aquí lo apresaron y fue huésped de Pacho Viejo y de la Fortaleza de San Carlos en Perote, Ver., donde organizó un motín y recibió a la policía con un tanque de gas en la puerta.
Recorrí los 12 Campamentos de la Isla cargando mi guitarra. Abracé mucha gente. Escuché mil historias demasiado fuertes para poderse contar. Pero también injusticias que cambiaron la vida de muchas personas.
Le cargué la mano a mi cuerpo; pasé noches con dolor de espalda por la incomodidad; caminé muchos kilómetros bajo el sol, pero Dios llenó mi corazón con una experiencia única e irrepetible, porque pronto la Isla María Madre dejará de ser prisión.
Fueron muchos días de sentimientos a flor de piel. Lloré tantas veces; por cualquier cosa mis lágrimas brotaban con la misma facilidad que me reía.
Las Islas Marías dejaron de ser para mí sólo un lugar de castigo donde se enviaron a los peores delincuentes y lo más malo de la sociedad, para convertirse en un sitio donde la gracia y la misericordia de Dios se manifestaba de forma maravillosa a cada instante.
El recorrido de regreso en la cubierta del Guarda Costa fue breve a pesar de ser en las mismas 12 horas de trayecto, porque caí profundamente dormido, muy satisfecho de ese breve paso como visitante distinguido (así dice mi gafete) en la Colonia Penal Federal Islas Marías a donde Dios me llevó para enseñarme muchas cosas. Pero principalmente su amor. Así es mi Dios.