¡Pero qué chula es Puebla, qué chula!
Aunque, en esta ocasión, nuestro destino era más adelante: Chautla, a una antigua hacienda convertida en hotel que tiene un pasado que registra la historia. Tiene una especie de pequeño castillo al que se puede acceder sólo para subir a la terraza de la parte más alta, desde la cual, se contempla la extraordinaria belleza del lago, la majestuosidad del bosque y los prados meticulosamente podados. Esa imagen es como de cuento.
Fui con mi familia, por recomendación de mi amiga Irma Quintero y les aseguro que superó mis expectativas. Pasando Puebla, a escasos minutos se llega al municipio San Martín Texmelucan, más adelante se encuentra la ex hacienda que cuenta con una extensión de más de 6,000 mil hectáreas. En el camino, íbamos flanqueados por imponentes eucaliptos, hasta topar con la hacienda que despliega un sinfín de tonalidades verdes. Es el color que define este mágico lugar, sin embargo lo interrumpe el azul del lago y un color entre melón y durazno del Castillo, tipo inglés, comenzado a construir en el año 1898. Mágica imagen, de cuento, literal…
La historia de la Ex hacienda de Chautla ocupa una página importante en la historia de Puebla y de México. Desde su creación, en 1777, fue sitio de innumerables acontecimientos: despojos, litigios, recuperación, ventas y, a la vez, lugar de trabajo arduo y productivo; organización y bienestar para los trabajadores. En el centro de la historia está el inglés don Tomás Gillow -esposo de la viuda heredera de la hacienda- quien convierte la hacienda en un gran centro de producción e innovación. Posteriormente su hijo don Eulogio Gregorio y Zavala, Monseñor de Oaxaca, continuó con la obra de trabajo y progreso iniciada por su padre, al grado de que, en esta ex hacienda, en los primeros años del siglo XX, se creó la primera planta hidroeléctrica de latinoamérica. Después de varios dueños, la hacienda formó parte del gobierno de Puebla y hoy día, es un hotel muy concurrido.
A la entrada por los vetustos portones, el ambiente nos captura: los pasillos empedrados, muros gruesos, carretas antiguas, añejas baldosas y paredes tapizadas de bugambilias color fucsia; de pronto, irrumpe la escena un estanque de piedra con bellos y coloridos pececillos rojo-naranja que nadan entre pétalos y hojas y una que otra flor de loto. ¡Maravilloso! Aprovechamos lo temprano de la tarde para pasear por los anchos pasillos de los jardines y nos detenemos para apreciar el color de las hortensias, la vegetación tan cuidada; los aromas de las lavandas y los naranjos.
Nos maravillamos con la altura que alcanzan los cipreses, los “árboles de la salud” -o pino Moctezuma- y llegamos a unos muros escalonados cubiertos de hiedra y otros de monedita; tepejilote, helechos…En medio el lago, la quietud, la propia vegetación acuática. De pronto, unos graciosos patitos negros hacen su aparición y algunas ‘acrobacias’.
Por la noche, nos aprestamos para la Cena de Fin de Año, espléndida, enmedio del bosque. A la mañana siguiente, el plan era dar la vuelta en lancha, subir a la tirolesa, conocer el Castillo de Gillow, como yo lo bauticé. Subimos por una estrecha escalerilla donde sólo cabe una persona y disfrutamos la vista majestuosa desde las alturas. Sólo faltó subir a la tirolesa pues, a mediodía, comenzó a correr un imperceptible vientecillo que hizo ondular el agua de la laguna, impidiendo la aventura. Confieso que me frustré, pero eso da pie para volver a este lugar de cuento…
Y, para este año 2019, le deseo que sea usted lo más feliz que pueda, durante el mayor tiempo que sea posible y que aprendamos a ver las dificultades como retos…
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