El bienio que recién concluyó estuvo dominado por la obsesión del entonces gobernador Miguel Ángel Yunes Linares contra su antecesor Javier Duarte de Ochoa.
Creo que la buena imagen que le pudieron haber reportado algunos logros que tuvo su administración se perdió por el ruido mediático contra el último gobernador priista.
Duarte fue su obsesión como aspirante a la gubernatura, como precandidato y como candidato, y luego como gobernador electo y ya como gobernador constitucional; como exgobernador creo que todavía lo sueña.
Javier está vivito y coleando, ciertamente en prisión, pero vive como rey en su encierro, no han podido (o no han querido) hacer que reponga lo que malversó y está a meses (36 si es que va a salir dentro de tres años) de quedar en libertad.
Yunes en cambio perdió la gubernatura a través de su hijo y, creo que todavía peor, perdió el tiempo persiguiendo al gordo en lugar de procurar el mayor bienestar para los veracruzanos (y ganar votos, de paso), cuando para eso había autoridades competentes que podían enjuiciar y juzgar a Duarte.
Hoy pareciera que se repite la historia aunque con otros actores: Jorge Winckler Ortiz, Fiscal General del Estado, parece haberse convertido en la obsesión de la nueva administración morenista, en especial del Secretario de Gobierno, Eric Cisneros.
Con un gobierno cuyo partido avasalló y controla el Ejecutivo y el Legislativo federal y local, es una necesidad que existan los contrapesos. En cualquier democracia siempre es necesaria y esencial la división de poderes, así como el respeto a la autonomía de los órganos independientes, más allá de quién los encabece.
La pretensión es que Winckler deje el cargo señalado de no haber cumplido ni estar cumpliendo a cabalidad con su responsabilidad, en parte presuntamente por haber obedecido consignas del exgobernador Yunes, quien lo llevó a la titularidad de la Fiscalía.
Para ese propósito se han iniciado una serie de mecanismos a efecto de dotar de legalidad su salida, aparte de una serie de descalificativos en su contra, que lo que parecía o debió ser una disputa política ha derivado en un pleito personal que, creo, está entrampando a los nuevos huéspedes del Palacio de Gobierno.
Si se hace una revisión hemerográfica y en los archivos virtuales, se advertirá que diciembre, el primer mes de gobierno de la nueva administración, estuvo dominado por Winckler. Lo convirtieron en la estrella del momento cuando ese papel debió ser solo para Cuitláhuac García.
Para cualquier buen observador se puso de manifiesto que la disputa verbal-mediática exhibió en el nuevo gobierno la falta del más valioso de los recursos de todo buen político: el diálogo, que debió ejercer un buen negociador político, papel siempre desempeñado por el Secretario de Gobierno, cuyo caso no es ahora porque el actual mantiene abierta una confrontación con el fiscal al que se pretende que se vaya.
Si quieren quitarse una herencia yunista, me pregunto por qué entonces no optaron por una buena negociación, ofrecerle a Winckler una salida decorosa en lugar de entrar en una confrontación que mediáticamente ya desgasta la imagen de la joven administración y cuya disputa legal puede alargarse.
¿Por qué no lo intentan antes de que pase más tiempo, esto es, cuando todavía se está a tiempo de llegar a un mal arreglo en lugar de un buen pleito? Ya hemos visto cómo el presidente López Obrador ha aceptado públicamente que se han equivocado y ha procedido a corregir de inmediato, como fue el caso del presupuesto para las universidades públicas del país.
El mismo gobernador Cuitláhuac García corrigió a tiempo una falta política cuando llamó a dos diputados federales veracruzanos de oposición para aclarar una descortesía que cometieron con ellos en la primera visita que hizo al Estado el presidente López Obrador el 2 de diciembre. Uno de ellos incluso, Héctor Yunes Landa, del PRI, acudió invitado al Palacio de Gobierno para tomarse un café con el titular del Ejecutivo (véase “Prosa aprisa” del 5 de diciembre pasado “Se equivocaron y corrigió el error”).
¿Es que no ha habido alguien de su gobierno o incluso de su bancada en el Congreso local, el presidente de la Junta de Coordinación Política, Juan Javier Gómez Cazarín, o el de la Mesa Directiva de la Legislatura, Juan Manuel Pozos Castro, que se hayan ofrecido, porque sean capaces, para dialogar con Winckler a efecto de pavimentar el camino por el que se pueda ir?
Me llamó la atención un detalle del domingo pasado cuando el gobernador García acudió a la guardia para conmemorar la expedición de la Ley Agraria de 1915 en el puerto de Veracruz. Al responder a reporteros sobre grupos de autodefensa, públicamente coincidió con el alcalde panista Fernando Yunes Márquez de que en el municipio no existe, pero también respondió a otro cuestionamiento sobre feminicidios aludiendo a Winckler.
Cuitláhuac conminó al fiscal en forma respetuosa a que se ponga “las pilas”, a que se ponga a trabajar para resolver los casos como el ocurrido a orilla de la Laguna de Lagartos en la zona conurbada Veracruz-Boca del Río, pero no lo insultó.
Hay obsesiones que entrampan. Yunes Linares es el mejor ejemplo. ¿Por qué no se intenta el diálogo, la negociación, en el diferendo que hay ahora con el fiscal? Por el rumbo que han tomado las cosas, no se ve que el más idóneo para intentarlo sea el Secretario de Gobierno. ¿Quién?
En la naciente administración hay una persona joven, con oficio político fortalecido por su sólida preparación académica y su experiencia en diversas actividades y cargos que ha tenido, Salvador Patricio Millar, Director de Política Regional, que creo que podría ser la persona adecuada. Es de lo bueno que tiene el gobierno de Cuitláhuac, a cuya línea directa responde, y tal vez sería un buen interlocutor con Winckler para llegar al mejor arreglo y zanjar de una vez por todas una disputa que a ninguno de las partes conviene y cuyas consecuencias finalmente pagan los veracruzanos pues el fiscal no procura justicia por estar entretenido en ver cómo se defiende.
Pero diálogo, falta el diálogo. Es muy sabio el dicho de que hablando se entiende la gente.