Con el deseo sincero de que este 2019,
lo posible, sea realizable y
que en el cambio que despega,
hallemos la confianza, la solución y la certidumbre
para vivir y convivir,
con dignidad, seguridad y abundancia.
El nuevo año siempre es inicio de renovadas esperanzas; nos planteamos propósitos, repartimos buenos deseos y oramos porque lo pasado se supere; el presente se componga un poco y el futuro, nos vuelva sonreír.
Ya pasaron las fiestas, se cumplieron las tradiciones, empezamos de nuevo. Sin embargo, en este año que levanta, miles de familias en el país y en Veracruz, seguramente, la pasaron tristes y angustiadas porque se quedaron sin trabajo, porque fueron las y los proveedores, despedidos, porque no alcanzaron los aguinaldos ni los finiquitos – si los hubo -, y ahora la incertidumbre, las cuentas y los pagos, se acumulan. No saben qué harán, cómo le harán para salir adelante.
Siempre me he preguntado por qué quienes deciden, nunca han cambiado el calendario para tomas de posesión y asunción de nuevos mandatos en los gobiernos y legislaturas. Si acaso se pensara que cada tres o seis años, en plena Navidad y Año Nuevo, cuando llegan los nuevos equipos de las autoridades electas y representantes sociales, la costumbre del sistema que nos rige, es llegar a descabezar y despedir a la gente, por desconfianza, por revancha política y sin dar el beneficio de la duda, para dejar a miles sin empleo, amargándoles las fiestas. En fin.
Detalles técnicos del sistema político, aunque en la cuarta transformación, todo podría modificarse, empezando por esta enorme insensibilidad, injusticia, desprecio con las y los trabajadores del servicio público que, en la pirámide de jerarquías, de los mandos medios para abajo, nada de culpa tienen si unos ganan o pierden el poder.
En la experiencia personal, en los 30 años en el servicio público, bien recuerdo las negras Navidades y precarios Años nuevos, desempleada, estresada, temerosa y muy molesta porque alguien pudo y decidió “quedarse” con mi aguinaldo; porque alguien no pagó, lo que por derecho una se ha ganado con trabajo y optó por traicionar la lealtad, la confianza y la labor.
Tal como ha sido el caso del 2018. De nada sirvieron la intensidad y la efectiva labor, los esfuerzos y el capital político labrado, a pulso e ingenio, para otra persona y que consta en los medios, en las fotos y en los testimonios de lo realizado y logrado. Nada valieron.
El aguinaldo, el finiquito o por lo menos, una digna gratificación y un “gracias equipo, bien hecho” que valiera por el compromiso y lealtad con resultados demostrados que entregamos en la pasada encomienda, quienes trabajamos con creatividad y profesionalismo en un proyecto político personal, se esfumaron en evasivas, mensajeras titubeantes, en absurdos pretextos, en afirmaciones tergiversadas y en supuestos y falsos acuerdos que ridículamente se argumentaron al final. “No hubo contratos, no hay obligación”. ¿Y las órdenes dadas, los resultados sobresalientes y la lealtad de jugársela hasta el final, incluso con el salario mutilado, no cuentan? Primero mi gente, decían las los políticos “de antes”. Sin el equipo nadie es nada.
¡Qué decepción! Vileza pura. Las asesoras, los asesores, el personal de apoyo, los operativos, las y los aliados externos, nada pudimos cosechar de tanta siembra, muchas veces trabajando en la víspera, noches enteras, por ocurrencias y caprichos y, la mayor parte del tiempo, con todo panorama contra.
Sin duda, la madera de líder se calibra también en esta conducta antiética, que desinfla la estatura política y empequeñece a quien presume tenerla. En política, se cumple o se falla. Y la lealtad y gratitud son de ida y vuelta. Las máximas que poco se practican en los últimos tiempos, ya vimos y volvimos a padecer.
Mi abrazo solidario a mis compañeras y compañeros del equipo en la pasada LXIV Legislatura, en especial a Aurora, a Karina, a Giselle, a Yohan, a Berenice y a Guadalupe, a las y los jóvenes que se quedaron esperando una muestra de gratitud, de reconocimiento y aprecio a sus contribuciones hechas, muchas veces estrellándonos en las murallas de las grillas y pleitos ajenos y deambulando a tientas por la falta de línea de mando, de disciplina, orden, conocimientos y oficio. No chavos, no compas, así no es la política de nivel. Y cualquier reacción a posteriori es mera autojustificación y revire. Ahí queda el sello para las crónicas de experiencias funestas.
“Si alguna vez, hija, te toca ser cabeza, nunca toques el salario de la gente, menos de tu gente. El equipo necesita su sueldo, sus prestaciones, sus gratificaciones, por ley o por voluntad política de quien manda. Tienen sus familias, sus pagos, sus créditos, sus preocupaciones; luchan muy duro para ganarse un peso, se fajan contigo, te ayudan y te protegen. El dinero que la gente se ha ganado con su trabajo y su lealtad, es sagrado”. La sentencia-consejo de un político profesional, de los que ya casi no hay.
Recuerdo bien un cierre de sexenio, hace algunas décadas. Muchos años después me enteré del bono sexenal; de créditos para una casa que facilitó el entonces gobernante; de las gratificaciones de un jefe generoso que confió y dio a su secretaria particular, quien debía repartir por igual a todos a todas pero que no entregó. No, ni un peso por ley, nada, a quienes no tragaba. Una pequeña muestra de la corrupción de alguien que se sirvió con la cuchara grande.
Aquella mañana salí de la oficina, custodiada por las lágrimas y abrazos de mis compañeros de trabajo que me agradecieron el apoyo, las vivencias compartidas, el cariño sincero. De frente a Palacio Nacional, un frío diciembre, miré alrededor los colores de la temporada y aunque me sentía traicionada, preocupada y sin empleo, me confortaron las amistades y alianzas construidas a base de trabajo y toda la experiencia acumulada, en las batallas vencidas, en los tropiezos aleccionadores, en los desafíos superados; pero más, me fortaleció la paz interna de haber servido bien y de haber ayudado a las personas que se pudo beneficiar, sin enlodarse las alas de la convicción.
Ningún peso robado y negado, vale lo que uno, una, puede aportar para servir a la sociedad. Esta es la mística del servicio público que jamás hemos de perder ni de enturbiar en nuestra vocación y tareas.
El poder político es efímero y es temporal; así las prerrogativas, consentimientos y privilegios. A los puestos los hacemos con trabajo y eficacia, no nos hacen. No nos bautiza el nombre del cargo, nos compromete el deber. Pero el poder nos puede destruir por dentro; nos puede obnubilar si nos la creemos y un día amanecemos pensándonos invencibles, admirados, omnipotentes como dioses, elevados como superiores al resto.
¡Cuidado con el ladrillo! Escuché la advertencia, cuando tenía 27 años y la dinámica del mando me alababa y la enorme responsabilidad me avasallaba. Cuando dejó de sonar el teléfono, entendí que al final sólo queda la satisfacción de haber servido, de haber aprendido, de haber resuelto y haber ayudado, aunque no haya un peso para pagar las deudas ni la renta, se es rico, inmensamente rico.
Quien ostenta un cargo, pensando en el dinero público que ha de quitar, despojar o asaltar, no sirve, abusa, contamina, se ensoberbece, se condena al escarnio y a la traición perpetua.
Quien sirve con dedicación, efectividad y honor, tiene un mundo de deudas, carencias materiales, pero tiene vocación, se ha probado así mismo, se ha vencido así mismo; ha derrotado a las tentaciones del poder que marean, enloquecen, corrompen.
Quien sirve así, con convicción, como siempre lo afirmó mi padre, tiene Integridad.
Por eso, este año, ante los sinsabores del cierre de un ciclo laboral y ante la destreza y entusiasmo para recibir el nuevo ciclo de vida, de trabajo, de desafíos que vencer y metas que conquistar, rescato y refuerzo lo principal: el saber servir.
Saber servir, cumpliendo los compromisos asumidos; saber servir, con responsabilidad, honestidad y disposición; saber servir, con eficiencia y esfuerzos extras; saber servir para incidir en los cambios que se necesitan y también saber servir, señalando lo que puede mejorarse, lo que debe corregirse, lo que debe eliminarse y lo que debe innovarse.
Saber servir con capacidad reflexiva y crítica, que aporte en positivo, para lograr los propósitos, que les sirvan a las personas que confían en nosotros, que les sirvan a quienes más requieren de ayuda, gestión y soluciones.
Y esta es la hora, la de saber servir. La cuarta transformación prometida, empieza en lo más básico. El cambio verdadero se verá en la forma de gobernar, de legislar, de administrar, de atender, de escuchar y de resolver, con Integridad. En el nuevo servicio público y el nuevo oficio político que debe dar atención a la ciudadanía, con transparencia, con honorabilidad, con eficacia, sin distingos, sin desquites, sin exclusiones, sin injusticias.
Los nuevos gobiernos, los hombres y las mujeres que les dan vida y movimiento, hoy tienen la extraordinaria posibilidad de concretar sus promesas y visiones de Estado, deben innovar con una nueva forma de servir, porque eso mismo es lo que le urge a México y a Veracruz: servidoras y servidores públicos, que cada minuto de su jornada y en las horas y esfuerzos extras que siempre se requieren y que ningún sueldo paga, recuerden que están ahí, en sus trincheras de labores, sirviendo para mejorar, para dar atención y encauzar, para entregar resultados y para demostrar la honorabilidad que tiene esta tarea, tan desprestigiada en la percepción social.
Las y los mexicanos estamos hartos de ser engañados, saqueados, agraviados en nuestros derechos humanos, civiles, laborales. Estamos cansados de no creerle a nadie, de querer confiar y de volver a creer para ser decepcionados.
Y quienes hemos labrado, de cerca, con jefas y jefes, desde el servicio público, hemos podido constatar el saber servir o el saber servirse, sin importar el color ni el logotipo.
Nuestro sistema político requiere de una reingeniería desde los cimientos para desterrar las formas y las mañas, las actitudes y conductas, los vicios y las costumbres, las contradicciones y las simulaciones, en las que gobernantes y legisladores de todos los partidos, cuando llegan al poder, trastabillan o de plano caen, para reproducirlos, si no se percatan, si no corrigen e innovan y se dejan llevar por la marea seductora del mando.
El servicio que prestan al Estado, a la República debe modificarse, modernizarse, sanearse, reformarse, rescatando la ética política, los valores y principios que impone la vocación de servir a la letra y como lo reclama la sociedad.
Cierto es que esperamos mucho de lo comprometido, en esta nueva era. La ola de esperanzas es “tsunámica”, pero la esencia del cambio viene desde el origen, desde la base y radica en la nueva forma de servir que será la medida para demostrar que se trabaja con convicciones y no por conveniencias e intereses de grupo, como lo han hecho todas las élites políticas anteriores.
¿Qué detesta la ciudadanía? La mentira, la simulación, las deslealtades, las violaciones a las leyes, la corrupción, la impunidad, los cuates y las cuotas, el nepotismo, el despilfarro, la falsa modestia, el desempleo, la inseguridad, la pobreza, los discursos bonitos sin fundamento en la acción, los bajos salarios, las transas, el autoritarismo, la verticalidad, la solemnidad parroquial, la prepotencia, el vasallaje, la complicidad, la desatención, la sordera en la atención, la incompetencia, la ignorancia, las imposiciones, las ínfulas de superioridad, la no disponibilidad, la insensibilidad, la torpeza, la improvisación, la cobardía, la mediocridad, la discriminación, la disparidad, la ingratitud, el cinismo, la violencia, la incertidumbre, la exclusión, la arrogancia, las dilaciones, los pretextos, el abuso, la grilla que divide, las promesas que no se cumplen.
La sociedad, el pueblo que somos, queremos todo lo contrario a lo anterior. Queremos, demandamos Poderes públicos y órdenes de gobierno poblados de personas que sepan servir. Y quienes modestamente dedicamos la vida al servicio público, estoy segura, estamos dispuestas, enfocados a hacer valer y a demostrar nuestra vocación.
rebecaramosrella@gmail.com