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Remoción de cimientos; críticas, inquietud

by Arturo Reyes Isidoro

“Arturo, siempre escribes cosas interesantes sobre la política pero escuché un comentario que merece ser confirmado. Me dijeron que tal vez este año la llevaremos en paz, pero que así como viene la economía,  para el año 2020 habrá desabasto y ni teniendo dinero  podremos comprar víveres pues no habrá, qué sabes sobre eso”.

Una muy respetada maestra amiga mía me escribió el texto anterior. Me va a disculpar que mi respuesta sea un comentario en este espacio, porque por los comentarios que a diario escucho en mi andar por Xalapa (creo que debe ser lo mismo en todo el Estado) advierto muchas críticas a los nuevos gobiernos de Morena, federal y estatal, y también mucha inquietud por las decisiones que se están tomando en los primeros días.

Le diría que no, según mi punto de vista, que no habrá desabasto ni en el 20 ni en los siguientes años, o al menos en lo que resta del sexenio que está iniciando, que estamos muy lejos de llegar a ser otra Venezuela como se empeñan en hacer creer los detractores del presidente Andrés Manuel López Obrador, y que sí creo que la vamos a llevar en paz por cuanto hace al ambiente social, no así en el ambiente político, como ya lo estamos viendo y viviendo.

Todo tiene un por qué. Nunca antes, desde que se institucionalizó la Revolución, algún gobernante se había atrevido a remover los cimientos, la estructura, del régimen que nos gobernó y que incluyó a gobiernos priistas y panistas en la Presidencia. Hacerlo implicaría tocar intereses que se fueron creando para favorecer a una minoría política y económica en perjuicio de un gran sector de la población caracterizado por su pobreza o su extrema pobreza.

Un hombre surgido de ese mismo sistema, López Obrador (en Veracruz consecuente con él el gobernador Cuitláhuac García), dio el gran paso con la bandera reivindicatoria de primero los pobres y ha hecho que se paren de mano muchos que ven amenazados sus intereses, incluso sus privilegios, y una gran corriente de hombres pensantes (escritores, periodistas, articulistas, columnistas, analistas, economistas, académicos e investigadores) piensa que nos dirigimos al abismo por desafiar a los mercados internacionales.

Considero una reacción normal la de quienes temen perder sus privilegios, y comparto un tanto la inquietud de quienes piensan que no le puede ir bien al país si nos sustraemos a los dictados de los mercados, pues ya hemos visto la primeras reacciones con el alza del precio del dólar respecto de nuestra moneda, pero no creo que necesariamente el país quede destruido.

Hasta el gobierno anterior, en sus arranques los presidentes dispusieron un periodo de 100 o 120 días para intentar acciones emergentes (así dijeron) que dizque pondrían al país en el carril del camino correcto y que nos llevaría, por fin, a la grandeza esperada. Todo resultó un fracaso, salvo que los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres y en medio quedó una clase media oscilante al vaivén del éxito o del fracaso de las políticos del gobierno en turno, aunque creo que siempre con la tendencia a la baja, a la proletarización. Así venimos hasta que irrumpió la nueva clase gobernante que intenta hacerle justicia a los más desposeídos y que no tiene como prioridad a los que más tienen, a los ricos.

Hoy el país está dividido entre quienes tienen la esperanza de que el gobierno lopezobradorista por fin les haga justicia y quienes desean que fracase por haberlos tocado. Creo que así nos vamos a ir el resto del sexenio.

Los gobiernos priistas y panistas, uno tras otro, siempre hablaron de cambio, que sí lo hicieron pero como en El gatopardo de Lampedusa para que nada cambiara. Creo que los mexicanos fuimos tan tolerantes al grado de caer en una especie de conformismo, de que las cosas eran así y así tenían que seguir siendo. Me pregunto: si a tricolores y azules se les dio por muchos años la oportunidad de que cambiaran al país, de que cumplieran lo que ofrecían y siempre fallaron y defraudaron, ¿por qué no otorgarle al menos el beneficio de la duda al gobierno de López Obrador (y de Cuitláhuac) y darle una oportunidad de que haga sus cosas, quién quita y en una de esas resulta la gran sorpresa y sí cambia las cosas, de a deveras, para bien?

Queramos o no, nuestra suerte como ciudadanos está ligada a como le vaya al gobierno y yo no quiero que me vaya mal, ergo, no quiero que le vaya mal a los gobiernos morenistas.

Es indudable que, en el caso de Veracruz, que es el que tenemos cerca, el gobierno comienza con mucha inexperiencia y que a muchos cargos está llegando gente como pago a sus servicios en campaña pero que no conoce las áreas, como también que si no tiene cuidado terminará como el gobierno yunista despidiendo en forma injustificada a trabajadores que no llegaron con el panismo y que tienen muchos años en el servicio público, lo que sería no solo lamentable sino reprobable. Es de desearse que el gobernador esté atento y corrija toda injusticia.

Ayer el titular del Ejecutivo estatal envió una iniciativa de Ley de Austeridad que, entre otras cosas, plantea restringir el gasto en propaganda oficial, disminuyendo al mínimo posible la contratación de tiempos comerciales y concentrando en una sola dependencia su difusión. Hasta donde tengo entendido, se refiere más bien a la publicidad (creo que se equivocaron en el uso de los conceptos) del gobierno, que, hasta donde he escuchado, por la escasez de recursos se otorgará solo a unos cuantos medios, “muy contados, pero muy poquito”, si acaso una vez a la semana, lo que le va a acarrear muchas y muy severas críticas a la administración porque muchos esperaban paquetes publicitarios con montos considerables. Sé que no los habrá.

Las críticas tal vez abonen a aumentar el estado de inquietud entre mucha parte de la población, pero volviendo al tema inicial, no creo que México (ni Veracruz) se derrumbe.

Concluyo apelando a un artículo harto interesante que Jorge Zepeda Patterson publicó el miércoles en el diario El País de España Edición de América con el título: ¿Sabe el presidente lo que está haciendo?

El periodista y escritor tapatío inicia diciendo que los mexicanos han convertido los primeros días del Gobierno de López Obrador (LO) en obsesivo tema de ocupación, con una interminable polémica: ¿sabe el presidente lo que está haciendo?

Afirma que la pregunta tiene muchas respuestas, que LO tiene una idea clara de adonde quiere llegar pero que apenas está descubriendo los límites y peculiaridades del vehículo en el que viajará, “por no hablar de las incidencias que le esperan en el accidentado camino”.

Dice que para juzgar los límites y capacidades de López Obrador hay que remontarnos a su experiencia como jefe de Gobierno de la Ciudad de México en 2000-2006. “Allí se encuentra la clave”.

Recuerda que lo que allí mostró no es el perfil “rústico y ramplón” que le han adosado los que se oponen a sus cambios. “Fue un alcalde dinámico y en ocasiones temerario, pero con un profundo conocimiento de la correlación de fuerzas y ejerció un razonable balance entre lo deseable y lo posible. Sus políticas sociales y la obra pública de su gobierno han sido el referente para las administraciones capitalinas posteriores”.

Advierte que a ratos le gana su ímpetu de candidato opositor en campaña, pero a su juicio terminará ganando su deseo de convertirse en estadista (lo consiga o no); que en las primeras semanas han abundado los exabruptos y las cartas a Santa Claus, pero una y otra vez ha matizado ante la reacción inesperada o los efectos secundarios no deseados.

“Critica con severidad la resistencia de los jueces, pero afirma que respetará lo que decidan los tribunales; cuestiona la intolerancia de los mercados financieros y al mismo tiempo su equipo opera todas las estrategias de apaciguamiento posibles; desafía los privilegios de una parte del empresariado y propone una luna de miel con otros dueños del dinero. En fin, su retórica es a ratos incendiaria, pero gobierna con un equipo de funcionarios moderados en las posiciones clave (Marcelo Ebrard, Olga Sánchez Cordero, Esteban Moctezuma, Alfonso Romo, Carlos Urzúa)”.

Describe un simil interesante: “Las semanas inaugurales del Gobierno de López Obrador son como el primer recorrido de un conductor en un coche rentado o ajeno: muchos acelerones y frenazos y más de un sofocón del motor. Pero eso no significa que el auto vaya a caer al abismo en la primera curva, como profetizan sus detractores”.

No cree que López Obrador consiga para México la prometida Cuarta Transformación, porque es un país complejo con un intrincado tejido de intereses creados y poderes fácticos. “Pero tampoco derivará en la pesadilla chavista que anuncian los malos agoreros y no lo hará justo por las mismas razones, pero también por el talante republicano del presidente”.

Afirma que lo que sí veremos es un ejercicio pendular del Gobierno a favor de reivindicaciones populares que habían sido marginadas en los últimos 30 años. “Los jueces probablemente mantengan sus privilegios pero intentarán limitar el nepotismo y los abusos ahora que han sido puestos en vitrina, por ejemplo; la corrupción en las altas esferas no será erradicada, pero acotará el ambiente depredador en que se había convertido el servicio público”.

Concluye Zepeda Patterson: “Probablemente Andrés Manuel concluya su Gobierno con la frase con que la que Juan Manuel Santos terminó en Colombia: no pude cambiarlo, era un país demasiado dividido. Pero habremos de agradecer cualquier avance en la dirección correcta en el combate a la pobreza y la corrupción. La trayectoria será anecdótica pero menos mortalmente accidentada de lo que se vaticina”.

Yo pienso como él. Y a mi amiga le expreso mi creencia de que no habrá desabasto, como escuchó. A través de este espacio le envío mi abrazo.

 

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