Las expectativas que generan las transiciones políticas en algunos países, a veces son ilusorias. Si bien es cierto el término de transición política hace referencia: “a un proceso de cambio mediante el cual un régimen preexistente, político y/o económico, es reemplazado por otro, ello conlleva la sustitución de los valores, normas, reglas de juego e instituciones asociadas a éste por otros(as) diferentes” (Santamaría, 1982),[1]la realidad es que dichos cambios en algunas ocasiones, si no se institucionalizan o no convencen en el ejercicio del gobierno son saltos al vacío , hacia el retroceso y por ende encaminados al desgaste público o al derrocamiento.
Dahl (1961)[2], define a las transiciones políticas, como: “un proceso de radical transformación de las reglas y de los mecanismos de la participación y de la competencia política, ya sea desde un régimen democrático hacia el autoritarismo, o desde éste hacia la democracia”.
Desde este punto de vista, las transiciones pueden ser positivas o negativas dependiendo del tipo de gobierno entrante y el gobernante que las encabece, y ello depende de la actuación coherente (o no), respetuosa (o no) frente a los ciudadanos y en los resultados (eficientes o no) reflejados en el mejoramiento y desarrollo de un pueblo.
El propio autor, utiliza el concepto en el sentido estricto en torno al análisis del paso de un régimen autoritario hacia uno poliárquico. Y lo relaciona con la transición porque normalmente los partidos que ganan con amplia mayoría, sustentan su triunfo en la participación de una infinidad de grupos disímbolos en expectativas e intereses, de ahí que surjan los gobiernos poliárquicos.
La poliarquía[3], hace referencia: “al gobierno de muchos, donde la genuina unidad es un ideal imposible. El gobierno de muchos, se desarrolla por medio de múltiples élites que representan a diferentes grupos y niveles económicos dentro de la comunidad política”. Estas élites poseen diferencias claras entre ellas-en valores, cultura, e intereses–, y se sienten con el derecho de participar en la toma de decisiones.
Y esta reflexión viene al caso, porque de esta manera se dio la transición política de nuestro país ya consumada este 1º de diciembre, en donde un gobierno legitimado por el voto mayoritario ha generado altas expectativas en un pueblo, ávido de mejoramiento. Pero tras el triunfo están las múltiples fuerzas que contribuyeron al mismo, lo que puede derivar en dos escenarios: 1) caer en el gobierno de muchos (poliarquía) en donde todos participen y sean tomados en cuenta en las decisiones, pugnando por la institucionalización como la plantea la democracia delegativa [4]o 2) que esa diversificación de intereses de todos los grupos en el poder, genere competencia y no colaboración.
En el segundo caso, los riesgos son altos, pero se pueden resolver a través de la institucionalización de los esfuerzos. Pero el problema es que algunos gobiernos optan mejor por la centralización del poder como una forma de mantener el control, elevando ello la posibilidad de pasar de un régimen aparentemente poliárquico o a uno centralista-autoritario.
Luego entonces, un gobierno poliárquico, puede ser factible y positivo si las elites que rodean al gobernante comulgan enteramente o tienen afinidad de intereses en un proyecto común en beneficio para un país, estado o comunidad, lo que facilitaría los acuerdos para lograr objetivos conjuntos, pero eso implicaría la existencia de un gobernante, liberal, tolerante y conciliador. Pero cuando un gobernante no es precisamente, tolerante, liberal y menos conciliador, la actuación entonces del ejecutivo será, para mantener un régimen–además de autoritario– totalizador. El gobierno totalizador buscará siempre controlar a la sociedad a través del aparato del estado y el gobierno autoritario lo ejercerá a través de la concentración del poder en un solo hombre.
De acuerdo a lo anterior, las transiciones entonces no siempre se circunscriben a transformaciones políticas, sino que también afectan otros ámbitos: económicos, institucionales, sociales y de organización del Estado (Offe: 1992), por lo tanto en el caso México, la intención del nuevo gobierno deberá centrarse en convencer ahora en los hechos, porque de lo contrario, el desaliento y la desconfianza llevaría, en el mejor de los casos a la búsqueda de una nueva transición. Y ese será su reto.
La historia de los pueblos y las naciones nos han dado muchas lecciones. Hemos visto como naciones como Alemania, Austria, Italia, España y algunos países de América Latina, que disfrutaron de regímenes semidemocráticos, fueron desplazados para dar entrada a transiciones radicales, que con el tiempo se convirtieron en regímenes antidemocráticos o autoritarios que los llevaron a la ruina y al atraso y por ende a su derrocamiento.
Por eso es importante que el nuevo gobierno de transición, abra los ojos. Nuestro país no es cualquier cosa. No es un Venezuela, país que tiene una superficie de 916 mil 445 kms y 32 millones de habitantes, ni un Cuba cuya superficie es de 109 mil 884 kms. y posee 11. 5 millones de habitantes aproximadamente. México posee un territorio de 1, millón 973 kms y su población es de 124 millones de personas de las cuales votan hoy 87 millones. Luego entonces, para mantener convencidos a quienes votan mayoritariamente por una opción, se requiere de un trabajo serio y de gran profesionalismo para que los resultados permitan conservarse en el ánimo de sus simpatizantes.
Hoy vemos cómo el partido en el poder, presume constantemente los 30 millones de votos con los que triunfara, haciendo creer que es la más alta en la historia. Lo cual no es así. Porque si hiciéramos un análisis de la votación presidencial de este año 2018 encontraremos que, si bien es cierto es la más amplia desde hace 30 años, no supera a la de Miguel de la Madrid en 1982 en la que de acuerdo a la lista nominal del momento, se obtuvieron 4 veces más votos que quien quedó en el segundo lugar.
Ni tampoco supera el porcentaje de participación de electores de la Presidencial de 1994, de Ernesto Zedillo, considerando que en el momento había una lista nominal de 49 millones de electores, de los cuales votaron en aquel año 35 millones de mexicanos (77% del listado nominal que era de 38 millones y la abstención se redujo al 22.84 %). Por lo tanto, la elección de 2018, toma sus resultados en base a los 87 millones de la lista nominal actual, respecto a la de 1994 que contaba 38 millones. Es decir en 24 años dicho listado se incrementó más de un 100%. Lo que si es cierto es que desde 1982, no se tenía un resultado en que un candidato a la Presidencia tuviera el porcentaje de distancia con el segundo lugar como el que se tuvo en la pasada.
Y ¿a qué quiero llegar? A que debemos entender que los resultados de una elección no son definitivos. Éstos pueden disminuir o aumentar de acuerdo a lo que se perciba en la actuación de un gobierno, como también, en el trabajo que desarrollen las fuerzas políticas contrarias al mismo. Lo que obliga a todos los partidos políticos y aspirantes independientes, a hacer lo propio para perfeccionarse, trabajando y dando resultados positivos a favor de la sociedad para rescatar confianza y con ello fortalecer el prestigio de la política, y de esta manera las instituciones políticas y de gobierno, cumplan con la misión para la que fueron creadas. Gracias y hasta la próxima.
[1] Santamaría, Julián., (1982) Transición a la democracia en el sur de Europa y en América Latina, Madrid, CIS
[2] Dahl, R ., (1989)” La poliarquía: participación y oposición”, Tecnos, Madrid.
[3] Ibid.
[4] O Donnell Guillermo, (1991) Democracia delegativa, http://www.liderazgos-sxxi.com.ar/bibliografia/Democracia-delegativa_.pdf