El resultado de las elecciones internas del PAN del pasado domingo solo vino a oficializar lo que se veía venir: la fractura definitiva de este partido y la entronización del mismo grupo que, a la manera del PRI, se ha vuelto hegemónico y margina a las corrientes que no le son afines.
La victoria de Marko Cortés en la disputa por la dirigencia nacional significa la continuidad del mismo grupo que comanda Ricardo Anaya Cortés y que es el responsable de la peor votación nacional del PAN de los últimos 25 años.
La pregunta: ¿cómo es posible que a pesar de lo anterior hayan ganado con tan amplio margen como el que tuvieron? La respuesta es clara: porque mantienen secuestrada la estructura que organiza los procesos internos así como el padrón de militantes, mismo que a decir de los propios panistas, es manipulado desde hace varios años para que las nuevas afiliaciones sean a modo y conveniencia de ese mismo grupo, con lo cual se asegura ganar siempre las elecciones hacia dentro de ese partido.
Como era de esperarse, este resultado terminó de dividir a Acción Nacional, a pesar del pequeño coro que jura que su proceso fue democrático. El ex presidente Felipe Calderón Hinojosa –quien en su momento también mangoneó al PAN a su antojo- anunció su largamente pospuesta renuncia al partido que fundó su padre para enfocar sus baterías en la creación de uno nuevo junto con su esposa Margarita Zavala, emulando –irónicamente- a Andrés Manuel López Obrador, que cuando no encontró en el PRD el espacio para dirigir las decisiones internas en su favor, se fue y creó uno nuevo, con el cual llegará a la Presidencia de la República el 1 de diciembre.
Solo que se antoja improbable, por no decir imposible, que a los Calderón Zavala les vaya a ir tan bien como a López Obrador. Por el contrario, la fragmentación de las opciones de centro-derecha reduce sus posibilidades de ser ya no solamente competitivas en los procesos electorales de los años por venir, sino siquiera relevantes en la discusión pública nacional, corriendo más bien el riesgo de volverse completamente marginales al ser incapaces de hacer un verdadero contrapeso hacia quienes ejercerán el poder prácticamente sin una oposición articulada enfrente.
Mismo caso de Veracruz. A pesar del fracaso en las pasadas elecciones de gobernador y legislativas, en el PAN se reeligió como dirigente estatal José de Jesús Mancha Alarcón, en medio de acusaciones por el uso de recursos y programas sociales públicos –cortesía del gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares- para coaccionar el voto de los panistas en su favor, además que el “líder” carga en su “currículum” con el antecedente de haber obtenido, mediante tráfico de influencias, contratos de obra pública estatal para empresas en las que sus familiares directos aparecen como propietarios.
Lo que no han terminado de entender en los partidos ahora de oposición es que no pueden aspirar a recuperar la confianza de la ciudadanía que los repudió contundentemente el pasado 1 de julio haciendo exactamente lo mismo, a través de los mismos que los llevaron a la debacle.
Ahí la llevan.
Por la puerta de atrás
Con el pretexto de que tiene un gran “cúmulo de obras que aún están pendientes de inaugurar en el curso de este mes”, el todavía gobernador Miguel Ángel Yunes Linares dio a conocer que no acudirá ante el Congreso del Estado este 15 de noviembre a presentar su último informe de gobierno. Solo lo mandará por escrito, para cumplir con lo que la ley le exige.
En un escueto comunicado, se anuncia que “se cambió la fecha del evento relativo a su Segundo Informe de Gobierno” y que éste se llevará a cabo “al término del ciclo de su gobierno, en los últimos días de noviembre”.
Por la puerta de atrás se va quien prometió el cambio para Veracruz.
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