El pasado martes se conmemoró en nuestro país el Día del Abuelo, mismo que aunque no ha alcanzado la popularidad debida, se celebra desde hace años. Su origen es muy incierto, ya que en España y varios países latinoamericanos se celebra en el día de San Joaquín y Santa Ana, padres de María y abuelos de Jesús, pero en México se dice que fue el presidente Abelardo Rodríguez (1932-1934) quien instituyó el festejo y luego ratificado por el presidente Lázaro Cárdenas. Otras versiones hablan de que durante el primer congreso de gerontología celebrado en México, el médico colombiano Guillermo Marroquín Sánchez propuso el 28 de agosto para homenajear a los abuelos y adultos mayores; y otra versión refriere que la fecha fue propuesta en la década de los 80s en un programa de radio de Chihuahua, llamado La Hora Azul que era del gusto de las personas mayores. Sea cualquiera de las versiones mencionadas, lo cierto es que el martes de conmemoró a los abuelos que en esta época bien merecen el reconocimiento toda vez que miles de familias en las que ambos padres trabajan, son los abuelos los encargados de cuidar y educar a los nietos.
Muchas veces escuché a los abuelos en mi consulta pediátrica, decir que a los nietos se les quiere más que a los hijos, si bien nunca lo entendí hasta que la vida me dio la gracia de convertirme en abuelo y comprendí que no es que se les quiera más, sino que se les quiere de manera diferente, pues aunque nos toque cuidarlos y participar en la educación, es un amor distinto, viendo en los nietos el final de nuestra obra paterna y materna con los hijos y un nuevo rol con esos bebes que se convierten en la continuidad de nuestro linaje y entonces dejando atrás un poco de esa disciplina directriz de la educación de los hijos, nos volvemos un tanto más consentidores, cariñosos y tolerantes, cómplices de travesuras y volvemos a disfrutar de una golosina, de leer un cuento mientras los ojos de nuestro nieto o nieta se van cerrando poco a poco para continuar la fantasía durante el sueño. Volvemos a correr tras de la bicicleta, a saltar en el brincolín, a empujar el columpio y el sube y baja, a reír con un chiste blanco, a retomar energía para aguantarles el ritmo mientras la abuela le prepara los platillos que más le gustan. Disfrutar ser testigo como aquel bebé, sangre de nuestra sangre, va creciendo aceleradamente heredando costumbres, gustos y gestos propios de la familia, aplaudiendo sus logros y metas cumplidas, ayudándolo a levantarse cuando cae, consolándolo en sus pequeños fracasos y amarlo inmensamente mientras la vida nos lo permita. Ser abuelo es un regalo que la vida nos da para inyectarnos nueva energía cuando empiezan a pesar los años y es una experiencia que hay que se debe apreciar cuando se tiene la oportunidad y de paso recordar a nuestros abuelos y agradecerles todo lo que nos enseñaron y nos dieron en nuestra niñez, yo al menos recordar con amor a Lupe y Gil que colaboraron para tener una infancia feliz, a la abuela Joaquina y dar gracias a la vida por poder disfrutar y amar a mi cachorrita.