–Lo conocía por años, era amigo de la familia…Estoy todavía en shock, no sé si denunciarlo, –dijo la azorada joven al romper el silencio.
–¡Es inconcebible, estoy indignada, he llorado mucho! No puedo pensar que se haya atrevido hacerme esto, –narra la novel política, que siendo pro derechos de las mujeres, no acepta que la sorpresa del abuso sexual la hubiese paralizado y restado capacidad de reacción.
–Se atrevió hacerlo en una reunión, donde los priistas como siempre nos sentamos codo a codo, -y describe la escena.
–Estaba llena la pequeña sala de juntas. El hombre a quien siempre traté con respeto y de usted, estaba sentado a mi lado. Al iniciar la reunión sólo giré la silla un momento y… –digiere el recuerdo en la garganta, muerde el valor y asimila.
–Y sentí su mano abusiva sobre mi cuerpo. ¡Me quedé helada! No sabía si golpearlo enfrente de todos, denunciarlo o gritar!!! –exclama y su rostro enrojece.
–Me vi acorralada, la prensa grababa y yo solo quería descifrar si fue un accidente o un abuso. Cuando ya mi cara no podía ocultar mi frustración y coraje, -este sujeto cínicamente lo aclaró… ¡Era acoso!, –dijo al apretar los puños.
La mayoría ingresa a un instituto político desconociendo que existen personas adiestradas para ejercer la postura dominante mediante perturbadas formas. El abuso sexual y el acoso psicológico son parte de las convenciones de control sobre la fuerza de trabajo de hombres y mujeres en la política. La construcción histórica y social del patriarcado muestra la opresión de las mujeres en forma individual y colectiva para apropiarse de su fuerza productiva y reproductiva, sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia. La calumnia, la descalificación, aislamiento, golpes mediáticos, acoso o abuso sexual y la imposición, son herramientas básicas del acosador, quien se encarga de cerrarle las puertas de los órganos de dirección, a quien desobedezca o denuncie.
Se niega que en el cuerpo social de los partidos y otros entes públicos, como práctica institucional, se ejercen situaciones de acoso orgánico sobre las personas, para dominar a quien destaque, por sus características intelectuales, de experiencia o de eficacia en la actividad que desempeñan, y las más, por cuestiones de género, la más propagada en la actividad política partidaria. El agresor moral casi siempre tiene posición jerárquica superior o de influencia en la estructura partidista. Ese líder se convierte en un psicópata organizacional que se rodea de personas poco capacitadas a las que obliga a ejercer esos procedimientos de acoso sobre quien él señale.
Al acoso político se suman algunas mujeres y se enfrenta desde que se ingresa. Para las “nuevas” no hay apoyo ni de las mismas mujeres, menos de los hombres. Por un lado tradicionalmente está el Club de Tobi, dueño y señor de las decisiones, y del otro lado, el de la pequeña Lúlú, que sólo secunda a cambio de algún cargo o favor. Es una especie de cofradía de complicidades, donde quienes han tenido que contaminarse en esa aberrante atmósfera se mantienen unidas para vigilarse mutuamente, no para avanzar y desterrar la indignante dinámica sistémica. Son usadas y las usan y aprenden a usar. A las mujeres que entran con la convicción de lucha por un cambio social, las someten con peores estrategias.
El problema es que se tolera al acoso como forma de ascenso, indignante pero vigente. Se explica por la existencia de mujeres que llegan a cargos de poder, para defender y fortalecer el sistema patriarcal. Atawallpa Oviedo las define como “mujer patriarcal”, con “esa forma de pensamiento de la civilización que nos ha conducido a la crisis global”. La presencia abierta y manifiesta de “mujeres patriarcales” en el ejercicio del poder patriarcal, ha hecho que se desvíe o deforme la lucha por la igualdad, sentencia el investigador.
Cómo cita Casilda Rodrigáñez “La civilización patriarcal no se define por el dominio de los hombres sobre las mujeres, sino por el tipo de ser humano, masculino y femenino, que hace posible tal dominación”. No hay asomo de sororidad en los partidos políticos, ni de querer parar esa dinámica. Las jóvenes son sometidas al mobbing, convertido en una escalera para “trepar”. Intolerable paradigma patriarcal para promover una competencia feroz entre las mujeres, que lo recirculan una y otra vez.
Periodistas han exhibido a esos grupos que contratan jovencitas –y últimamente jovencitos- para “persuadir” al amigo, adversario o cliente potencial. El caso más sonado de la trata de mujeres en los partidos fue el del priista Cuauhtémoc Gutiérrez en Cdmx -y lo exoneraron-, pero también hay mujeres a la cabeza de estos núcleos. Se sabe que existen miles dedicados a esa deleznable práctica. Epigmenio Ibarra de Argos lo documenta en INFAMES, telenovela con temas políticos referentes a la Corrupción, Narcotráfico y Proxenetismo.
Hasta que las víctimas no pongan un alto al acoso, el negocio del “intercambio de favores” o, trata de personas disfrazada en la política, no se detendrán.
Ese proceso de mobbing político, de violencia psicológica sobre la militancia, carcomen la moral de los partidos políticos. Para sanear el sistema de partidos, si es que aún es rescatable, más allá de los discursos de renovación y retórica primitiva, urge erradicar tales esclavitudes políticas o proxenetismo disfrazado. Por lo menos las mujeres debieran reconocerlo e irrumpir con un #MeToo #AMíTambien de la Política. Dejar de pensar que la oportunidad de los priistas está en convencer a la gente que ahora si representarán sus intereses, porque se trata de limpiarse ética y moralmente para llegar a un modelo político –social, justo y verdaderamente igualitario.