“El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” sentenció Lord Acton. Apotegma escrito por el historiador y político liberal inglés del siglo XIX, al criticar el poder eclesiástico.
“No puedo aceptar su regla de que el papa y el rey, a diferencia de las demás personas, merezcan el supuesto favorable de que no pudieron hacer algo malo. Frente a cualquier autoridad, hay que suponer lo contrario, y más aún cuanto más poder tenga. La falta de responsabilidad legal debe suplirse con la responsabilidad histórica. El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Las grandes figuras son casi siempre malas personas, incluso las que no tienen autoridad sino influencia, especialmente si considera usted la tendencia corruptora del poder y su efecto de hecho”, cuestionó.
El aforismo de Lord Acton viene a cuento luego de la “cargada” emanada de la guerra de encuestas y la aparente inmovilidad de sus adversarios electorales en esta sucesión presidencial. Por lo menos no reaccionan con efectividad públicamente, habrá que ver si en sus jaloneos cupulares logran remontar las cifras en los días que faltan.
Como se exhibió en el último de los “debates” del INE, el interés del puntero Andrés Manuel López Obrador, es la de obtener el poder absoluto: presidencia, congresos, gubernaturas, todos los cargos de elección popular para obtener su “nueva república”.
En el escenario de un derrumbe del entramado institucional la sola idea de que alguien ostente el poder absoluto es un signo de alarma, que debe analizado y reflexionado antes de acudir a las urnas y marcar la boleta con un mismo color.
Apremia que el voto ciudadano fortalezca la lastimada democracia mexicana con frenos y contrapesos. Es la única opción viable para crear una sociedad legal. La idea de restaurar este modelo de democracia moderna, es para evitar la ingobernabilidad que hoy nos ocupa porque los tres poderes de la unión se alejaron del pueblo.
Se puede votar por el candidato a la presidencia que se quiera, pero para evitar que esto siga descomponiéndose, hay que evitar un régimen político en el que una sola persona gobierne sin someterse a ningún tipo de limitación y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad. Los electores, deben tener en cuenta la estructura de la división de poderes y la configuración constitucional “frenos y contrapesos”, para asegurar la gobernabilidad, el control de la corrupción y evitar la fuga de capitales, ante el riesgo de volver a un presidencialismo omnipresente y todo poderoso, y peor aún a una dictadura de mesiánicos, como ocurre en algunos países en Latinoamérica.
En el siglo XVIII, Montesquieu y Kant plantearon los pesos y contrapesos para moderar a los “príncipes” o superiores” con dos principios útiles: la división de poderes y la transparencia del Estado. Voltaire, la Enciclopedia, la literatura panfletaria y la prensa completaron la idea de frenar estos ímpetus imperialistas.
Se debe tomar consciencia de lo que implica no cohabitar en una sociedad legal, porque si bien estamos atiborrados de leyes estas no son producto del razonamiento colectivo, ni respetadas por la burocracia (Max Weber), y ello implica un lance más para la estabilidad social y política. En cambio poseemos el perfil de una sociedad carismática, guiados siempre por un caudillo; donde el carisma, su destreza política, su fuerza y la percepción de un poder mesiánico, son los que mandan.
Admitamos sin conceder que López Obrador, como dice el imaginario colectivo, llega a la silla presidencial y la gente le concedió todo el congreso en las urnas. Supongamos que actúa de buena fe, los estudiosos del poder como Weber prevén que las condiciones de un poder absoluto lo obligarían al desequilibrio y a la corrupción. Cuando un solo político tiene tanto poder, tuerce la ley a sus intereses y somete a los contrapesos para dar paso al iluminado. Las instituciones serían avío del poder absoluto, tarde o temprano.
Esta tentación no es nueva, lo notamos en todas las presidencias de partidos políticos y sus candidatos únicos. En el frente PAN, PRD MC, con Ricardo Anaya, vimos como los personajes con el poder absoluto se desdoblaron por la complicidad activa o pasiva de los demás, las oportunidades, la falta de principios con el resultado del desastre electoral que encara ese Frente. Los de la izquierda no aportan más de un digito porque la mayoría huyó por la imposición de la alianza con la derecha; y en la derecha se abrieron al ver traicionados sus principios democráticos.
En el PRI vimos en esta campaña como la corrupción de los “mireyes gobernantes” degradó a cómplices, a toda su infraestructura y a muchos inocentes. José A Meade no solo tuvo que luchar contra la animadversión de la población sino la putrefacción al seno del instituto político que lo postuló. Buen candidato pésimo timing para abanderar al PRI.
La corrupción, producto del poder absoluto destruye los valores, vía la manipulación y la alienación, no hay raciocinio libre. La corrupción estructural tiene en la simulación y la desinformación herramientas claves para apagar los contrapesos sociales. Aplastan a la prensa, dominan la opinión en redes, a macro y micro grupos sociales, colectivos, sociedad civil organizada, utiliza a los jóvenes y la tecnología para sumarlos y cuando logra sus propósitos, el manipulador no tiene que recurrir al uso manifiesto de la fuerza, ya están bajo la influencia del abusivo del poder.
Al aflorar la corrupción no se distingue entre los recursos públicos y sus bolsillos, o la privatización de bienes públicos, como los medios de comunicación, como uno de los contrapesos en la democracia. Cómo proclama Kant en “La Paz Perpetua, ”el “principio de publicación” o transparencia: Las acciones del Estado que no puedan ser publicadas son injustas.
Por ello es trascendental responsabilizarse en no pintar las boletas con el mismo color que la presidencia. México requiere de los frenos que cada votante quiera aportar este uno de julio.