La salida de una candidata a la Presidencia de la República desestabilizó el formato de debate que se había previsto para el segundo encuentro entre los contendientes.
La posibilidad de acercarse un candidato a otro se utilizó para intimidar o para tratar de hacerlo. El espacio vital de cada candidato habló mucho de ellos. Su movilidad los desenmascaró.
Hubo candidatos que no respetaron ni siquiera el espacio mínimo en el que debía moverse cada uno de ellos. Esta posibilidad de acercamiento fue lamentable y si a esto sumamos un par de conductores protagónicos, vacíos de propuestas, sin sentido del humor, tensos y a veces rígidos podemos apreciar que de seguir por ese rumbo los debates en el país, seguirán perteneciendo a una especie de programas de televisión con cada día menos auditorio.
En esta ocasión se trató de hacer del debate la estrella del espectáculo, olvidándose de que es solo un medio para dar a conocer las propuestas de los candidatos y solo lucieron los mediadores que quisieron destacar más que los contendientes por la Presidencia de la República.
Puede decirse que no hubo ganador en esta necia necesidad de dar un triunfador a una muestra de propuestas. Hay ganador cuando hay igualdad de circunstancias, pero los debates en México se han degenerado tanto que ahora es obligado decir que alguno de ellos ganó o perdió lo que debe ser un muestrario de proyectos que el elector debe evaluar para decidir.
Poco pudo evaluarse en este segundo debate que no se haya evaluado en el primero. No hubo novedades, a pesar de que el candidato del PRI había advertido sobre una sorpresa que lo lanzaría al primer lugar. Expectativa que lejos de verse insinuada se hundió en la falta de emoción de un candidato que mostró que lo único que quiere es irse a su casa a descansar.
Los candidatos, en general lucieron grises, parecían uniformados; no querían confrontarse. El lucimiento que había ensayado largamente Ricardo Anaya, se convirtió en sonrisas forzadas y alusiones personales contra sus compañeros. López Obrador, seguro no solo de su delantera, sino de su triunfo, los dejó ser.
La parte campirana del acto estuvo interpretada por el siempre silvestre Jaime Rodríguez Calderón, quien, en sus gestos trasnochados de ranchero bravucón, caminaba por la pista como luciendo una simpatía que nunca se concretó.
Los misiles más poderosos, más destructivos fueron utilizados en el primer debate en el que creyó, más de un candidato, que rebasaría todos sus obstáculos para llegar a la cabeza de la competencia.
Los debates, llevados como se llevan, de confrontación directa y absurda, desgastan a todos. El que insulta, porque insulta y no debe ser. El que es insultado porque es el blanco de las críticas, y no puede responder porque se colocaría al mismo nivel inferior de sus contrincantes.
El debate no da brillo a los concursantes sino opacidad a sus posturas postergadas para los momentos en los que el electorado los tiene frente a ellos.
Los candidatos a la Presidencia de la República guardan sus propuestas para mejores momentos. Al debate van a pelear, a discutir, a ver quién puede alzar más la voz sin llegar el grito. Van a ver que defectos tiene el contrincante para parecer menos imperfectos.
Algo que se hizo evidente fue la inexistencia de los partidos que postulan a los candidatos. Ahí fueron los hombres con sus trajes, sin siglas, sin diferencias, sin motivos ideológicos. Simples candidatos arrancados de la raíz, con propuestas de la nada, carentes de origen y destino, como si todos estuvieran en la misma circunstancia de José Antonio Meade, quien, desde el principio del debate llamó “secta” al movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador.
El desarraigo de los candidatos ante los electores los presentó huérfanos de partidos políticos, tal vez para justificar que Meade no tiene partido, es el hijo adoptivo del PRI.
Debido a esta circunstancia los mediadores, León Krauze y Yuriría Sierra, no ocultaron su favoritismo y desde el inicio del encuentro cuestionaron a Andrés Manuel más severamente que al resto de los contendientes. Tal vez lo hayan hecho para emparejar el piso ante tanta diferencia en las encuestas.
Ricardo Anaya, demostró que había reunido sus mejores golpes para el primer debate. En el segundo solo pudo mostrar músculo con una pera de boxeo, en un video que difundió por las redes.
Las afirmaciones de los candidatos en un debate deben ser ratificados o rechazado o descalificados por la autoridad electoral. El INE debe tener la facultad de exhibir púbicamente al día siguiente del debate, sobre la veracidad o manipulación de los datos que los candidatos dan a conocer para descalificar a su contrincante.
La mentira es la base semántica del fraude y el fraude es un delito electoral que debe evitarse en sus mínimas expresiones. Pero el candidato está en plena libertad de dar a conocer las cifras que quiera, ciertas o falsas en el momento el debate, que es el tiempo preciso en el que impactan en el electorado. La aclaración posterior, en caso de ser corregidos, no tiene tanta audiencia como en el momento en que se expresan por vez primera.
Muchos de los datos ofrecidos públicamente por los candidatos a la Presidencia de la República han resultado falsos, sin que haya una autoridad que dé con precisión, la información correcta.
Las cartulinas deben ser erradicadas de los debates porque para quien acusa son tomadas como la evidencia de un crimen, sean falsos o no los datos. PEGA Y CORRE. – La sorpresiva actitud del senador Emilio Gamboa Patrón, sobre los cuestionamientos a su partido político primero, y hacia el presidente Peña Nieto después, parecen tener una explicación. No es porque quiera ser un hombre que quiera acomodarse en el próximo gabinete, aunque no sea de su partido, como muchos lo pensaban. El hecho es que está enamorado. La senadora Hilda Flores Escalera es el motivo de sus vacaciones, de su inesperada sinceridad y de su inusual autocrítica… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.
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