Desde hace varios años, el discurso político de Andrés Manuel López Obrador ha girado sobre el eje del combate y erradicación de la corrupción, mientras al mismo tiempo abre las puertas de su proyecto a aquellos que -aun viniendo de los partidos y los grupos de poder contra los que dice luchar- se sumen al mismo para apoyarlo incondicionalmente.
De esta forma, mientras el lopezobradorismo habla de honestidad, de principios y de ética política, recoge cascajo de todas partes y en sus filas incluye a verdaderos impresentables, a personajes con una reputación detestable, o a francos adversarios del pensamiento de izquierda que dice enarbolar, y que cada vez está más diluido.
Tal “flexibilidad” política en aras de llegar a cualquier precio a la Presidencia de la República ha tenido consecuencias que él y su movimiento han pagado y siguen pagando, a un alto costo. Aunque el enorme hartazgo de la población hacia la clase política que ha gobernado el país las últimas décadas y que ve en Andrés Manuel y su partido una última vía de escape, oculta momentáneamente las secuelas.
El movimiento de López Obrador ha dejado pasar lo mismo a ex priistas de pasado repugnante como Manuel Bartlett que a representantes de la ultraderecha más radical, como sus “aliados” de Encuentro Social o su más reciente “adquisición”, el ex dirigente nacional del PAN y furibundo conservador homofóbico y antiabortista Manuel Espino Barrientos. Ni qué decir de su intento por emular a Calígula haciendo candidato a gobernador de Morelos al ex futbolista Cuauhtémoc Blanco.
En el pecado ha llevado la penitencia. Al no establecer más filtro que el juramento de “fidelidad” al proyecto y la aceptación de que las decisiones de su líder son incuestionables, a las candidaturas de Morena –y antes, a las del PRD- se han metido auténticos mercenarios de la política, zopilotes de los cargos públicos que una vez que los obtienen, con la mano en la cintura han pactado con sus adversarios, le han dado la espalda al “movimiento” e incluso han aceptado alquilarse como “patiños” para atacarlo.
Lo sucedido en el Congreso del Estado de Veracruz con los diputados locales que llegaron bajo las siglas de Morena en noviembre de 2016 es una clara muestra de esa afirmación. Sebastián Arellano, Eva Cadena, Miriam González Sheridan y Nicolás de la Cruz, todos integrantes originales de esa bancada, han desertado tras pactar de manera descarada con el yunismo panista, que los ha cooptado de diferentes maneras. Y que una vez que dejen de serle útiles, también los desechará.
López Obrador pide ahora a sus simpatizantes que voten en cascada por todos los candidatos de la coalición Morena-PT-PES a todos los cargos de representación popular que están en juego, federales y estatales, cuando hay evidencia de que en muchos casos fueron postulados advenedizos que se unieron a su movimiento únicamente ante la alta posibilidad de hacerse de un “hueso”, impulsados por eso que se ha hecho llamar “el efecto Andrés Manuel”. ¿Quién le garantiza que no lo van a traicionar también, una vez que estén instalados en curules, alcaldías y hasta gubernaturas?
Los “caballos de Troya” que dejaron entrar sólo están esperando para atacar exactamente en donde el lopezobradorismo ha mostrado tener su “talón de Aquiles”. No será la primera vez.
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