Como nunca en su historia, el PRI experimenta en el estado de Veracruz una crisis de deslealtades y traiciones que lo tienen contra las cuerdas de cara a la próxima elección.
Entre los caprichos, el doble discurso, el chantaje y la absoluta ausencia de compromiso y convicción, los priistas parecieran querer cavar lo más hondo posible su tumba en lugar de luchar por recuperar el poder en el estado.
Muchos priistas veracruzanos actúan como si el tiempo no hubiera transcurrido y siguieran encaramados en el presupuesto público. Creen de verdad que aún están en “la plenitud del pinche poder”, cuando es todo lo contrario.
Y en lugar de hacerse un solo cuerpo para resistir y enfrentar los embates de un enemigo político que está dispuesto a arrasarlos y acabar con ellos, la ambición los ciega. Unos invierten todas sus energías en disputar rabiosamente las últimas migajas de poder que puedan alcanzar vía candidaturas plurinominales. Y varios más, como las ratas, han salido huyendo de un barco que creen que ya naufragó, para prostituirse en el burdel de la felonía al que los llevó quien antes juraban combatir.
La adhesión pública del pasado fin de semana de la asociación -alguna vez priista- Vía Veracruzana a la campaña del candidato panista a la gubernatura, Miguel Ángel Yunes Márquez, sólo vino a confirmar al dueño de ese membrete, el ex procurador duartista Amadeo Flores Espinosa, como un político sin escrúpulos, “chaquetero” que no dudó en ponerse de rodillas frente al grupo que hace apenas dos años intentaba frenar, desde la dirigencia estatal del PRI, para que no llegara al poder en la entidad.
Y aunque en los hechos Vía Veracruzana no vale un cacahuate –y sólo hay que observar a la morralla política que se presentó al acto en el que Yunes Márquez fue ungido como integrante, compartiendo desde ahora membresía con otros “notables”, como el ex gobernador Javier Duarte de Ochoa-, de lo que se trataba era de generar la percepción en la opinión pública de que la elección está decidida. Y por supuesto que eso no es gratis.
Ya se maneja que el pago a Amadeo Flores Espinosa por su acto de cínico trapecismo será la Presidencia del Tribunal Superior de Justicia para su junior, Amadeo Flores Villalba, quien actualmente es magistrado gracias a que fue propuesto para el cargo por el entonces gobernador Javier Duarte de Ochoa. Nuevamente, entre juniors nos veamos.
Pero no es éste el único problema que tienen en el PRI veracruzano. De hecho, conviven con el enemigo dentro de su seno, como quedó expuesto con el jaloneo por las posiciones en la lista de candidatos a diputados locales por la vía de la representación proporcional.
Chantajes, amenazas de renuncia, insultos, reemplazaron a las batucadas con las que antiguamente el priismo celebraba la “unidad” tras la definición de sus candidaturas.
El colmo es que un integrante del propio Comité Directivo Estatal del Revolucionario Institucional, quien funge además como su vocero, Marco Antonio del Ángel, presentó una demanda de Juicio para la Protección de los Derechos Político-Electorales ante el Tribunal Electoral de Veracruz, pues según él hubo irregularidades en la definición de la lista de plurinominales. Aunque en realidad, la verdadera bronca del también dirigente de facto del grupo de choque conocido como “Movimiento de los 400 Pueblos”, es que fue relegado al lugar número 8 de dicha lista, sin posibilidades de volver a llegar sin despeinarse al Congreso del Estado, como sí lo logró, ¡oh, nuevamente la casualidad!, siendo gobernante Javier Duarte.
Si a eso le sumamos el lastre que le representan rémoras como su “aliado” el Partido Verde, que postula como candidatos a diputados a mafiosos e instigadores de la violencia como José Abella García, el PRI en Veracruz está verdaderamente en una situación de máxima emergencia, en la que los cuervos que ha criado, alimentado, engordado y mantenido por décadas, ya le sacaron los ojos, van por las vísceras y tienen como meta arrancarle el corazón.
Y de eso, el PRI tiene toda la culpa.
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