“El que ha naufragado tiembla incluso ante las olas tranquilas.” – Ovidio.
La elección extraordinaria del pasado domingo 18 de marzo en Veracruz dejó muy clara la tormenta que se le avecina al Revolucionario Institucional (PRI).
El proceso que en su momento fuera calificado como “parteaguas” de lo que sería el proceso comicial del 1 de julio por el propio dirigente estatal en funciones Américo Zúñiga Martínez; resultó todo un fiasco.
Es evidente que la actual dirigencia estatal enfrentará una crisis de mayores proporciones que la afrontada en el pasado proceso electoral sucesorio del 2015, cuando la animadversión por la labor desempeñada por el hoy reo Javier Duarte y sus secuaces fue clave fundamental de la derrota.
El desencanto que acumula el PRI veracruzano podría verse resumido en dos hechos que comienzan a marcar una constante.
El primero, la permanencia en los puestos de elección plurinominal, para la misma casta de políticos chapulines, que acomodados en el confort y protección que les dieron 12 años de saqueo descomunal, hoy buscaron a como dé lugar en la rebatinga por posiciones que no les expongan a la inminente derrota.
Y segundo, la apatía ciudadana por todo lo que represente la marca PRI, resultado de los escándalos constantes de corrupción; pues hoy todo lo ligado a política priista es sinónimo de pillería.
En resumen, el PRI estaría condenado a la inminente extinción, cuando se sabe que viejos integrantes del otrora partido hegemónico simplemente han sido desdeñados, olvidados, e incluso excluidos de las negociaciones y de las componendas.
Casos como el de Amadeo Flores Espinosa, ex dirigente del PRI y líder de la corriente Vía Veracruzana, son claro ejemplo de cómo poco a poco, los priistas, comenzarán a buscar en otros proyectos políticos el acomodo que en el actual partido no encuentran.
Habrá quien les califique de ratas, que como, cuando se hunde el barco buscan salvarse, huyendo del instituto político que les dio todo.
Lo cierto es, que el descalabro del pasado fin de semana habrá de confirmar que, si la actual dirigencia no pudo ganar ninguna de las tres elecciones en disputa, mucho menos encontrará eco su propuesta en los demás puestos de elección popular.
Las renuncias de militantes inconformes, el abandono de esa vieja militancia, la falta de cuadros nuevos comprometidos con su lucha serán el común denominador de un partido que en otros tiempos acumuló todo el poder que otorgaba el sistema.
La derrota electoral habrá de ser un asunto de suma consideración para la subsistencia del partido.
Si la información presentada por el propio analista Jorge Castañeda en su artículo publicado en el Diario El Financiero el pasado 12 de marzo bajo el título “El PRI en el Senado” https://jorgecastaneda.org/notas/2018/03/12/pri-en-senado/resultó cierta, los resultados que este partido obtendrá en el Senado y en la Cámara de Diputados Federal habrá de ser histórica.
La más raquítica de todos los tiempos, con posibilidad de solo llegar a tener una mínima representación en el senado, algo nunca visto.
Cosa que colocará al partido en las postrimerías de la extinción, quieran o no admitirlo.
Malas cuentas se le avecinan al PRI de Américo, de Beatriz y de Pepe.
Al tiempo.
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