“¡Qué pura, Platero, y qué bella esta flor del camino! Pasan a su lado todos los tropeles -los toros, las cabras, los potros, los hombres, y ella, tan tierna y tan débil, sigue enhiesta, malva y fina, en su alado solo, sin contaminarse de impureza alguna.
Cada día, cuando, al empezar la cuesta, tomamos el atajo, tú la has visto en su puesto verde. Ya tiene a su lado un pajarito que se levanta -¿por qué?- al acercarnos; o está llena, cual una breve copa, del agua clara de una nube de verano; ya consiente el robo de una abeja o el voluble adorno de una mariposa.
Esta flor vivirá pocos días, Platero, aunque su recuerdo podrá ser eterno. Será su vivir como un día de tu primavera, como una primavera de mi vida…¿Que le diera yo al otoño, Platero, a cambio de esta flor divina, para que ella fuese, diariamente, el ejemplo sencillo y sin término de la nuestra?”
Esta breve y profunda narración del célebre libro PLATERO Y YO de Juan Ramón Jiménez, no hace sino revelar la gran sensibilidad, humanidad y empatía del escritor con los consabidos reinos de la naturaleza: El mineral que se encuentra en el mundo natural, como las rocas y el suelo, que se forma por materiales inorgánicos, que pueden crecer, pero no vivir ni sentir porque no tienen vida. El vegetal, que lo componen las plantas, seres vivos que realizan la fotosíntesis, que dan hojas, flores y frutos pero no pueden moverse a voluntad; y con el reino animal que comprende a los organismos que tienen movilidad autónoma, que reaccionan ante al entorno y se reproducen sexualmente, como el ser humano.
Esta obra escrita no precisamente para niños -aclara su autor el español andaluz Juan Ramón Jiménez- hace poco mas de un siglo, contribuyó de manera decisiva a que él ganara un Premio Nobel en 1956. Se compone de breves capítulos en que el autor dialoga con su burrito, cuestiona y filosofa acerca de la vida cotidiana, bucólica, donde no existen líneas divisorias entre los personajes: el hombre platica con su borrico, el borrico acaricia las flores, juega con las mariposas y con los niños, compartiendo suelo y bajo el mismo cielo.
En cada relato, el autor deja caer con sencillez, al entendimiento del asno, sus reflexiones acerca de la vida, una aguda crítica ante las injusticias sociales y por el maltrato a los indefensos, a los animales, a la naturaleza y a los niños. Permea, a lo largo de los relatos, un profundo mensaje de respeto y amor a la vida. La relación entre el poeta y Platero es una con las flores, los árboles, las aves, los animales todos en conjunción con los elementos naturales el agua, las piedras, el firmamento, el entorno todo en una convivencia simultánea en que se respira la completitud que estremece, seduce, exhorta constantemente a la comunión con la creación toda.
Ante la evidente simbiosis entre el autor y Platero, con motivo de la muerte de un pajarillo, el autor se plantea: “Platero, ¿Habrá un paraíso de los pájaros? ¿Habrá un vergel verde sobre el cielo azul, todo en flor de rosales áureos, con almas de pájaros blancos, rosas, celestes, amarillos?
Cuando el autor lee en el diccionario la definición de Asnografía, se encuentra con una ironía que lo enfurece y dice a Platero: “¿Ni una descripción seria mereces, tú, cuya descripción cierta sería un cuento de primavera? ¡Si al hombre que es bueno debieran decirle asno! ¡Si al asno que es malo debieran decirle hombre!…¡De ti, tan intelectual, amigo del viejo y del niño, del arroyo y de la mariposa, del sol y del perro, de la flor y de la luna, paciente y reflexivo, melancólico y amable…” xalapaflorida@hotmail.com