LA SORORIDAD, QUE TODAVÍA NO ENTIENDEN LAS MUJERES

En el Día Internacional de la Mujer no se felicita, ni se regalan flores,

ni se homenajea a las mujeres.

Hacerlo, es no entender; es cerrar los ojos.

Es promover la cultura machista, la dominación patriarcal que nos anula,

que nos invisibiliza y agrede como seres humanas pensantes y capaces, con plenos derechos.

Conmemoramos la lucha de miles, la vida dada, las muertes entregadas

por la Igualdad de género, por la justicia,

la no discriminación y la no violencia

que aún, no son realidad.

 

Rebeca Ramos Rella

 

“Juntas, ni difuntas”. “La peor enemiga de una mujer, es otra mujer”. “Viejas mitoteras…revoltosas, conflictivas…”.  “Eres una feminazi”. Clichés, frases agrias de tan arcaicas, pero taladradas en nuestras cabezas para advertirnos que, entre mujeres, la rivalidad es el camino y la meta. Que la protesta o la propuesta contra, es conflicto. Y que sí, también, de ellas, de las mujeres, nos llega la violencia, “porque han sido construidas en la cultura patriarcal”, matizaría Martha Mendoza Parissi.

 

Escena uno: Llegan las dos amigas a un restaurante-bar lleno de gente. Arregladitas, guapetonas -porque si no te das una manita de gato, ningún hombre te va a voltear a ver…-Con todo y liberadas de los estereotipos, el plan es platicar y salir del estrés laboral cotidiano. Esa noche, se acercan dos jóvenes de no malos bigotes, sin bigotes. El más carita se acerca -elije- a la otra amiga. A los 20 minutos, la otra, incómoda por la “derrota” le dice, ya vámonos, estoy cansada…

 

Escena dos: Las mismas muchachas salen de nuevo. Misma rutina de arreglo impuesta por una sociedad y la mercadotecnia que te “ordena” cómo debes verte y vestirte para llamar la atención masculina. Sólo que esta vez, la segunda se liga al más guapo y ¡Se olvida de su amiga!, pasan las horas y horas y no se le ve cansada ni con ganas de irse…la otra aguanta, enmudece aislada…

 

Escena tres: La amiga-jefa a su amiga subalterna: Oye, ya no regreso a la clausura. ¿Tienes mi discurso? Échatelo tú y ahí con tus flores para el jefe también y a nombre mío, cierras. Las 5 mil almas que se han divertido, que han comido, que han bailado, que se sienten felices, escuchan aquellas palabras emotivas y sonoras; aplauden al son de los nombres de los benefactores anfitriones. Tres veces interrumpen a la oradora… “…Directora tenga cuidado, la tía de la jefa, la directora del DIF, le echó tierra. Le dijo que es usted una protagónica, que la gente ni de ella se acordó con su discurso…”. “Mi estimada – el secretario particular- me pide la Delegada que te encargues del evento, pero que de ahora en adelante ya no hablarás tú, en caso de que ella no asista, sólo dará mensajes, el Director de Gobierno…”

 

Escena cuatro: “Le agradecemos que nos escuche, porque nadie nos toma en cuenta. No nos oyen, no se preocupan por nuestras carencias y tenemos mucho trabajo, queremos cumplir y servir, pero nadie nos había preguntado qué necesitábamos, cómo podían ayudarnos…en verdad estamos muy agradecidas con usted, que es la única que nos invita, que nos menciona en sus eventos, que se interesa…”. “Cuentan conmigo, las apoyo, tenemos mucho trabajo, vamos a reformar las leyes, vamos a capacitarlas más y a empoderarlas más, porque así podrán ayudar a otras mujeres…”. ”¿Qué mañana estás convocando a reunión con ellas? No van a ir. Ya tienen instrucciones de no asistir a nada…arriba andan enojados…”. “No. Nosotras no vamos a meternos a “¿¿apoyar??” (sic) a alguien que no se somete a los jefes…”.

 

Escena cinco: “Quiero que la señora, mañana ¿eh? mañana esté velando a su hijo en su casa, como debe ser…¿Ya resolviste lo del hijo de la señora de Puebla? Si, señor. ¿Qué hiciste? Localicé al cónsul, andaba en cena en Nueva York. Le comenté su pedido. Ya dio instrucciones para que el cuerpo del migrante fallecido en la cárcel de Fresno sea trasladado a México. Llegará por la noche y ya tengo el servicio para que lo lleven hasta la localidad. La señora tendrá a su hijo por la noche…¡Muy bien! Eres ching…a. La secretaria particular esbozó una mueca que quiso ser sonrisa. La misma que se esforzaba en aparentar cuando llegaba a mediodía a su oficina, que diario, desde la 7 de la mañana, la particular adjunta ocupaba para suplirla y atender lo prioritario…¿Qué hubo?…Daba el parte…”Hice esto, aquello…le llamé a…ya quedó, todo resuelto. No te preocupes”…”Mmmm Ok. Gracias”. Meses después. ”Vengo a pedirle que la corra”. Acusaba complot. Nada más falso. Lo cierto es que todos, todas desde su chofer hasta el director general jurídico, entraban a su oficina a pedirle que hablara con la “jefa” porque los, las humillaba, gritaba, manoteaba, ofendía, amenazaba con palabras floridas y altisonantes. Estaba ensoberbecida. “Quiero que se vaya”… “¿Por qué? Trabaja bien, es efectiva, además tú la recomendaste. Saca la chamba. No tengo queja. No, no se va. Ahora te aguantas”.

 

Escena seis: Sonó la red del gabinete, en la oficina de la secretaria particular. Ella estaba en reunión con el jefe, los delegados, el Jefe de Gobierno, los directores. Puro personaje de alto nivel. Ya antes había escogido a sus asistentes en la reunión, pero le había pedido a ella, a la adjunta, que no, que se quedara en la oficina, pendiente de “cualquier cosa”. Al sonido, la otra salió de su cubículo y contestó la red, era urgente. Escribió una nota y se dirigió al salón, para avisarle al jefe -podía hacerlo si era emergencia-. Cuando entró, su inmediata superior, la miró con ojos de cuchillo e hizo un ademán como de qué haces aquí. Tras lenguaje de señas a distancia, la otra le indicó que se detuviera y saliera del salón. La otra se paró de su lugar y llegó hasta la puerta. “¿Qué pasó? ¿Para qué entras aquí? No, regrésate. Mándame el mensaje con la edecán, quédate en tu oficina”.

 

Escena siete. Ella era agradable, simpática, algo nerviosa y frenética. Estaba casada. No andaban bien las finanzas en su casa. No tenía profesión, pero poseía agudeza e inteligencia. No había espejos en su casa, tenía un problema al verse reflejada…Crecida en familia conservadora de nivel medio alto en lo económico, conocía a los recién poderosos arribados al palacio, pero, no la pelaban y ella necesitaba trabajar, en algo. Se encontraron y se cayeron muy bien. La casada supo apoyar a su nueva amiga, cuando no tenía dinero, cuando no alcanzaba para pagar en el internet café y sacar la chamba del día. Parecía amistad entrañable y sincera. Un día la llamó feliz. Acababan de nombrar a su amiga en posición aceptable. Lo menos era corresponderle y le dio trabajo, sabiendo que no podría pedirle algo más desafiante, la ayudó, le consiguió un buen sueldo y le enseño a trabajar, le exigió eficiencia y…lealtad. De repente algo pasó. Imitaba el estilo de vestir de su amiga-jefa; adoptaba gestos y palabras de aquella, daba órdenes, se la saltaba. Usó el espacio dado por la confianza de su amiga, para acercarse a los poderosos que antes la habían ignorado. Tejió la traición. Fue arriba a vender mentiras e injurias para acabarla. De tanto admirarla terminó odiándola, porque no podía ser como aquella que le dio oportunidad; tal vez porque su jefa, su amiga agradecida, no tenía problema al ver su rostro en el espejo…y ella no soportaba mirarse así misma…

 

Desde niñas, nos dicen, nos “forman” asegurando que somos enemigas; que la degradación de una, es el triunfo de la otra; que “la reputación” de una mujer es tan frágil como una hoja seca en el piso, así que hay que cuidarla porque es nuestro “valor”; que si no llenamos o no nos acercamos a los estereotipos obligados por la sociedad patriarcal, entonces no encajaremos, no venceremos, no lograremos nada, es decir, amarrar a un varón, casarnos como “debe ser” y cumplir con nuestro destino infalible: ser madres, esposas, amas de casa.

 

“Puedes estudiar, mientras te casas…” ¿Les suena?

 

En medio de la rivalidad entre mujeres, dos generaciones atrás y más para atrás, predominaba la disputa por conquistar al hombre, por ganarlo. Cierto, abundan las historias de mujeres que tenían que agenciarse un marido, a como diera lugar, para que las mantuviera, porque no trabajaban, porque no tenían acceso a la educación o a ser profesionistas y menos, autónomas en lo económico. De ahí la rebatinga despiadada entre mujeres.

 

Pero, hoy además de forcejear por la predilección o elección, es decir, por el corazoncito de un galán, también nos dispone la discriminación y la misoginia en el entorno, a peleamos por los espacios de poder, de participación; por el reflector, por el escritorio, por la foto; por el protagonismo entre tanto hombre poderoso y entre algunas mujeres que empoderadas, nos cierran el camino sin misericordia y menos, sin perspectiva de género.

 

Las mujeres que ya están en el mundo laboral compitiendo, no sólo se calibran con los varones y dígase de entrada, en disparidad de condiciones, desde la discriminación por género y el sexismo, sino que también, están en la contienda lamentablemente contra otras mujeres que son pocas, que juegan con las reglas de ellos; quienes se supone, deberían apoyar a otras mujeres desde su posición de mando y que, aunque es posible que hayan arribado con mucho esfuerzo, estrellándose en murallas de discriminación y sexismo o callándose la boca y sometiéndose al mandato masculino o accediendo a situaciones indignas y humillantes, no reparan en bloquear, segregar, descalificar, difamar, destruir a otras mujeres que sienten que les hacen sombra, que las pueden superar o simplemente que les caen mal por alguna sinrazón subjetiva.

 

Desde esa percepción y decisión, entre mujeres, se desata la crudeza de la enemistad, el odio, la crítica, el chisme, la intriga, la defenestración o la eliminación de la contraparte.

 

Si los hombres resuelven a veces a golpes sus querellas, manifestando los celos del ego masculino y de poder –que a la sociedad le parece bien-, las mujeres han sido “entrenadas” desde pequeñas a enardecer con lengua filosa de envidia, hipocresía, rumor, ataque y usualmente diatriba, para quitar del camino a aquella que las irrita y las hace sentir inseguras, que les roba territorio, con su sola presencia y participación.

 

Los varones pueden ser bastante efectivos para anudar navajas entre mujeres porque saben que tenemos el chip configurado para derribarnos y bloquearnos. Quienes leen esto, lo que agradezco mucho, sabrán reconocerse en estas vivencias amargas y frecuentemente victoriosas para una de las partes.

 

Pero no, ninguna mujer gana desactivando o destruyendo a su supuesta “rival” en el trabajo, en la familia, en la sociedad. La realidad es que todas perdemos y ellos se adueñan más de las decisiones, de las acciones y de las posiciones que, por derecho, por justicia, por contribución, nos pertenecen a la otra mitad de la población.

 

En mi experiencia personal puedo confesar mi enorme sorpresa y tristeza cuando otra mujer, encumbrada, amiga (falsa) o compañera de trabajo, ha sido la articuladora de mi desgracia laboral, económica o personal, porque siendo todas mujeres las que padecemos la violencia en todos sus tipos; la discriminación deleznable, las injusticias y las desigualdades sociales, políticas, económicas, culturales, “deberíamos” ser más solidarias y unirnos para fortalecer nuestro avance y empoderamiento.

 

El deber ser, que tenemos que rectificar.

 

Cuando conocí sobre esa palabra, SORORIDAD y leí su significado y enorme trascendencia en nuestras conductas y adelanto, pude entender ese sentimiento de hermandad que me ha movido a incluir y reconocer a otras mujeres, en cualquier situación y espacio de acción.

 

Le llamaba alianza, apoyo, amistad, ética, fair play, congruencia, integridad. Y aunque la rueda de la fortuna de esta vida, me dio preciosas oportunidades, nunca me desquité de aquellas mujeres que antes, por su misoginia, soberbia y miedo, me maltrataron, me congelaron, me injuriaron, me olvidaron, me traicionaron, me usaron y me borraron del reconocimiento justo, porque en el fondo, viven y sufren lo mismo que yo, sólo que a mí me tocó despertar la conciencia sorora desde niña sin saberlo y, a ellas, pienso, les falta quitarse la venda de los ojos.

 

Más. Lo que no he podido descifrar es la rivalidad a muerte que muchas mujeres empoderadas, en distintos ámbitos, se declaran abiertamente, ahora hasta en Facebook y Twitter, sin percatarse que abonan a la violencia laboral, a la psicológica, a la económica, a la doméstica, a la simbólica y a la política, que al final revalida un patrón de conducta social que terminará por lastimarlas a las unas y a las otras. En tanto, ellos reirán a carcajadas de ver y saber que se están “desgreñando” en público.

 

Divide y vencerás…

 

Tampoco puedo comprender las razones que empujan, a las que siendo jefas o inmediatas superiores, las disponen a ignorar, devaluar, minimizar, desaparecer el esfuerzo, la aportación, la idea, la autoría de las iniciativas si son de sus subalternas; a negar el reconocimiento a su contribución y entrega, a su talento y lealtad; a desatar una andanada de desprestigio para anular a la que les sirve y las apoya.

 

A desconfiar de una mujer pensante y profesional y mandarla con tutor varón para que la “oriente” en alguna encomienda; a hundirlas en el anonimato y en el encierro para que nadie las vea ni las conozca ni las merite; a escuchar y creer las intrigas, mentiras, suposiciones, subjetividades de otras compañeras de trabajo que arden de envidia y que envenenan a la cabeza mujer para “grillar” a la incómoda y sacarla del “ánimo” de la mera mera.

 

Me rehúso a justificar y a aceptar que las mujeres en un equipo de trabajo, en grupos, en mesas de debate, tergiversen hechos para atacar a otras; rechacen y hasta se molesten por sentarse a dialogar, a trabajar, a crear, a mejorar oportunidades para las mujeres y que ya con otras de sus mismas especialidades e intereses, se nieguen rotundamente a departir, sólo porque “no se tragan”; es decir, porque no aceptan la competencia justa que pudiese opacarlas.

 

La cultura androcéntrica que sufrimos nos vuelve intolerantes, facciosas y sectarias contra otras mujeres. Mal.

 

Estas mujeres de poder, de mandos medios, bajo, medio o alto mando, que ya lograron posicionarse, que se destazan, se desuellan lentamente y se torturan la vida, obstruyen la labor, con dardos candentes de envidia, miedo y ego, ciertamente enflaquecidos por la competencia que es, a aniquilar.

 

Declaran guerras frías o de baja intensidad con tendencia a la escalada y se van con todo contra las rivales: por el cuerpo, si es gorda o flaca; por la ropa, de marca o del tianguis; por la belleza física o a su carencia; por el número de novios o amantes poderosos o, por la apariencia de familia perfecta; por el escándalo de los divorcios, los adulterios, los cuernos y por la sumisión a maridos o parejas, agresores en la privacidad; por las casas y rumbos; por el pasado que a todas nos alcanza y de pronto, es la razón para enjuiciarlas, sentenciarlas y condenarlas en el mismo acto.

 

Van a la guerra, con misiles que las descalifican, a las enemigas, por su preferencia sexual; por las cirugías o por la urgencia de hacérselas; por los escotes, la celulitis o la falta de coquetería; por la personalidad nula o arrolladora; porque son “muy mandonas” o muy torpes; por si tienen en lo material mucho y cómo le hicieron o porque no hay; o por las sillas de poder que acumulan, donde desgraciadamente pasan sin hacer nada o muy poco, para servir a otras mujeres, para apoyarlas en su adelanto, para garantizar el respeto de sus derechos fundamentales.

 

Las empoderadas; las legisladoras, las gobernantes, las servidoras públicas, las profesionistas, las empresarias, las artistas consagradas, las científicas galardonadas, las maestras y catedráticas, las médicas especialistas, las juristas y magistradas, las consejeras, las periodistas, las mujeres con poco o mucho poder, se olvidan de la sororidad y de su responsabilidad social y política con las mujeres que no tienen dominio y ni un centímetro de decisión para mejorar sus vidas infelices, frustradas, agredidas, violentadas, ignoradas, arrolladas por los prejuicios y por la insistente pretensión colectiva de reducirlas y hundirlas en los estereotipos sexistas.

 

Y entonces, no podemos creer que una mujer empoderada le ponga cara de perro, en un meme a otra mujer empoderada, para agraviarla por su opción política o su postura; que una legisladora las odie y las descalifique, a las demás, por esbeltas o por atractivas; que, ante la falta de argumentos para defenestrar o desactivar la popularidad de una compañera, la amenaza vil sea “te callas o te vamos a inculpar…siempre llegas tarde…no entiendes el sistema…”

 

No es posible que las empoderadas repitan y quieran hacer creer al colectivo que trabajan para defender los derechos de las mujeres, pero que a la vez permitan que los gobiernos y las iglesias, los grupos reaccionarios, los intolerantes y despreciables, sigan asumiendo a las mujeres como menores de edad y coartando su derecho fundamental a la libertad de decidir sobre su vida sexual y reproductiva; que se sumen al coro moralino y ciertamente trasgresor de nuestros derechos, que vocifera las palabras “asesina…cárcel…criminal”, si una mujer interrumpió su embarazo no deseado o si quiso “sacárselo” porque fue producto de una violación, que nadie le cree o que “ella provocó con su minifalda”…tipificación que aunque es legal, a fiscales, a juezas, a sacerdotes y líderes defensores “de las buenas costumbres” les parece y lo sentencian, como un hecho “inmoral, como un crimen o como pecado capital”.

 

Y que aseguren que no hay que permitir el aborto porque el país se queda sin niños y requiere de fuerza laboral joven. ¿Acaso sólo somos, servimos, para fábrica de bebés?

 

¿Qué acaso una mujer empoderada no posee una responsabilidad más amplia que la su trabajo y servicio, como lo es, apoyar, sembrar, proponer cambios, reformar leyes, aplicarlas, crear empleos, mejorar condiciones laborales, impulsar paridad salarial, capacitación con perspectiva de género, respetar a sus compañeras y colaboradoras, reconocerlas, abrir espacios de superación y desarrollo para mujeres, para que impere el Artículo 1° Constitucional; leer más, documentarse más para ser sujetos de transformaciones de mentes, costumbres, legislaciones, conductas, que beneficien a las mujeres y que garanticen sus derechos?

 

¿Qué es primero? ¿El partido, la ideología, el grupo en el poder, el gobierno, la orden del mandamás, el dinero o la ganancia, la medalla, la toga, los membretes en la puerta, las oficinas, el fuero, la curul, el palacio, el escaño, la silla, la vanidad, la religión, la fama, el beneplácito del jefe varón, la popularidad, las elecciones, la nota, la columna periodística, la empresa, el negocio, la apariencia, el ego, el orgullo, el éxito, el interés particular…o ser mujer y trabajar sororamente, para, con y por otras mujeres?

 

Ser congruentes y demostrar la sororidad es asumir que primero somos mujeres y que esa hermandad, complicidad, alianza, el peldaño arriba de la amistad entre mujeres es lo que debemos aprender a practicar en la vida diaria y en todo escenario.

 

Es entender que no somos enemigas ni rivales; por el contrario, podemos ser aliadas leales entre nosotras, sólo porque padecemos las mismas discriminaciones, la violencia y las injusticias que no nos permiten avanzar en nuestro desarrollo y aportación a la sociedad y que juntas podemos lograr la transformación, la re-educación con Igualdad.

 

Ser sororas significa que todas, siendo distintas, podemos unirnos en la coincidencia del cambio social que necesitamos para hacer valer nuestros derechos y nuestro potencial; que mientras más mujeres seamos las que logremos escalar posiciones en la toma de decisiones, más pronto podremos vencer lo que nos agrede y nos disminuye y alcanzar lo que nos beneficia y nos reconoce justamente.

 

La creadora del término en español, la gran antropóloga Marcela Lagarde dice que la sororidad “está basada en una relación de amistad, pues en las amigas, las mujeres encontramos a una mujer de la cual aprendemos y a la que también podemos enseñar, es decir, a una persona a quien se acompaña y con quien se construye”.

 

¿Cómo podemos mostrar nuestra sororidad?

 

Si ves a una mujer en la calle llorando, sola, angustiada, sufriendo, acércate y ofrece tu ayuda. Pregúntale qué le pasa y si necesita apoyo. Haz algo útil en su favor.

 

Reconoce, alienta la labor, la aportación, la inteligencia, de tus compañeras de trabajo; si puedes apoyarlas a subsanar errores, a enriquecer sus tareas, a desarrollarlas, ofrece tu respaldo.

 

Se segura de ti misma y no te midas sobre los yerros o carencias de las otras. Construye con ellas una alianza para ser fuertes frente a las hostilidades u ofensas de otros.

 

Si eres cabeza, dales oportunidades de crecer a las mujeres de tu equipo; págales o gestiona salarios justos y parejos a los hombres; apóyalas con comprensión y solidaridad, si son jefas de hogar, madres solteras, jóvenes o mujeres solas que luchan contra barreras y prejuicios; no dudes de ellas, porque son mujeres, piensa que son seres humanas con ingenio y garra y procura su capacitación permanente; hazles saber sus derechos, respétalos y nunca las demerites o las humilles con sobrenombres o con frases sexistas.

 

No traiciones la confianza de las mujeres.

 

Si notas alguna injustica, si eres testiga de agresiones, violencia, acoso, hostilidad, hostigamiento, trampas, abuso contra ellas, señálalos, se su aliada. Defiéndelas, denuncia o busca ayuda.

 

Documéntate más sobre la Igualdad y la perspectiva de género y comparte con tus amigas y compañeras. Conversa con ellas, ayúdalas a comprender el valor de la alianza que hermana a las mujeres y su valor y sus derechos como ciudadanas.

 

No reproduzcas conductas, frases, acciones, pensamientos y estereotipos que atentan contra la Igualdad de género y que fomentan la violencia.

 

No bloquees, no critiques, no envidies, no difames, no disminuyas, no excluyas, no remilgues reconocimiento, ni juzgues con los lentes de la misoginia y del sexismo.

 

Apóyalas, guíalas, ábreles las puertas, suma aliadas, oriéntalas y aclara sus dudas, explícales el cambio social que pueden y deben alentar desde sus espacios más cercanos para eliminar la violencia y la discriminación.

 

Si eres empoderada, ten vocación de servicio primero hacia las mujeres. Trabaja para, por y con ellas, sean conocidas o desconocidas.

 

No permitas que la defensa y garantía de los derechos humanos de las mujeres sean rehenes de partidismos, de ideologías, de intereses de grupo, de manipulaciones de la fe, de simulaciones electoreras.

 

La sororidad también es congruencia, es integridad. Es una nueva forma de vida, es nuestra fortaleza.

 

 

 

rebecaramosrella@gmail.com

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