Una definición básica de moral establece que ésta es “un conjunto de creencias, costumbres, valores y normas de una persona o de un grupo social que funciona como una guía para obrar”.
Según esa misma definición, la moral “suele ser identificada con los principios religiosos y éticos que una comunidad acuerda respetar”. Como puede apreciarse de manera muy simple, sin entrar en terrenos filosóficos, se trata de convenciones y normas que la mayoría de los miembros de un grupo social acepta para poder convivir en armonía.
Conforme las sociedades se han vuelto más extensas en su integración y complejas en sus hábitos y maneras de interrelacionarse, hablar de una sola idea de moral aplicable al conjunto de una comunidad se ha vuelto un tema controvertido, que provoca discrepancias muchas veces irreconciliables que tienen que ver con las distintas maneras en que los seres humanos desarrollamos nuestra concepción sobre el mundo y la vida.
En las sociedades occidentales, valores como la tolerancia, el respeto a la diversidad cultural, de ideas, hábitos y preferencias han servido como válvula de escape para las crecientes tensiones sociales entre los grupos más conservadores, que están en contra de modificar sus cánones morales tradicionales, y los liberales, que promueven el cambio de los paradigmas preestablecidos como un camino hacia el progreso colectivo y el crecimiento y satisfacción personales.
Pero la confrontación de estas dos maneras de concebir la vida en sociedad también ha provocado los más atroces crímenes a lo largo de la historia, antigua y moderna, cuando en nombre de la moral de unos, ésta le es impuesta por la fuerza a los otros.
Sirva este sencillo preámbulo para referirse a la arenga del candidato a la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador, quien al ser investido como abanderado del ultraconservador Partido Encuentro Social, afirmó que de ganar las elecciones llamará a la elaboración de una “constitución moral”, basada en principios como el amor y el bien común, y cuyo objetivo sea acabar con la corrupción, así como garantizar la paz y la seguridad en el país.
A pesar de llamarse a sí mismo un “liberal”, y su partido base, Morena, considerarse como de “izquierda”, el discurso de López Obrador es tan conservador que a su lado, muchos panistas parecen militantes comunistas de la década de los 60 del siglo pasado.
Aludiendo lo mismo a la Biblia que a Cristo, el candidato morenista adelanta que convocará a un “diálogo interreligioso” para elaborar su “constitución moral”, lo que desvela un objetivo mucho menos noble: el desmantelamiento del Estado laico en México, al inmiscuir a las advocaciones religiosas en las decisiones públicas de este país.
¿Y qué cree que sería lo primero que harían? Pues buscar dar marcha atrás a los –mínimos- avances progresistas alcanzados en este país en temas como la inclusión de la diversidad sexual, la igualdad de género, la libertad de elección de las mujeres sobre sus cuerpos e incluso, en la libertad de expresión.
Porque al buscar imponerse una “moral” para toda la población, se invoca también a la intolerancia hacia quien piensa y vive distinto de lo que dicta esa rígida concepción de la vida en sociedad. Una moral única impuesta a una población heterogénea lleva inevitablemente al autoritarismo, al fanatismo y al fascismo.
Hay quien dice que sólo son promesas de campaña y que no hay que preocuparse. Que López Obrador no sería capaz de llegar a esos extremos. Probablemente él no.
Pero los personajes que desde la ultraderecha están encontrando acomodo a su vera y los que llegarán al Congreso de la Unión gracias a sus alianzas con el lopezobradorismo, quién sabe.
Y al final de cuentas, con la inclusión de individuos de nefastos antecedentes dentro del movimiento que encabeza las encuestas y que tiene grandes posibilidades de acceder al poder, lo que queda claro es que para todos ellos, moral, como dijera el cacique de San Luis Potosí Gonzalo N. Santos, es tan sólo un árbol que da moras.
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