En su abrumadora mayoría, en México los programas gubernamentales de asistencia social y supuesto combate a la pobreza y la marginación han servido para cualquier cosa, menos para el propósito para el cual se supone fueron creados.
En los hechos, los programas sociales, a los cuales se destinan millonarias carretadas de dinero desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, para lo que han servido es para construir clientelas electorales, mantener el control en las zonas más pobres –que son las más en nuestro país- y coaccionar el voto con la amenaza de que ir en contra del partido al que pertenece el gobierno “benefactor”, implicará la pérdida del apoyo en cuestión.
Aunque en números totales los programas sociales manejan cifras astronómicas, en términos individuales la inversión ni siquiera es mucha. Unas despensas con apenas lo básico, apoyos monetarios que rayan en la limosna. Migajas con las cuales aprovecharse de la miseria de millones de seres humanos, a quienes no se les dan alternativas para salir de esa condición. Y es que ése nunca ha sido el objetivo. Al contrario.
Los regímenes priistas se especializaron en capitalizar políticamente la dádiva y el asistencialismo. Las secretarías de Desarrollo Social federal y estatales, y sus equivalentes, se convirtieron en auténticas maquinarias para lucrar con la marginación y, también hay que reconocerlo, con la comodidad de varios sectores sociales, felices de la vida de sólo tener que estirar la mano para acceder a un recurso sin mayor esfuerzo.
Con las diferentes alternancias partidistas en todos los niveles de gobierno de las últimas tres décadas, prácticamente nada de eso cambió. Los programas sociales de atención a grupos vulnerables, a la niñez, a personas de la tercera edad, a la pobreza extrema, se siguieron utilizando –y manipulando- exactamente de la misma manera. Lo único que se modificó fueron los nombres con los que se publicitaban. De “Solidaridad” pasamos a “Progresa” y después a “Oportunidades”. Pero las prácticas se mantuvieron intactas.
En Veracruz ha sucedido exactamente lo mismo. Lo que en el sexenio de Fidel Herrera se etiquetaba con megalomanía bajo la denominación de la “Fidelidad”, en el gobierno de Javier Duarte se llamó “Adelante”. En ambos casos, fueron auténticas minas de oro de donde se saquearon recursos que fueron a parar a campañas electorales y a fortunas personales, como la del propio Duarte, sus familiares y operadores cercanos.
Pero con el cambio de partido en el Gobierno de Veracruz tras la derrota duartista no hay diferencia. De nueva cuenta, sólo en el nombre. Ahora se llama “Veracruz Comienza Contigo”, pero se usa para los mismos fines, como ha quedado evidenciado en estos días, cuando fueron descubiertas cientos de despensas con los logos oficiales de dicho programa guardadas en un gimnasio del puerto de Veracruz, y que “coincidentemente” fueron entregadas por el propio alcalde porteño, Fernando Yunes Márquez, días después de que se denunció este hecho en los medios.
Igual que antes, en el actual régimen están decididos a aprovechar el “oro molido” que tienen en las manos: el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares acaba de dar a conocer que 600 mil familias ya reciben los beneficios de “Veracruz Comienza Contigo” a través de apoyo alimentario mensual y “acciones de mejoramiento a sus viviendas, servicios de salud, educación y desarrollo humano”, lo que equivale a unas tres millones de personas, que desde ahora son una potencial y gigantesca clientela electoral en la víspera de la sucesión en la gubernatura.
Pero no es extraño. Los neopanistas-yunistas sólo están siguiendo al pie de la letra lo que marca el manual de la manipulación política de los programas sociales. Al fin y al cabo, también vienen del PRI.
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