Mi carta a los reyes magos

Esperé prudentemente el tiempo razonable para que llegara la respuesta esperada, pero sólo hubo un silencio desconcertante que pronto pasó a ser ofensivo y actualmente ya es generador de un malestar creciente que empieza a salirse de control y por eso les mando esta carta.

Fuimos un pueblo bien portado, alegre, bullanguero, desmadroso y mal hablado, pero también trabajador y enjundioso, a pesar de que nuestra historia siempre estuvo marcada por sangre desde la conquista y las intervenciones armadas del extranjero. Siempre golpeado y siempre sonriendo, listo para el danzón, la salsa, los sones jarochos, siempre con el ánimo libre de quien se declara feliz.

El regalo de la vida y la respuesta generosa de lo alto se tradujo siempre en el verdor de las montañas y valles, en la abundancia de las cosechas de toda clase de productos del campo, en la riqueza del mar y en el talento gastronómico que hizo de nuestra tierra un lugar deseable para todos los fuereños.

Esta tierra era una extensión del paraíso y los hombres y mujeres de aquí no podíamos evitar la sonrisa permanente y la expresión amistosa entre propios y extraños, con la variedad de saludos que iban desde la leve inclinación de la cabeza hasta el alegre y cariñoso grito de una mentada de madre que sonaba a música en los oídos de la gente.

Ese era mi pueblo, hasta que surgieron algunos personajes de aquí mismo y lo cambiaron; seres amadores de si mismos, del poder y del dinero, que no se detuvieron un segundo a pensar las consecuencias de sus actos.

Nos engañaron y les creímos; confiamos en el prestigio de sus nombres y apellidos que parecían la garantía de que las cosas seguirían siendo buenas para todos. Pero no fue así. Todo cambió y los efectos se han sentido con mayor dureza y crueldad que todo lo antes vivido.

Nos endeudaron; nos vendieron como esclavos junto con nuestros hijos, nietos y los aún no nacidos; nos entregaron a grupos obscuros en pago a sus financiamientos electorales y volvió a mancharse el suelo de sangre, de nuestra sangre, de nuestro dolor, de nuestras lágrimas, de nuestra frustración que hoy se convierte en coraje.

Pedimos paz; clamamos por justicia; anhelando reencontrar la ruta que nos regrese a la estabilidad del desarrollo económico, la generación de empresas y la seguridad de un empleo que permita llevar el alimento de las familias.

Quienes aspiran a ocupar un espacio público por un momento se han convertido en los receptores de la ilusión popular y la alientan con sus expresiones verbales buscando capitalizarlas en votos, como un juego de valores entendidos que en el fondo todos sabemos que es mentira.

Pero aún así hacemos cartas con lágrimas y las enviamos con ilusión de que alguna logre alcanzar una respuesta favorable. Pero hasta ahora nada ha sucedido.

Hoy los únicos que sonríen son los encumbrados en el poder y los fuereños. Las empresas cercanas al poder y las fuereñas. Poco a poco hemos ido regresando al tiempo de la conquista en la que los conquistadores se llevan el oro y se lo llevan fuera de nuestro territorio ante la pasividad o indiferencia de muchos o el miedo paralizante de toda iniciativa del populacho.

Por eso he decidido ya no creer en los Reyes Magos, ni en Santa Claus, ni en Kalimán, ni en el Águila Descalza, ni en el Chapulín Colorado, ni en Chanoc, ni en ningún super héroe que intente ponerse una capa y pretenda hacerme creer que acabará con los villanos internos y externos. Ya no creo más en las mentiras de los cómics ni en las promesas ligeras que nos elevan durante la campaña y nos dejan caer inmediatamente después.

Señores Reyes Magos, no volverán a recibir una carta mía, porque buscaré con mi propio esfuerzo alcanzar las cosas que espero cambiar. Con una actitud propositiva y la disposición de hacer por mi y los míos lo que nadie más hará. Es mi tiempo de luchar para recuperar la paz, la alegría, la seguridad, la tranquilidad y principalmente mi confianza en los demás. Es mi pienso.

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