Noviembre inició con la tradicional celebración de Día de Muertos. En el festejo de esta colorida, deliciosa y arraigada tradición mexicana, diversas por regiones, pero de misma intención, que al mundo sorprende y admira, los Altares más auténticos por herencia mestiza y prehispánica, también fueron el recuerdo solidario para las y los fallecidos en los terremotos, en los desastres naturales recientes y también, en varias ciudades del país, familias, colectivos y asociaciones civiles en apego a la costumbre, levantaron Ofrendas para las niñas, jóvenes y mujeres asesinadas; para todas aquellas que a manos del o de los feminicidas, quedaron inertes en un despoblado y así en la inacción indignante del aparato de justicia.
Ellas pasaron a la otra vida, mutiladas, ahorcadas, quemadas, cercenadas y transitaron a la estadística de cifras y porcentajes que por estado y a nivel nacional, es la evidencia de la guerra que no se gana contra la violencia contra las mujeres, contra los feminicidios y los no reconocidos, contra la discriminación y desigualdad, que los germinan y multiplican.
Y a la celebración de la vida de los y las difuntas, esta vez, como otros años antes, se sumaron los reclamos tristes, dolidos e impotentes de los deudos de aquellas mujeres, niñas y jóvenes que no debieron morir sólo por serlo; que no debieron ser víctimas de un flagelo global, nacional y local que sigue creciendo por el odio machista que reproducen sociedades patriarcales donde pareciera que las mujeres pueden sobrevivir sólo si se callan, si se quedan en su casa, si no destacan ni trabajan, si renuncian a sus sueños y proyectos, si se someten a los roles y estereotipos sexistas que las invisibilizan, que las anulan, que las segregan y que las hunden a la ciudadanía de segunda; la misma que permanece cuando ya las han matado, porque ni extintas, ni violentadas post mortem, tienen acceso igualitario a la efectiva administración y procuración de justicia.
Pero si los gobiernos y los Poderes del Estado a nivel federal y estatal, no las salvan, no las protegen, no se comprometen de lleno y a fondo para prevenir su muerte, el maltrato que han padecido, la discriminación que pulula, las injusticias y desigualdades que no se superan, es deber de la sociedad organizada recordar, protestar, exigir y asentar una expresión de rechazo contra las violencias en todas sus caretas que nos siguen amenazando, anulando y matando.
Tal como sucedió aquel 25 de noviembre de 1960. Eran tres hermanas, Patria, Minerva y María Teresa Mirabal; eran activistas políticas y se enfrentaron al dictador dominicano Rafael Trujillo, quien en represalia a su “osadía” las mandó a matar. Así que, en protesta por estos feminicidios, desde 1981, diversas organizaciones internacionales y No Gubernamentales de mujeres han recordado y establecido esta fecha para condenar la Violencia contra las mujeres.
En este camino de lucha y después de mucha presión social, evidencias y denuncias en el orbe, finalmente el 20 de diciembre de 1993, la plenaria de la Asamblea General de la ONU, aprobó la “Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer” – la A/RES/48/104- que en 6 Artículos confirmó la sustancia de lo que hoy, son las obligaciones de los Estados y Organismos multilaterales en el combate, prevención y erradicación de la Violencia. Y vale decir obligaciones que NO se cumplen a la letra.
Nada más el Artículo 3° estipula que: “La mujer tiene derecho, en condiciones de igualdad, al goce y la protección de todos los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural, civil y de cualquier otra índole. Entre estos derechos figuran: a) El derecho a la vida; b) El derecho a la igualdad; c) El derecho a la libertad y la seguridad de la persona; d) El derecho a igual protección ante la ley; e) El derecho a verse libre de todas las formas de discriminación; f) El derecho al mayor grado de salud física y mental que se pueda alcanzar; g) El derecho a condiciones de trabajo justas y favorables; h) El derecho a no ser sometida a tortura, ni a otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes”.
Aquí el link por si gustan revisar la Declaración: http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/48/104 que sirvió de base para que seis años más tarde, el 17 de diciembre de 1999, la Asamblea General de Naciones Unidas, declarara de forma oficial y global al 25 de noviembre como el “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”.
¿Y esto qué significa? Que hay que ponerle un alto a la violencia contra mujeres y niñas en el mundo, a través de la sensibilización social, de información, de promoción de una cultura de respeto a los Derechos Humanos; mediante leyes, acciones y políticas públicas que impulsen los países para atender, prevenir, sancionar y erradicar la Violencia.
Desde entonces la convocatoria de la ONU es realizar un intenso activismo en favor de este propósito, partiendo del 25 de noviembre al 10 de diciembre de cada año –para enlazar con el Día de los Derechos Humanos- y difundir el lema “Pinta el mundo de naranja” -el color de un mundo sin Violencia-. Cabe resaltar que este 2017 el lema es: “Que nadie se quede atrás: Pongamos fin a la violencia contra las mujeres y niñas”.
Y es que la violencia contras las mujeres, jóvenes, niñas, ancianas asciende en vez de erradicarse, porque la Violencia no sólo significa golpes, agresiones, insultos y asesinatos; la violencia tiene tentáculos; muchos de ellos en los silencios, conductas, frases, mensajes subliminales que nos achican; las decisiones; los entrelineados en las leyes, en los discursos, en las sentencias de jueces; en la prestación de servicios; en las costumbres que por tradición se sostienen y la siguen reproduciendo a través de la discriminación, de la trasgresión a derechos humanos; en la sesgada administración y procuración de justicia y en las desigualdades como la pobreza, el analfabetismo, la desinformación, la segregación, los estereotipos sexistas y también en las distorsiones de la fe, en la manipulación torcida de las conciencias.
La misma Declaración de la ONU da 5 razones para conmemorar el 25 de noviembre, que detalla:
“La violencia contra la mujer es una violación de los derechos humanos.
La violencia contra la mujer es consecuencia de la discriminación que sufre, tanto en leyes como en la práctica, y la persistencia de desigualdades por razón de género.
La violencia contra la mujer afecta e impide el avance en muchas áreas, incluidas la erradicación de la pobreza, la lucha contra el VIH/SIDA y la paz y la seguridad.
La violencia contra las mujeres y las niñas se puede evitar. La prevención es posible y esencial.
La violencia contra la mujer sigue siendo una pandemia global. Hasta un 70% de las mujeres sufren violencia en su vida.
La violencia contra las mujeres y las niñas se puede evitar. La prevención es posible y esencial.
La violencia contra la mujer sigue siendo una pandemia global. Hasta un 70% de las mujeres sufren violencia en su vida”.
Y como ya lo mencioné antes, son las desigualdades y la discriminación, los flagelos que incuban y reproducen la violencia de género. Por eso, hay que prevenirla, cerrando las brechas entre hombres y mujeres que no son más que la desigualdad aún sufrimos las mujeres en todo ámbito.
En fecha reciente el Global Gender Gap Report 2017 del Foro Económico Mundial -WEF por sus siglas en inglés-, nos ilustra claramente la Brecha de Género en el mundo, a través del análisis y metodología especializada y aplicada por 4 dimensiones en 144 países: Oportunidades y participación económica; Acceso a la Educación; Salud y Sobrevivencia y Empoderamiento Político.
El informe del WEF nos revela que el promedio global para cerrar la brecha de las disparidades sobre las dimensiones anteriores, es de 32%, lo que significa que hoy el progreso contra la disparidad es del 68%. Pero por dimensiones y por regiones, todavía la disparidad es desafiante y por países, contundentemente sigue siendo grave contra nosotras.
Veamos. En promedio, en los 144 países, la disparidad en Salud, entre hombres y mujeres se ha cerrado en un 96% y en Educación sigue en 95%; por las diferencias entre hombres y mujeres en lo que concierne a Participación Económica sólo se ha cerrado en 58% y en Empoderamiento Político, apenas raya el 23%.
A nivel regional, el informe revela que en Europa Occidental la brecha de disparidades está al 25%; en América del Norte con 28%; en Europa Central y Asia Central en 29% y en América Latina y el Caribe llega al umbral del 29:8%. En Asia Oriental y en el Pacífico está entre el 31 y el 32.4%; el Sureste asiático es de 34% y en los países de Medo Oriente y Norte de África persiste en 34%, región que por vez primera sale del 40%, lo que subrayan como un gran avance, ya que es, en los países musulmanes, donde los surcos de desigualdades entre hombres y mujeres se hunden más profundo.
A simple vista pareciera que vamos ganándole la batalla a las desigualdades que generan violencia y trasgresiones de Derechos Humanos, pero las cifras frías y los secos promedios descubren lo que falta por hacer.
Ahora la pregunta es ¿Cuándo se cerrará por fin esta brecha?
En promedio global la grieta podría desaparecer en 100 años, por lo menos en los 106 países que han sido evaluados desde 2006.
Todavía un siglo que esta injusticia irracional, el mundo podría permitir y consentir.
Veamos el panorama por dimensiones. En el promedio total, la brecha en Oportunidades y Participación Económica podría tardar 217 años en cerrarse al paso que vamos, aunque reportan, la de Acceso a la Educación podría erradicarse en sólo 13 años.
No así en la de Empoderamiento Político, que si bien ha avanzado, no será hasta dentro de 99 años, cuando las mujeres podrán tener piso parejo con los hombres, en puestos de mando, liderazgo y toma de decisiones
La brecha en Salud este 2017 ha alcanzado su mayor adelanto en un periodo de 11 años, por lo menos.
En este análisis, el Reporte Global de la Brecha de Género anuncia que, pese a los peldaños, el esfuerzo debe continuar ya que al ritmo lento que vamos, para cerrarla por completo, podrían pasar por lo menos, 61 años en Europa Occidental; 62 años en Asia Meridional; 79 años en América Latina y el Caribe; 102 años en África Subsahariana; 128 años en Europa Oriental y Asia Central; 157 años en el Medio Oriente y África del Norte; 161 años en el Este de Asia y el Pacífico y 168 años en América del Norte.
Amigas, aliadas, lectoras, ni nosotras, ni nuestras hijas y nietas podrán ver esta victoria, si es que vencemos las zanjas de la disparidad, de la discriminación y de la violencia en sus tipos. No antes de cuatro generaciones.
¿Qué reporta este informe sobre la Brecha de Género en México?
En el índice Global de Brecha de Género, nuestro país bajó del 66 al lugar 81 de un total de 144 naciones; apenas 12 posiciones arriba del promedio “aceptable” que maneja el WEF. Y en el ranking global, México, entre el total de 24 países latinoamericanos y del Caribe, está en lugar 20, arañando el fondo del pozo en la disparidad.
¿Cómo estamos en dimensiones?
En Oportunidades y Participación Económica, en un deshonroso lugar 124, muy por debajo de países africanos como Namibia, Ruanda, Nigeria y Botsuana o de Colombia, Venezuela, Bolivia, Honduras; en Acceso a la Educación se reportó en el sitio 53, debajo de Argentina, Jordania, Kuwait, Venezuela y lejísimos de Brasil que tiene primer lugar; en Salud y Sobrevivencia, en la posición 58 en comparación con naciones latinoamericanas que tienen la primera posición como Argentina, Brasil, Colombia, República Dominicana y Nicaragua y, en Empoderamiento Político, en el lugar 34 donde nos superan Perú, Ecuador, Costa Rica, Argentina, Nicaragua, Uganda y Senegal.
Recojamos nuestras quijadas del suelo.
Sobre lo anterior, el Reporte concluye que México ha tenido un retroceso sobre brecha de género este año con respecto a 2013, ya que el surco en Salud, se abrió más y se reflejó el decremento en la Paridad Salarial por el mismo trabajo entre hombres y mujeres. Es decir, una mexicana gana en promedio en Paridad de Poder de Compra, 11 mil 277 dólares al año y un hombre 23 mil 415 dólares. Y las que trabajan sin remuneración son el 62% en contraste con apenas el 19% de los varones.
Los 10 mejores países que han ido cerrando la disparidad de género, en orden: Islandia, Noruega, Finlandia, Ruanda, Suecia, Nicaragua, Eslovenia, Irlanda, Nueva Zelanda y Filipinas. Los peores: Jordania, Marruecos, Líbano, Arabia Saudita, Malí, Irán, Chad, Siria, Pakistán y Yemen.
Ahora si la grieta de disparidades entre hombres y mujeres permanece amplia en algunas dimensiones estratégicas para el avance de las mexicanas, lo que significan en sí mismas, violaciones a Derechos Humanos y discriminación, como si fuera poco ¿Cómo andamos en Violencia de Género?
Acorde a la Encuesta Nacional sobre la dinámica de las Relaciones en los Hogares -Endireh- 2016 del INEGI, publicada el pasado mes de agosto, se reporta que de 46.5 millones de mujeres de 15 años y más, que residen en el país, se estima que 30.7 millones de ellas, es decir el “66% han padecido al menos un incidente de violencia, por parte de cualquier agresor, alguna vez en su vida.
Que el 43.9% de las mujeres han sufrido violencia por parte de su actual o última pareja, esposo o novio, a lo largo de su relación y que en los espacios públicos o comunitarios, el 34.3% de las mujeres han experimentado algún tipo de violencia sexual”, aunque en promedio, el 90% no presentó ninguna denuncia; el 7% denunció y menos del 2% sólo acudió a pedir apoyo a alguna institución y, en promedio, en los cuatro ámbitos que siguen, el 40% aproximadamente no denunció porque “se trató de algo sin importancia que no la afectó”.
Revela que, en el ámbito comunitario, como en la calle, con 65.3% de ese porcentaje, el 66.8% fue de tipo sexual; el 23.3% fue con violencia física y 9.9% padeció violencia emocional. Le siguen otros lugares peligrosos, como el parque y el transporte, donde en total el “38.7% de las mujeres fueron víctimas de actos de violencia por parte de desconocidos”.
También que “el 26.6% de las mexicanas que trabajan o trabajaron alguna vez, ha experimentado algún acto violento”, tales como humillaciones, degradación, intimidaciones y principalmente, violencia de tipo sexual y discriminación por razones de género o por embarazo.
Ahora, de las mujeres que han estudiado en escuelas, el “25.3% enfrentaron violencia por parte de compañeros, compañeras y maestros, entre otros. Las más frecuentes fueron las agresiones físicas en un 16.7% y sexuales, en 10.9%”. La encuesta registró que en el último año, 10.7% de las mujeres que asistieron a la escuela, fueron agredidas sexualmente.
Y yendo por partes y ámbitos, el promedio nacional de violencia en el comunitario es de 38.7%, en el que Veracruz se saca el 31.4%; el peor se lo lleva la Ciudad de México, con 61.1% y el menos peor, Guerrero con 23.8%.
En el ámbito familiar, la encuesta nacional reveló que los agresores más señalados son los hermanos, el padre y la madre con casi 55%; los principales agresores sexuales son los tíos y los primos con casi 14% y que, en promedio, cada mujer declaró 1.6 agresores.
También que la mayor parte de estas agresiones se sufrieron en su casa, 67.1% y en casa de otro pariente, 23.6%.
Las agresiones por parte de familiares van desde 59.6% en lo emocional; 17.5% en lo económico o patrimonial; 16.9% fueron agresiones físicas y 6.0% de tipo sexual.
En lo referente a la violencia contra las mujeres, por parte de su actual o última pareja, donde prevalece la violencia emocional con 23.2%, el reporte reveló que el promedio nacional es de 43.9%, del que Veracruz no queda muy lejos con 42.2%; el Estado de México encabeza con 53.3% y Campeche el último, con 32.1%. Pero con todo, el 78.6% de las víctimas no acusó ante Ministerio Público, a su pareja agresor.
Y no le dieron importancia tampoco a estas agresiones. Menos al hecho de que del total de mujeres encuestadas, el 84.6% sufrió abuso sexual durante su infancia.
Otro tipo de violencia es la obstétrica, que resalta la encuesta por la gravedad del ascenso. Afirma que en los últimos 5 años 33.4% de mujeres de entre 15 y 49 años que tuvieron un parto sufrieron algún tipo de maltrato por quienes las atendieron.
Y aquí nuestra entidad resalta con 35.9% en la que el peor evaluado siguió siendo el Estado de México, con el 39.5% y el menos peor, Chiapas con 20.8%.
La Violencia Obstétrica va desde gritos y regaños a las pacientes; dilaciones en atención e indiferencia a sus preguntas sobre los bebés; presiones para colocación de dispositivos anticonceptivos: obligarlas a permanecer en posiciones molestas; palabras ofensivas y humillantes; negación a anestesia; sin su autorización ponerles métodos anticonceptivos o esterilizaciones. Y en esto Veracruz destaca a nivel nacional.
Ahora, de las mujeres de las que poco se ocupa el Estado, de las ancianas, el 17.3% de las mujeres de 60 años o más sufre algún tipo de violencia, como la emocional, la económica y patrimonial y la física.
Algo interesante que emergió de esta encuesta es la opinión de las mujeres sobre las responsabilidades en las tareas del cuidado de la familia, pese a que sufren y han sufrido violencia, el 87.3% está de acuerdo en que los varones también asuman su deber como responsables de las tareas del hogar, cuidando de hijas e hijos y a personas enfermas o ancianas; es decir, se acepta y se promueve la repartición de labores pero aún la cultura de la denuncia contra la violencia de género y la conciencia sobre el acto violento en sí mismo, como trasgresión a sus Derechos Humanos, no es del todo aceptada o concebida como eso, como una violación.
Desde mi óptica y lo afirman las expertas, no sólo tenemos que luchar contra los hábitos, estereotipos, flagelos sociales, leyes redactadas por los patriarcas machistas y misóginas, que las hay. No sólo se trata sólo del sistema, ni sólo de los feminicidios y de las injusticias sobre las mujeres víctimas de la violencia, sino también de que las mujeres se den cuenta, concienticen, racionalicen, visibilicen, analicen, reflexionen, se enteren, se informen de que lo que ha sido maltrato y violaciones a sus Derechos Humanos, por siglos, NO ES NORMAL y no es algo “sin importancia”.
La normalización de la violencia contra las mujeres en sus formas descritas, es tierra de cultivo para el círculo que termina en el feminicidio.
La violencia de género es la destrucción; es una forma de aniquilación de un ser humano, desde sus emociones, autoestima, patrimonio, autoconfianza, autovaloración, hasta la sangre y el dolor de sus heridas físicas y psicológicas y de ahí, a su degradación como persona arrinconada, hundida, invisible; a la pérdida de su dignidad humana; al atropello de sus derechos fundamentales; a la pérdida de su vida.
Permitir que se siga propagando, no sólo es rendirse, sino claudicar a ser reconocidas y respetadas como ciudadanas con plenos derechos.
Caer en el juego de las simulaciones que, desde el poder, parecieran prometer la ruptura de paradigmas en las relaciones sociales entre hombres y mujeres, es una irresponsabilidad de nosotras, las ciudadanas.
Pero más terrible es estar conscientes de esto y continuar necia y ciegamente, reproduciendo la violencia en sus fauces, en nuestras propias conductas, hábitos, acciones, pensamientos, roles, tabúes y prejuicios, en nombre de la dispensa de ser o de haber sido criadas y construidas en un sistema patriarcal dominante, que normaliza nuestro auto-boicot.
Levantaré las cejas de mis mentoras, pero mi crítica analítica es hacia nosotras mismas. Ya vimos las cifras, los avances, las regresiones, los hechos reales que vivimos en cada ámbito, pero si la pretensión es no dejarnos pasar, es no parar la violencia y la discriminación, no cerrar brechas y no respetar nuestros derechos, por parte de los gobiernos, de los entramados de procuración y administración de justicia, de las y los hacedores de leyes, que dictan nuestro marco legal en la cotidianidad, nuestro deber es empezar el cambio en nosotras mismas y de ahí exigir lo que nos corresponde.
Conozco cientos de casos. Las oigo, las admiro, las leo, las miro, luchan, se desgarran contra la violencia que padecemos pero en corto, en grupo, en línea desplegada, se ponen traspiés, bloquean las veredas del avance, les da envidia quien destaca, se agachan, se arrodillan al mando de ellos, de los poderosos, se someten; van a darse golpes de pecho contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres; el marido o pareja las golpea, las humilla y por el qué dirán se tragan su pena; se descalifican entre sí, degradan a sus subalternas, las disminuyen en público, las arrinconan, las esconden; meten las intrigas contra otras; las excluyen si desde su ascenso y en la cumbre, les tambalean la autoestima y temen el robo del reflector; son capaces de redactar las leyes de la Igualdad, los postulados del empoderamiento de género y al mismo tiempo, escupir despotismo y arrogancia contra las hermanas de causa; son capaces de despedirlas sin justificación; de pagarles menos que los empleados varones que hacen lo mismo o no hacen nada o son menos talentosos o más aduladores; pueden robarse las ideas y hacerlas suyas y también los dineros del pueblo – de la mitad que somos las mujeres-.
Lo leí. Una mujer caminaba en pleno verano por la calle a plomo de sol con short y camiseta. Le gritaron, la insultaron, la corretearon y la golpearon; a patadas y a desgreños, la sometieron. Una mujer mayor las paró. Algo les dijo que las hizo reaccionar. La herida estaba embarazada. La atacaron por “indecente y frondosa”. Fue en país musulmán. ¿Lo normal? Es el exceso de la fe que aún por serlo se respeta, pero ¿Y sus derechos? Según la Gender Gap antes descifrada, allá les faltan como 157 años para cerrar las cunetas de la disparidad.
Pero acá de este lado, el ataque es el desprestigio, la lengua sañosa, la muralla de contención del avance, la discriminación, la estigmatización, el complot.
Y la enfermera o la ginecóloga te dice: “ya cállate….ah, te duele pero bien que te gustó…” y la compañera de trabajo te expresa su odio porque casi, “lo sabes todo”…y la suegra o tu propia madre te sentencia “debes aguantarlo, eres mujer, piensa en tus hijos… debes obedecer y callarte…” y aquella amiga legisladora le confesó: “amiga eres la mejor para el puesto…pero yo haré lo que me diga mi partido y mi gobernador…” y “ sí, llegué tarde, no hice nada “malo”, pero ¿Por qué me golpeas y me castigas? Mi hermano llega al amanecer y hasta borracho…no es lo mismo, tú eres mujer y él es hombre…”
Sí, sufrimos violencia de género y las autoridades poco hacen. Sí, no nos dejan avanzar con la plenitud de nuestros derechos ejercidos – nunca he entendido por qué no-. Sí, nos matan, nos golpean, nos ofenden, nos faltan el respeto, no nos reconocen nuestro trabajo y habilidades con justicia. Sí, ellos ganan más y los ascienden más. Sí, estamos muy inseguras, en peligro, en calles, parques y transportes. Sí nos remilgan las oportunidades y participación económica. Sí, nos culpan por ser violadas, tundidas a golpes, manoseadas, quemadas, desmembradas; por inconformarnos y armar revolución, por abrir la boca y defendernos, por pretender auto-gobernarnos.
Pero muy poco o nada podremos hacer si en principio, las empoderadas, las pocas que ya vencieron barreras, nos siguen deteniendo y segregando con las mismas conductas, miedos y prejuicios que ellos. Si las mujeres en general nos empeñamos en obstruirnos e invalidarnos, si nos ganan las formas arcaicas de la cultura androcéntrica que nos taladraron en la cabeza desde que nacimos. Si tercas, no damos tregua a una competencia o rivalidad por causa de ellos, a arañazos y taconazos, a chismes y descalificaciones humillantes e indignas hacia otras mujeres.
Si seguimos así, en esa doble moral, en el doble discurso, en el feminismo a modo, resistiéndonos y retrasando al cambio que tanto vociferamos y que debe ser, nunca habrá Igualdad ni terminará la violencia contra nosotras.
El cambio, la justicia, la inclusión, el reconocimiento y la lucha real y sincera por hacer valer nuestros Derechos Humanos, lo debe garantizar el Estado, sí, pero también pasa por nosotras.
Desunidas y confrontadas no lograremos nada. Convencidas a medias de que debemos batallar juntas, pero no revueltas, como condición, es hipocresía, es traición a la causa y peor, es la victoria de los y las que nos violentan y no quieren por alguna sinrazón, compartir el mando con nosotras ni respetar nuestros Derechos.
Las mujeres del mundo durante dos semanas, nos expresaremos de diversas formas contra la Violencia de género y a favor de la Igualdad de género. Entonces, hagámoslo de corazón y con convicción y sigámoslo haciendo cada día, en cada espacio público y privado. Seamos congruentes y responsables.
Recordemos qué significa la Sororidad y reflexionemos en nuestras acciones, pensamientos y posturas cotidianas, como ciudadanas, como madres, hermanas, compañeras, trabajadoras, como jefas, como parte de la familia, como empoderadas, como seres humanas.
Seamos fraternales aliadas de las otras, de las demás; de las que vienen y vendrán. La violencia se erradica con la Igualdad y con la Paridad y éstas se fortalecen también siendo sororas entre nosotras.
La mejor estrategia para detenernos es dividirnos, conflictuándonos. Es mantener las brechas de disparidades y convertirnos en fríos porcentajes de víctimas agredidas, muertas o no denunciantes.
Nuestra mejor estrategia es sumarnos, incluirnos y formar frente común. Denunciar las violaciones a nuestros Derechos fundamentales y organizarnos para reclamar el imperio del Estado de Derecho sin sesgos ni pretextos contra nosotras.
Sueñas, me dicen. No. Creo en las mujeres.
Creo en nuestra extraordinaria capacidad para transformar al mundo. Y creo que llegará el día, esperemos antes de un siglo, en que todas puedan verse, respetarse y apoyarse unas a otras, como compañeras de la misma causa y así, unidas contra un sistema milenario que nos ha sojuzgado históricamente, podrán las nuevas generaciones, vivir libres, en paz y con oportunidades parejas. Y entonces, aunque acá ya no andemos, aunque ya no nos toque, podremos saber que lo que hoy hemos sembrado, ha germinado; sabremos, que hemos vencido.
rebecaramosrella@gmail.com