Sabíamos que pasaría, que una vez pasados los días el sismo quedaría atrás, que nuevamente muchos cerrarían los ojos, los medios centrarían su atención en los enredos políticos o la violencia nacional y poco a poco todo quedaría perdido entre los escombros. Los hemos olvidado, quizás no todo pero sí la mayoría, quienes no resultaron afectados pronto recobraron el curso de sus vidas, lo cual era necesario, pero también era necesario mantenernos unidos, no perder esos instantes de lucidez en los que recordamos que ante todo somos mexicanos.
Era necesario que recobrando el cauce del día a día buscáramos reactivar nuestra economía por encima de cualquier otra, que tuviéramos presente que después de lo ocurrido la ayuda no llegaría sola y que juntos debíamos trabajar, que tomáramos el ejemplo de colonias en Ciudad de México como La Roma, donde los propios habitantes han ido reconstruyendo su espacio, que hiciéramos a un lado preferencias políticas, segregaciones por cultura, edad o género y nos tendiéramos constantemente la mano.
Pero no siempre se presentó así, llegó la corrupción, ese cáncer que renace en cada rincón y que por más que queramos no se acaba, la hipocresía que brinda ayuda a costa de otros y de inmediato se cuelga como si fueran propias las medallas, y tristemente con el pasar de los días también llegó el olvido, como si las ruinas fueran eternas y no tuvieran poco más de un mes, la conmoción y esos lazos que nos pusieron por encima del gobierno se fueron enterrando, tal como hemos hecho con cada tema que cimbra al país. A México no lo derrumbó el temblor, lo derrumbó la corrupción de constructoras, la falta de previsión en nuestra cultura, la pobreza y la ignorancia. Y nos esperan más derrumbes de seguir en el olvido.
Los derrumbes más fuertes los vivimos constantemente en medio de promesas vacías en las que una y otra vez seguimos creyendo, nuestra democracia tiene solidez de porcelana que a la menor caída se fragmenta y nos hemos empeñado en pegar una y otra vez cada fragmento, cambiando el pegamento como si éste fuese el problema en lugar de trabajar en cada uno de los materiales que ocupamos para construirla, el problema es que olvidamos, que conforme pasa el tiempo volvemos a cerrar los ojos y empezamos de cero, sin memoria, sin las enseñanzas de antaño que tantas lecciones nos han dejado.
Pero el olvido no perdura, menos cuando llega la miseria, cuando el momento de las urnas se acerque deje de escuchar con los ojos cerrados, dirija la vista a su alrededor, más allá del entorno inmediato, preste atención a sus calles, a la gente, a los edificios, analice cuáles crecen, a quién pertenecen y de quién son los que se quedan en el olvido. Piense en las instituciones, en sus dirigentes, en los negocios, su salario, el salario de tiempo atrás, los costos de la canasta básica, piense en cada producto que compra día con día, cómo llegó a sus manos, su origen, su elaboración. No podemos permitirnos olvidar, menos ahora.
Olvidar en estos momentos sería sumirnos nuevamente en nuestra ruina, provocar desastres sociales que se acentúen nuevamente ante los desastres naturales, dejemos de centrarnos en los escándalos de hoy y recordemos quiénes fueron cada una de las figuras que a partir de ahora nos perseguirán tiempo atrás, qué han hecho en su trayectoria, qué han dejado de hacer, cuán transparentes han sido en sus procesos y el apoyo o falta del mismo que verdaderamente han dado.
Si nosotros no nos olvidamos de ellos, nadie nos olvidará, seremos el recuerdo de la sociedad que supo informarse, que dejó de esperar que alguien más resolviera el caos, que actuó en conjunto y se apoyó codo a codo en otros ciudadanos, seamos aquellos que recuerden, que vivan el presente como consecuencia de su historia.