El tapado, el dedazo y la indigesta democracia

Este viernes, el Partido Revolucionario Institucional continuará con su nuevo ritual sexenal para ungir a quienes serán los candidatos de ese instituto político para la contienda electoral de 2018, incluida la sucesión en la Presidencia de la República.

Ese proceso inició durante la asamblea nacional del pasado mes de agosto, en la que se aprobaron cambios en los estatutos de ese partido para, entre otras cosas, abrir la posibilidad de que puedan ser postulados candidatos externos, que no sean militantes priistas.

Desde entonces, la apertura de ese “candado” estatutario fue interpretado como una “señal” -de ésas que tanto les gustan a los priistas- de que la decisión sobre el abanderado a la Presidencia estaría, si no decidida por completo, sí encaminada a favorecer a un aspirante en específico: el secretario de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Meade Kuribreña.

En ese baile de máscaras que suele ser el antiquísimo ritual priista por medio del cual se definen sus candidatos a los puestos de elección popular de mayor importancia -llámense gubernaturas, senadurías y la Presidencia de la República-, hay dos elementos que perviven desde hace décadas, las mismas que tiene de existencia el sistema político mexicano posrevolucionario: el “tapado”, como estrategia para proteger al “elegido” del Presidente, el gran elector; y el “dedazo”, como método para asegurar que esa “decisión superior” sea aceptada y respetada dentro del PRI, donde convergen intereses de lo más dispares e incluso contrapuestos, pero que tienen un mismo objetivo común: el poder y la repartición de sus parcelas.

Está demostrado que el “dedazo”, la definición de candidatos a partir de la decisión de un solo hombre o de un reducido círculo de intereses, es el único método que le funciona al PRI para mantener la cohesión. Cuando ha intentado abrir sus procesos internos a consultas, ya sea solamente a su militancia o abiertas a la población en general, ha terminado dividido y derrotado. La democracia les resulta absolutamente indigesta.

Y precisamente por ese camino parece que se quiere llevar la decisión sobre el abanderado presidencial tricolor esta vez. El dirigente nacional priista, Enrique Ochoa Reza, ha dejado entrever que el método que utilizarán para la definición final será la convención de delegados, que no es más que una formalidad, pues dichos delegados llegan a la convención de marras completamente “decididos” a “votar” por la misma persona. Y no, no es telepatía. Si acaso, una suerte de “trance hipnótico”, que en la jerga priista se conoce como “cargada”.

Resuelto el tema del método, resta saber quién será el “elegido”. El “tapado” del sistema. Pero no es un asunto sencillo ni necesariamente obvio. En el pasado, más de uno que ya se sentía con la nominación en la bolsa se quedó con un palmo de narices, pues la decisión se decantó para otro lado, algunas veces para el menos pensado.

En este momento, las “señales” priistas apuntan a que Meade Kuribreña, un profesional de la función pública con nula experiencia en lides político-electorales, es a quien le favorecen las circunstancias construidas desde Los Pinos desde hace unos meses. Sin embargo, las circunstancias pueden cambiar, al igual que las decisiones, de aquí a que se celebren los registros oficiales de las candidaturas, en marzo del año entrante.

Y aun cuando al final el “dedazo” llegase a favorecer a José Antonio Meade para ser el candidato del PRI, ganar la elección presidencial de 2018 será otra historia. Nada será tan fácil como solía serlo. Menos, para un tecnócrata prácticamente desconocido.

 

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