Hoy no hablaré de política, hablaré de amor, del amor que cada ser humano debería sentir por sí mismo y así transmitirlo a los demás, de ese amor que cada mañana debería envolvernos al ver nuestro reflejo en un espejo y tal parece que para sentirlo primero es necesario aplicar algunos filtros.
Vivimos en la era de la imagen perfecta, que se note que la comida es saludable, predicamos felicidad en instagram, mostramos escritorios con todos los accesorios ordenados y constantemente hablamos de hacer lo que nos gusta, pero en cifras vivimos más infelices que nunca. Creía que esto era algo que sólo afectaba a los millennials, porque ¿cómo no íbamos a ser infelices si el panorama de nuestro futuro en cada medio siempre es desolador?, pero más allá del futuro lo verdaderamente desolador somos nosotros como seres humanos, ya quedó atrás ese mito de nuestra apatía y egoísmo, nuestra desolación no es por falta de amor al otro, sino el amor propio, y aunque no lo parezca esa carencia de amor afecta a cualquier generación.
Desconozco cómo fue para otras épocas, si antaño las mujeres sentían la presión social del cuerpo perfecto que muchas sentimos ahora, probablemente sí, pero ahora más que nunca observo en las mujeres y quizás en algunos hombres esa necesidad de valoración por los demás, la falta de aceptación propia por el simple hecho de no encajar en una talla, el deseo de parecerse a alguien que no tiene nada en común con nuestros rasgos, la constante búsqueda de reconocimiento de los demás. Esta es la era de mayor narcisismo ante el mundo, donde infinidad de mujeres sube fotos con el mejor maquillaje y parecieran las personas más felices cuando en realidad son las más inseguras.
Hay trastornos que están lastimando de forma severa a nuestra sociedad y si hablamos de ellos es para señalarlos como una moda y no una realidad. Trabajé con jóvenes mucho tiempo, viví con más de 20 niñas en un mismo piso y diario alguien estaba a dieta, alguien se quejaba de unos gramos de más, alguien contaba las calorías, otra estaba en la semana de ayuno y tristemente lo veíamos como algo normal. Es normal hacer burlas del gordito, es normal hablar sobre la apariencia de los demás y por ende se vuelve normal querer cambiar constantemente nuestra esencia.
Hablo del tema porque me preocupa, porque seguimos callando como si el silencio pudiese ayudar a que esto desaparezca, porque juzgar a otros no nos hace superiores, como tampoco lo hará cambiar el tono de cabello. Realizar cada mañana el maquillaje perfecto no desaparecerá la falta de aceptación, tener el cuerpo que creemos perfecto no borrará la falta de amor, porque una vez que caes en ese círculo nunca es suficiente, cambiarás una y otra vez el reflejo de tu espejo pero la manera en que te percibas será siempre la misma.
Lo que sí podemos cambiar es el primer pensamiento en la mañana, enfocarnos en una sonrisa y olvidar las ojeras, tomarle cariño a los detalles que nos hacen únicos como seres humanos y dejar de perseguir esos que quieren los demás. Necesitamos empezar a percibir a nuestros cuerpos como el molde que nos permite transportarnos, cuidarlos y alimentarlos buscando su bienestar y no su estética como objetivo primordial. La estética llega por sí sola cuando nos queremos y cuidamos debidamente.
Octubre es un mes de prevención, deberíamos revisar cada mañana frente al espejo los detalles de nuestro cuerpo para saber que todo está bien, para refrendar desde nosotros ante nuestro reflejo el amor y alegría de sabernos vivos. No esperemos a que la aceptación y el cariño vengan primero de alguien más. Todo comienza por nosotros mismos.
El poder y éxito de cada persona viene de sus ideas, del esfuerzo que dedica a cada uno de sus sueños, de la fortaleza que tiene para luchar por cada una de sus metas y el empeño que dedica a trabajar por sus objetivos. Eres más que un cuerpo y tu cuerpo va mucho más allá de cómo se ve.