Ocurrió el pasado domingo en Las Vegas, emblemática capital mundial de los juegos de azar: Un francotirador solitario disparó durante casi una hora a una multitud estimada en 22 mil personas que asistía a un concierto de música country. El saldo estremecedor de medio centenar de muertos y medio millar de heridos se considera el mayor en la historia de las masacres colectivas en ese país.
Cuando la policía llegó a la habitación del piso 34 del hotel Mandalay Bay desde donde salían los disparos, encontró el cuerpo sin vida del asesino, junto con diez y siete armas de grueso calibre y largo alcance. El autor de la masacre se había suicidado.
A lo largo de las muchas entrevistas televisivas que siguieron a la matanza, resultó sorprendente que los entrevistados: testigos, sobrevivientes hospitalizados, familiares de los asesinados, personal médico y policiaco, se limitaran a narrar lo ocurrido, sin asociar la responsabilidad de la tragedia con la libertad sin límites para adquirir y utilizar armas que prevalece en los Estados Unidos.
El presidente Donald Trump en su mensaje a la Nación, calificó la tragedia con su acostumbrado simplismo, señalando que había sido: “un acto de pura maldad“, sin decir una palabra, sobre el importante factor de riesgo que significa que cualquier persona, cuerda o demente, tenga acceso irrestricto a la compra de armas de todo tipo.
No olvidemos la alarmante frecuencia, con que adolescentes desequilibrados llegan todos los años a sus escuelas (No ha habido un año en que no suceda) disparando a compañeros y maestros con el arma de sus padres a la que tenían pleno acceso. Después vienen las misas, veladoras prendidas y las flores, pero las vidas absurdamente cegadas ya no regresan.
Se trata de una tradición estadunidense muy arraigada, en donde se asocia la libertad ciudadana con la posesión irrestricta de armas. Los opositores, grupos pacifistas, académicos, activistas sociales, uno que otro notable de la comunidad, no han logrado ser lo suficientemente fuertes para convencer a los legisladores de que establezcan limites en este tema.
Por el contrario, los defensores del acceso irrestricto a las armas, como una potestad inalienable del ciudadano, la han defendido de forma rotunda e incluso amenazadora, contando entre sus más denodados defensores a jueces, políticos, artistas famosos y multimillonarios prepotentes capaces de pagar cientos de miles de dólares por una licencia de caza en África o Alaska.
Por lo que corresponde a nuestra vecindad, hay que decirlo claro, la industria armamentista norteamericana está impaciente por exportar con mayor libertad armas a México. De hecho, lo han venido haciendo. No olvidemos el operativo Rápido y furioso que generó airadas protestas por parte del gobierno de México, debido a que fueron las propias agencias antidrogas de aquel país, quienes proporcionaron importantes lotes de armas a un cártel mexicano. La justificación del gobierno estadunidense fue que tenían el propósito de “infiltrar al cartel mexicano” Al final nunca se supo si lo lograron, lo que es seguro es que con esas armas murió mucha gente en nuestro país.
Hoy que Veracruz, se ha convertido en un polvorín de violencia incontrolable, de grupos delincuenciales que hacen de las suyas con total impunidad, habría que exigir a nuestros legisladores federales que legislen sobre venta de armas desde los Estados Unidos. Igual, tendría que ser un punto a incluir en el nuevo TLCAN, esto para los negociadores. Que se pongan las pilas!!
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