Si alguien dudaba de la globalidad; si alguien aun pensaba que lo que sucede en el orbe no nos afecta -porque está muy lejos- y que lo nos pasa, no impacta, no cimbra en el mundo, ha estado equivocado. Bastaron las tragedias de las fuertes sacudidas del día 7 y del 19 de septiembre, con las respectivas réplicas, que han lastimado a nuestro país, para corroborar que vivimos en una comunidad, que tenemos lugar, voz y presencia en el globo y que sentirnos encerrados, solos, creyendo que a nadie le importa o pensarnos aislados y mostrarnos indiferentes a lo que acontece allende fronteras, simplemente es soslayar la perspectiva de estos tiempos.
La tecnología de las comunicaciones y las redes sociales hace mucho que rompen distancias y tiempos y así vinculan, enteran, abren espacio de opinión y de acción ciudadana. Y también ha sido la correspondencia de otros con nuestras acciones solidarias siempre presentes, cuando a ellos les ha golpeado lo inesperado.
Hoy los flagelos de la humanidad no tienen fronteras en la acción colectiva. Ciertamente la muerte y pesar; los desastres, guerras; las injusticias, irracionalidades y violaciones a derechos humanos; el hambre, enfermedades, ilegalidades, violencia no tienen pasaporte ni requieren traducciones. Nos llegan al fondo por igual a todo el mundo.
En verdad fluyeron las lágrimas y se estrujó el corazón al escuchar el respaldo, las condolencias y la promesa del envío de ayuda humanitaria del Secretario General de la ONU; la declaración de apoyo del Consejo de Seguridad y en medio de los debates del pleno de la 72 Asamblea General de Naciones Unidas, constatar que las y los líderes de Argentina, Panamá, Paraguay, Guyana, Italia, Kirguistán, Bulgaria, Finlandia, Portugal, Costa de Marfil iniciaron su discurso con un gesto, un abrazo y palabras de apoyo para México.
Nos removieron los mensajes de mandatarios y diplomáticos de China, de Alemania, de Gran Bretaña, de la Rusia de Putin; del infaltable Papa Francisco y de otros países latinoamericanos y caribeños que han contado con nuestro hombro en momentos difíciles. Esto nos debe conmover y también enorgullecer. A pesar de las etiquetas de corrupción, del narco, de la inseguridad y violencia, de las violaciones a derechos humanos y de las mujeres que deshonrosamente cargamos en el orbe, somos pueblo respetado y apreciado en la arena global.
Qué decir del envío de donaciones y de cuerpos especializados de rescate, de sus extraordinarios canes y expertos en desastres que están ahorita trabajando mano con mano con los y las nuestras y nuestros héroes y heroínas de cuatro patas maravillosos, que sí nos alientan con su nobleza y destreza en la búsqueda de vida y esperanza en los derrumbes.
Gratitud eterna al Ejército, a la Marina, a la Cruz Roja, a Protección Civil, a las ONG’s de rescatistas, socorristas; a los médicos, paramédicos, enfermeras, psicólogos, mujeres y hombres, jóvenes y niños que están labrando un camino de luz entre tanto dolor.
Gratitud a los más de 500 que han llegado de Japón, España, Israel, Estados Unidos, Chile, Colombia, Ecuador, Canadá, Honduras, Rusia, Panamá, Suiza, El Salvador y más allá de las divergencias políticas, desde la Venezuela del dictador Maduro.
Dirían que el solidario abrazo del exterior es por protocolo diplomático, por política, por civilidad, porque el día 21 del mes, fue el Día Internacional de la Paz, sí, pero el Twitter hervía de mensajes solidarios de las jefas y jefes del mundo. Nada más el tweet de Obama superó el récord del millón de “likes” en las primeras 18 horas.
México está en los ojos del planeta. Fueron los saldos de los terremotos y también, la gigante entereza y la labor humanitaria tan diáfana que deslumbra.
Un clamor de unión, humanidad y respaldo por y para México. Qué grande es nuestro país y qué importante que lo reconozcan los países del orbe.
Lo padecido en estas fechas fatídicas a miles nos rememoran los mortales 19 y 20 de septiembre de 1985, en los que la parálisis e incompetencia gubernamental de entonces, se superaron con una ola espontánea en frenética movilización ciudadana para rescatar, ayudar, organizarse, arriesgarse; para levantarse de la zona de confort y agarrar valor para salir a apoyar de alguna forma, a miles de amores, a desconocidos y conocidos, en medio del caos y de la incertidumbre; del miedo, de la tristeza y de la rabia contra gobiernos impotentes ante el desastre.
Aquellos días, nadie daba crédito al poder de la naturaleza embravecida. Las escenas de destrucción, de muerte, de dolor y de pérdida eran desgarradoras. Algo teníamos que hacer. Algo podíamos remediar. Algo y mucho se pudo resolver.
Los analistas dicen que fue en el 85 cuando surgió la sociedad civil; cuando la Patria contemporánea dio nacimiento en muy agudo parto, a la responsabilidad y solidaridad ciudadanas, valores que sin poder explicarlo claramente nos conectan de inmediato con la desgracia del otro u otras y cuando la o el desconocido, se vuelve la persona más importante en ese momento. Su vida, salvarla, es lo prioritario.
Creo que, a las y los mexicanos, a la hora de la hora, nos sale simplemente el sentido humanitario; el sentido común; el instinto de conservación y supervivencia; la urgencia de apaciguar al alma que te clama: “Haz algo, muévete…ayuda”.
Tal vez hay algo de compasión, de orgullo e identidad nacional; de fortaleza y valentía, las que en nuestra historia se han demostrado cuando nos hemos sentido perdidos, agredidos, pisoteados, invadidos.
Creo que en esta innata expresión fraterna hay mucho de fe y del temor ante lo invisible; ante lo que pensamos son las señales del universo que nos llegan con terremotos, desgracias naturales, destrucción, porque a todo le damos un símbolo, una causa y una consecuencia. Somos pueblo místico, devoto y al sentirnos incapaces de controlar lo que no está en nuestras manos, entonces le damos con todo para ayudarnos unos a otros; para revertir el destino y hacer lo posible de lo imposible.
Sorprende que en una megalópolis como la Ciudad de México, donde como en cualquier otra, la “deshumanización” permea; donde son tantos los millones que andan corriendo ocupados, preocupados, sobreviven en la competencia por sostenerse, por ganar el lugar en el empleo, en el estacionamiento, en la fila; por sobresalir para avanzar; por idearse formas de lograr más ingresos para la familia; donde las distancias son largas; los espacios para vivir son pocos y caros o lejanos e inseguros, el fenómeno más impresionante de la solidaridad ciudadana “ a la mexicana” y entre la muerte y el polvo, el “Cielito Lindo” la tonada, sea hoy la primera plana de los diarios en el mundo.
Es verdad que de repente, en unos segundos, cambiamos. Viví 30 años allá y padecí la indiferencia de las y los citadinos, si me asaltaron, si éramos testigos de algún pleito en la calle o de los balazos en plena circulación; si al caminar una mujer se desmayaba o lloraba desconsolada. Te miraban, se extrañaban, tal vez te preguntaban, pero nadie se metía. Cada quien su vida en la gran ciudad.
Quizás los celulares y las redes apoyaron a abatir el individualismo egoísta, insensible de la megalópolis. Quizás una nueva conciencia de comunidad ha germinado, pero lo cierto es que la desgracia nos crece como personas, en mayoría; nos recuerda que somos vulnerables, que somos bien chiquitos, por más bienes, títulos, cargos, carencias, ignorancias, diferencias, rivalidades que tengamos.
Lo implacable de la tragedia nos iguala en la pena, en el desconsuelo y en la faena de rescatar, aliviar y reconstruir. En esa línea no hay idiomas, estratos sociales ni económicos, no hay distinciones discriminatorias, no hay el yo, tú y ellos. Emerge el nosotros.
¿Por qué otras naciones abren los ojos y recogen sus quijadas del suelo cuando ven a las y a los mexicanos, algunos con discapacidades, a otros, tan precarios hasta el llanto, a otros tan jóvenes despojarse de lo poco o mucho o nada que tienen, para darlo al lastimado, si acaso se inundó su casa, si se derrumbó, si perdió a sus amores bajo el agua, los escombros, el fuego, el ventarrón?
“Nos arroparon mucho. La generosidad de México no la habíamos visto en ninguna parte, nunca antes”. Dicen extranjeros rescatistas.
Somos admirablemente humanitarios; la conciencia dentro de nosotros nos grita para ayudar al que sufre. Tenemos un alto aprecio por la vida y también sabemos que, si la autoridad no responde, somos nosotros los que tenemos que llenar el vacío.
La desconfianza social en las instituciones y en su efectividad, transparencia y acción contundente cuando se nos cae el techo encima, es real.
Más cuando sale corriendo el Delegado de Xochimilco porque lo abuchean y le reclaman falta de ayuda; cuando el Gobernador de Puebla llega como rey custodiado por su séquito y no escucha, no se detiene a atender, no pela lo que le piden, lo que le demandan en organización y se voltea y regaña a sus achichincles ordenándoles: “No me pongan damnificados negativos” … Vileza pura. Imperdonable.
De manera que, ante la hecatombe, el pueblo, salimos a aliviar. Y marcamos el rumbo de lo que hay que hacer. Y si la autoridad no repara, nosotros lo podemos hacer.
Este es el otro análisis del fenómeno #FuerzaMéxico: El desbordamiento de la sociedad para salvaguardar, para rescatar, para ponerse a trabajar, donar, organizar, distribuir, para cerciorarse que se salve lo salvable y que llegue a quien lo necesita lo acopiado, es en el fondo genuina manifestación de nuestro sentido solidario y de hermandad y, es también, la muestra amarga de que no le tenemos confianza a los gobiernos, a los políticos, a nadie que se diga autoridad, salvo al Ejército, la Marina y cuerpos de rescate.
Por esto, es que hartos de las simulaciones, de los farsantes, de los rateros y de las y los oportunistas -como las señaladas “Primeras Damas” de Morelos y de Pátzcuaro, sorprendidas desviando las despensas o apropiándose de ellas, más vilezas-, miles hemos firmado para que entreguen las prerrogativas de los partidos políticos; todo el dinero público para la reconstrucción.
Este es el tamaño de la incredulidad social contra los partidos, gobernantes y legisladores. Debe preocuparles y mucho.
Si la emergencia es tal, de nada sirven los partidos y sus flamantes candidatos que se olvidan del pueblo a la hora de la hora. No queremos campañas, queremos casas y seguridad para las y los damnificados. Esa es la sentencia de la mayoría de las y los mexicanos.
La Fuerza de México; Pueblo unido y solidario; Soy mexican@; México está de pie. Lemas de nuestro orgullo y dignidad, lo único que nos queda cuando todo se cayó o se perdió. Pero ahí en ese lugar desolado donde no quedó nada, resurge la ciudadanía y se vuelve comunidad fraterna, solidaria, generosa, hospitalaria, laboriosa.
Y esto es lo que no debemos perder entre las ruinas.
Si el México Bronco del que advirtió Reyes Heroles le aterra a los políticos, a los gobernantes, hasta a los tiranos extranjeros que han pretendido arrodillarnos, el México Unido y Solidario les debe desvelar hasta la migraña y agrietar severamente sus intereses de poder.
Pero seamos objetivos en el análisis. Hasta hoy el Gobierno Federal ha estado activo y el Presidente, al mando, se ha desplazado y señalado con puntualidad lo que se espera que haga y cumpla.
Ahora que los verdaderos damnificados, son los políticos, nadie los defiende, no les reconocen méritos y ésos, parecen ser los gobernadores. No se les siente cercanos, efectivos, sensibles.
No los hemos visto armando despensas; no han repartido apoyos personalmente; no llegan con el tráiler; no han visitado casa por casa, edificio por edificio, parque por parque, centros de acopio, albergues, uno por uno, a ras de la tierra lisa, no han dado rondines por esos lugares donde se les podría ver de igual a igual, de cerca en la desgracia y en la labor.
Temen por seguro, que les chiflen, les griten, les reclamen; que les pidan dinero, que les lloren, que los abracen, que los comprometan o que los adversarios los acusen de “traficar simpatías con la desgracia” pero ¿Por qué cuidarse? Su deber es proteger, operar, decidir, organizar. ¿Qué mejor que ahí en las zonas cero?
Los ilustres torpes asesores les arman giras estratégicas, les arman “eventos” tan absurdos y tan miopes en el momento de la emergencia y del dolor y más dolor. No les aconsejan que se fajen y se bajen de su burbuja y vayan a dar un poco de consuelo a las mujeres del Istmo; a la gente de los pueblos azotados en Chiapas, Morelos y en Puebla. A las colonias de la gran urbe y a los pueblos de Xochimilco.
¿Por qué no han ido a supervisar personalmente a diario cada derrumbe, cada rescate, cada maniobra? ¿Por qué no? No. Mandan a los segundos, terceros, cuartos. Bien, pero somos pueblo de tlatoanis y de pronto, ver a los Ejecutivos dándole a la labor, subiría ánimos y claro, también adeptos que en las elecciones próximas serían votos a favor o votos contra porque los terremotos y la acción de los gobiernos, se recordarán en la soledad de la boleta y la decisión.
No los queremos arriba del edificio colapsado, porque no son especialistas, pero por lo menos podrían descender de su puesto de mando unas horas y estar cerca de la ciudadanía organizada.
Nada les ganaría más respeto, más valor, más confianza social. Además, se darían cuenta del caos en la atomización de órdenes; de la desorganización que existe y denuncian los vecinos; de la rapiña y abusos que se están dando; de que los números de emergencia no funcionan; de que la gente temerosa no está siendo atendida por los peritos. Y que la oposición, la que sea, diga lo que quiera; a la hora de la hora, todos estamos sufriendo por igual.
Los líderes comandan, pero también se la rifan con el pueblo. Y esto es lo que les están demandando. Así que la negociación está en los porcentajes. Los partidos quieren donar sus presupuestos asignados, pero regatean. Qué mal. Qué cortos de mira. Que no se hagan los omisos diputados y senadores, van a tener que entrarle a los recortes en el presupuesto a los partidos políticos que serán sacrificables para remediar y reconstruir.
Nada es fortuito. La lección que hoy la sociedad mexicana está recordando, es que podemos levantarnos; que, si nos unimos, podemos resolver y que la fuerza de México está en cada uno, una de nosotros. No es frase hecha, es la realidad de estos tiempos durísimos, que han despertado del letargo y de la apatía a millones.
Una demanda justa, pronta y no negociable. Debemos exigir al sector público, a las ONG’s, a la Cruz Roja, a todos los recipiendarios que informen a detalle sobre los recursos del FONDEN y de cada peso, dólar, euro que está recibiendo México del exterior y de los donantes nacionales para aliviar y reconstruir.
Todos y más el Gobierno federal y los estatales tienen la obligación legal y moral de transparentar esa información con pelos y señas de cuánto está llegando y cómo, cuándo, a quién y para qué se va a utilizar ese dinero. Si no lo hacen, nadie les va a creer y lo que sigue es el repudio social.
La segunda demanda es que se investiguen los permisos de construcción de los inmuebles derrumbados y afectados. Y que la corrupción se castigue.
La otra demanda es que se reparen las pérdidas pronto; que no dejen en el olvido a los damnificados, como suele suceder.
Esperemos que, si a la clase política y gobernante no le interesa la pérdida ajena, por lo menos el año electoral que se avecina, sí les imponga hacer su chamba y remediar sin retrasos ni omisiones.
Que si el pueblo de México ha sido enaltecido por su fraternidad, solidaridad, humanidad, que los políticos y gobiernos no empañen ni fracturen esa virtud humana admirada por el mundo. Hay que estar a la altura de la fortaleza y entereza de las y los mexicanos, que ya son globalmente reconocidas. No se equivoquen.
Un aplauso de pie y toda la gratitud al amor por la vida de voluntarios, rescatistas y sus equipos caninos que han salvado por igual a seres vivos vulnerables. Ellos también importan. Perros, gatos, loros, conejos, ratones y los demás.
Se festeja el milagro y la vida que la muerte y la catástrofe, nos permiten revalorar y respetar.
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