Del huracán y la sacudida brutal que sentimos la medianoche del jueves 7 de este mes de septiembre, siempre patriótico, festivo, iluminado y a la vez doloroso para México, hay dos alertas que debemos apreciar: una, la Bandera Nacional, levantada entre escombros y oscuridad y la otra, el clamor desconfiado de los damnificados que reclaman a las autoridades, no olvidarlos después de la emergencia y recorridos; del desbordamiento de la ayuda y de las fotos y compromisos.
De la primera, la devastación que deja la furia de la tierra, nos minimiza a los humanos. No somos nada. Este planeta ruge contra la contaminación, contra la irresponsabilidad en la convivencia con la naturaleza y también, reacciona a los múltiples e irracionales ensayos nucleares que una torpe y miope presunción de poder destructivo dispara disque para equilibrar o neutralizar a los “enemigos”. Juego de vencidas y tontas. Ya los científicos han dicho que tanta bomba nuclear en el océano, por supuesto que perjudica al planeta. Lo hiere. Y responde con toda energía. La libera.
Si dejamos un momento la gran tristeza por los muertos y los desposeídos, en Veracruz, Chiapas y en Oaxaca, esa imagen del Lábaro Patrio, erguida entre ruinas, creo, que es como sentimos a México. Así está la credibilidad social en las instituciones, en gobernantes, políticos, legisladores y líderes.
Parece que después de tanta corrupción, simulación, impunidad, cinismo, farsa que sigue brotando del drenaje de nuestro Sistema político, en todo nivel y orden, esa foto invita a recordar que México, puede sobreponerse; que podemos salir adelante si recordamos de dónde venimos, quiénes somos, qué podemos hacer y aportar, qué queremos y cómo lo queremos y cómo podemos y debemos reconstruirlo. Y que esto nos toca, precisamente, a las y a los ciudadanos.
Ahora mismo en Juchitán y en todos los municipios y comunidades afectadas, están llorando por sus fallecidos, por su pobreza y por la pérdida, pero también porque ya saben, sabemos que en medio de la impotencia y la pena, muchos buscan el brillo, la conveniencia y el beneficio y que pueden pasar meses o años para que recuperen su patrimonio derrumbado y la normalidad y dignidad de vida que se les vino abajo, si es que la tenían. Esta es doble desgracia.
El 30 de septiembre de 1999, un terremoto de 7.5 grados, azotó Oaxaca, desde Puerto Ángel. Por aquellos años, esperaba que el Gobernador definiera mi situación laboral en la acéfala Representación del Gobierno de su estado, en México. Había trabajado para su causa por 10 años, pero no decidía o no quería nombrarme. Tras el temblor furibundo sonaban los teléfonos. Eran casi un millón de oaxaqueños residentes en la Ciudad y muchos querían ayudar a sus hermanos en tragedia. Preguntaban si podían llevarnos donaciones. Y yo pedía instrucciones que no llegaron nunca.
Temeraria contra las formas verticales y siempre arcaicas, instalé, por la libre y a los 2 días -me tardé por prudencia institucional-, el primer Centro de Acopio para los damnificados del sismo del 30 de septiembre en Oaxaca, en la metrópoli. La emergencia me obligó a tomar riendas y decisiones. Consensé apoyos del personal, habilitamos los espacios de la casa-oficina; designé responsables; mandé boletines a los medios y esa misma tarde empezaron a llegar despensas, latas, ropa, medicinas, agua. Busqué un manual de orientación, pero no lo hallé así que inicié la labor, a mi buen entender y con mucha lógica operativa, faena que ha sido la experiencia más gratificante y extraordinaria de mi vida en el servicio público.
La respuesta de la ciudadanía a los llamados que la radio y TV nos permitieron hacer, fue sorprendente, masiva, continua. Fluía la ayuda, la solidaridad, la fraternidad. Al tercer día, ya un reportero de Televisa me había nombrado Representante del Gobierno del estado de Oaxaca en el entonces D.F.
No tardaron. Una mañana ya había 300 voluntarios recibiendo, separando latas, revisando fechas de caducidad, ropa limpia, empacando cajas, sellando, cargando. Yo rogaba a Dios todos los días que almas generosas nos donaran cajas, cinta canela, exactos también, un tráiler o dos, hasta tres y a diario, para trasladar todo lo recibido para Oaxaca.
Me recuerdo frenética, preocupada, emocionada, a veces encerrada pensando cómo enviar todo, a quién, a dónde; viví sin dormir, con la adrenalina del deber y sólo serena cuando las llamadas obligadas y con el corazón estrujado cuando algunos alcaldes de la Costa Chica devastada podían comunicarse; “…señorita nos dicen que usted está enviando ayuda…aquí perdimos todo…y no nos ha llegado nada…no hay luz, tuvimos que caminar varias horas para poder llamar…los niños no tienen leche, no hay agua para beber…estamos durmiendo en la cancha de basquetbol…ayúdenos…” y secadas las lágrimas, a resolverles, a presionar y seguirle con las gestiones, solicitudes, inspecciones de labores, entrevistas y a darle a la recepción, registro, selección, empaque, hasta de cargadora. Cuando sellábamos cada tráiler de salida, la alegría y los aplausos; estábamos ayudando. Dos voluntarios acompañaban a los choferes para entregar en la tierra adolorida, a los funcionarios que, ni modo, se tuvieron que poner las pilas para darle cauce a todo lo que estábamos enviando. Era maratónico, no cesaba.
Fue tal la cantidad y la inmediatez de la ayuda que nos llegaba que requerimos auxilio vial porque las filas de carros para entregar apoyos, eran de más de 10 cuadras a la redonda. También gestioné policías para vigilancia y resguardo de la casa y de cientos de botellas de agua y leche que tuvimos que acomodar en la banqueta y en cocheras de los vecinos, porque no cabían adentro.
La dueña de la fondita de la esquina, nos fio las tres comidas para las y los voluntarios que trabajaban con todo entusiasmo y entrega de día y de noche, porque no parábamos; durante 36 días no cerramos nunca. Cuando envié los dos primeros tráileres a la Ciudad de Oaxaca, previo aviso a la Presidenta del DIF estatal, -q.e.p.d.- quien, ante la inminente y tenaz entrega de ayuda de los citadinos, tuvo que acordar con el Gobernador que se habilitara el gimnasio más grande de Oaxaca, para las miles de cajas que mandábamos.
“¡¡¿Qué estás haciendo?!! Ayudando a la gente, señor. ¡¡Estás dando cifras…!! Lo que llega señor y, aquí todos los voluntarios saben cuánto llega y cuánto sale para allá…ellos dan fe…aquí todo claro y transparente…pero te ruego me envíes a alguien de allá para que certifique…¡¡Me está cuestionando la oposición…que ¡¡¿Qué estoy haciendo con todo lo que mandas?!! Pues…supongo que lo estás repartiendo señor…mira, cuando termine esto, me corres, pero ahorita déjame hacer mi trabajo por favor…”. Me colgó. “Señora, está muy enojado el señor…ay, ya lo conoces…tú no te preocupes, tú eres una picuda, lo estás haciendo muy bien…lo llevé al gimnasio y le enseñé las hileras de cajas y cajas que has enviado…mira, todo esto ha enviado Rebeca…me reí, hasta abrió la boca, está sorprendido…tu síguele…Muchas gracias señora, nos anima su apoyo…”.
De pronto, las llamadas desde las altas esferas de poder. Las Embajadas querían ayudarnos. Encima había que organizar el protocolo diplomático para la recepción de apoyos. Hubo una llamada de Cancillería: “Tenemos conocimiento que la representación de Taiwán donará; se le exhorta a manejar esa entrega con bajo perfil, ya que no tenemos relaciones diplomáticas con ese país…” Claro, China podría enojarse. Pero ellos querían ayudar porque recién habían padecido un terremoto y México había enviado apoyo. “La señora Zedillo pone a su disposición dos tráileres para envío de donaciones…”. Ay, ay.
“Lic., ya llegamos al aeropuerto de Puerto Escondido -ahí habían instalado un centro de acopio-, pero como son casi las 3 de la mañana, nos dice el vigilante que nos esperemos porque abren de 9 a 9…está cerrado, no hay quien reciba…”. Para mis adentros: “¿Cómo pueden cerrar y hacer esperar? ¡¡La gente no tiene qué comer!! ¿Cómo se pueden ir a dormir cuando hay miles en vela y desesperanza? ¡¡Nosotros no cerramos, estamos 24 horas trabajando!! Tal vez estoy loca”.
Se complicó todo. Llovía torrencialmente en la zona; los deslaves tapaban caminos y los helicópteros no podían volar y miles de personas bajo la lluvia y entre escombros. Dolor, impotencia. A llorar encerrada. Buscaba momentos para desahogarme a solas.
La generosidad y el sentido humanitario de la gente; su paciencia para esperar en larguísima fila de coches para dar algo de lo suyo para quien lo necesitaba. Hubo quien llegó con dos kilos de arroz y de frijol…” yo no tengo, esto es muy poquito, pero quiero ayudarlos, por favor …” Y llaman del gobierno de la Ciudad: “Estudiantes secuestraron varios camiones…van para allá…van tranquilos, pero le mando patrullas y elementos…” Dieron costales de granos. Vitorearon, tomaron fotos, se fueron felices…Otros. “Llegaron en varias camionetas de lujo, de madrugada…no quisieron que los registráramos como donantes solidarios -llevábamos una lista- dejaron ropa nueva, agua, medicinas nuevas ”… “Pasé antes de dejar a mis hijos en la escuela…salí desde las 5, vivo del otro lado de la Ciudad, pero aquí tengo confianza para donar…”.
Pero empezaron otros problemas. Un día descubrimos en una oficina pequeña donde podían descansar unas horas algunos voluntarios -puse turnos- ropa, zapatos, cosas que se habían perdido, juguetes. ¡Ah! la ira, la indignación, la decepción. Habían dicho que venían de un albergue religioso; que los habían enviado a ayudarnos…pero abusaron y con políticas custodiándolos, denuncia ante el MP, los sacamos del Centro de Acopio, a la vista de todos. La rapiña, el robo, la miseria de la entraña humana, la mentira.
Y la sotana encumbrada molesta. Nunca di crédito a los insultos y el tono de quien me llamó de Cáritas, alto representante, pecador. “¡¿Usted quién se cree? ¿Quién es Usted?! Nosotros tenemos años acopiando para damnificados y pobres…estamos a unas cuadras de su oficina y también estamos enviando a Oaxaca, pero la gente primero va con Usted, ya nos quejamos en la Arquidiócesis…nos mandan lo que ya no quieren…no lo vamos a aceptar” -habíamos recibido instrucciones de no enviar más ropa, había mucha- y en un acto solidario y compartido, habíamos empezado a enviar a Veracruz, a los damnificados por lluvias y a albergues y asilos de la Ciudad. Lo anunciamos en medios. Pero el jerarca estaba furioso porque les habíamos quitado la chamba. No entendí su reclamo ofensivo. Me mandó al infierno, excomunión, segura. Pero después supe que Cáritas, vive de las donaciones. Entiendan.
El lucro con la desgracia ajena. Eso es. Voluntarios que veían honestidad con nosotros y tráfico en otros lados, también fueron a la Cruz Roja a ayudar, -después de nosotros, se abrieron acopios por todos lados, como ahora-. “Pero si no es competencia ¿Qué les pasa?” me preguntaba. Regresaron de Polanco y aseguraron que las medicinas no caducas se quedaban, no salían a Oaxaca. ¡Dios!
Y la peor de todas: “Jefa, ya llegamos. Estamos afuera del gimnasio, está cerrado…”. A las dos horas, de madrugada: Oiga, nos despertaron unas patrullas, aquí está algo muy raro…se están llevando las cajas, las están sacando…las están metiendo en camionetas, son varias como 20 camionetas…hay muchos policías, creo que son estatales…las están llenando…¿Qué hacemos?…No hagas nada. Trata de tomar fotos de las placas y de lo que veas, cómo las sacan, las llenan, todo. Tranquilo, que no te vean”. No tienen autorización para extraer nada, pensé. “Ya terminaron, se llevaron un buen de cajas, muchas nuestras con el sello de la Representación…qué poca…”. Mira, mañana temprano, buscas a la señora -ella pasó días trabajando, seleccionando, armando despensas- y le cuentas todo lo que viste y que vea las fotos…sólo a ella le dices, a nadie más…con cuidado”.
La señora se indignó. Nadie paró el escándalo nacional. Policías estatales robándose las donaciones para damnificados. Que tenían órdenes superiores, que las llevaban a unas bodegas. Que hacían su trabajo…cárcel. ¡¡El colmo, no puede ser!!
De las 3 mil toneladas de ayuda a Oaxaca, 1,860 llegaron desde la Representación del Gobierno del estado de Oaxaca en México. Fueron 300 voluntarios, 36 días con todas sus horas de labor y miles de ciudadanas y ciudadanos solidarios, que confiaron en nosotros.
Cuando enviamos el último tráiler, sentimos satisfacción por el deber cumplido y tristeza porque había llegado la hora de cerrar el Centro de Acopio y despedirnos. Dimos reconocimientos y las gracias eternas a todos a todas. Hubo a quienes pudimos contratar para trabajar con nosotros.
Quedaron las fotos, las anécdotas, la experiencia de vida inolvidable. Ahora mismo que rememoro, me afloran emociones encontradas. Batallamos contra la naturaleza, contra los intereses y la imagen política; contra la ausencia de valores humanos; contra los simuladores de la fe; contra la rigidez diplomática; contra la ira de los poderosos; contra el tiempo y el clima; contra las grillas en el gobierno; contra la envidia y la codicia, contra la escasez de recursos económicos -hasta el final pudimos pagar las tortas fiadas, no hubo un peso estatal para lo que hicimos-; luchamos contra las emociones propias que había que controlar para no desfallecer, ni explotar ni caer en provocaciones y contra la impotencia ante tanta destrucción y no poder hacer más. Y preparé mi renuncia.
Quedaron los tragos amargos de la decepción. En una desgracia, afortunadamente hay miles de personas que ayudan de corazón, pero también hay miles de personas que ven la oportunidad malévola y mezquina de beneficiarse del dolor, muerte y pérdida de otros.
Hoy, que como entonces, millones padecen desolados y tanto, puedo compartir por vivencia propia que es hermoso, invaluable, admirable constatar que aún se puede confiar en la gente. Que México se sostiene de la intención y de la conducta humanitaria que nos mueve a apoyar y a darle algo de lo propio a otros que no tienen o se quedaron sin nada o sin alguien amado.
Que hay muchas mentes macabras que tenemos que derribar y denunciar si abusan, lucran y desvían ayuda a damnificados para otros propósitos ajenos, extraños o políticos. Que “No dejarlos solos” no sólo se muestra con unas latas, kilos, despensas o pañales donados, sino también en el reclamo general para que el Gobierno de los tres órdenes, de inmediato reconstruya y termine como debe ser y es su obligación, la recuperación de servicios básicos, comunicaciones y demás reparaciones.
Que, si ya inició el proceso electoral federal, pues qué bueno, porque entonces a la clase política le vienen los desastres a modo, para ganarse votos, pero que cumplan y que remedien. No esperemos la dádiva por humanidad, pero por lo menos ya sabemos que les conviene, entonces demandemos todos, que le cumplan a Oaxaca, a Juchitán, a Chiapas, a los nuestros aquí, a todas las familias en desgracia.
Hace 18 años, no tuvimos tanta tecnología para enterarnos y denunciar todo lo que vivimos, pero hoy hay redes sociales para vigilar y calibrar la acción de las autoridades, cuando nos pasan a llevar estos fenómenos naturales.
La sociedad civil emergida del 85, no sólo aprendió a prevenir y a protegerse, a ayudar en solidaridad, sino también hoy debe promover y reclamar valores y acciones ciudadanas responsables.
Por lo pronto que puntualicen las autoridades federales y estatales, cuánto les está llegando en donaciones y a dónde, cómo, a quiénes están entregando dinero, víveres, medicinas, ropa, agua y demás apoyos institucionales, personales, públicos y privados. Queremos transparencia y un informe detallado de lo que están repartiendo.
Que el temor, la tristeza y la compasión no nos nublen la razón. Seamos solidarios con los que sufren y vulnerables ahora, necesitan nuestro apoyo, pero ayudemos también siendo ciudadanas y ciudadanos vigilantes de que lo comprometido sea realidad y pronto.
No colmemos nuestra conciencia humanista con una despensa. Ahí no termina la solidaridad. Ayer fueron ellas, ellos; mañana podemos ser nosotros.
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