Asentamientos irregulares; el rostro de la tragedia en Xalapa
En la colonia Luis Donaldo Colosio hubo dos derrumbes que sepultaron a dos personas. Uno de mis reporteros se dirigía hacia la zona de esos derrumbes y me llamó para que lo acompañara. Como la zona de la tragedia no queda lejos de mi casa decidí acompañarlo. Llegamos a la calle Sonora de la colonia Luis Donaldo Colosio en la ciudad de Xalapa. Algunos vecinos estaban saliendo de sus casas para ver qué sucedía, otros apenas se estaban enterando. Mi reportero se fue por la calle Sonora a buscar uno de los dos derrumbes. Yo que fui hacia el derrumbe que una señora me indicó estaba bajando por unos escalones a mano izquierda.
Los escalones a los que se refería eran improvisados huecos de tierra por donde las personas bajaban hacia sus viviendas. Bajé, ya se escuchaba el rumor agitado del río Sedeño que llevaba mucha agua. Avancé con mucho cuidado el camino, de repente un niño que me alcanzó transitó ese mismo camino corriendo, llevando en la mano una Coca Cola. Cuando llegué a la zona del deslave había unos miembros del ejército que se retiraban después de rescatar el cuerpo de una persona de 56 años que en vida llevó el nombre de Abelardo.
Junto a la vivienda sepultada de Abelardo me encontré a un joven de no más de 24 años de nombre Javier. Le pedí permiso para pasar por su terreno hacia la vivienda sepultada, me dijo que sí. El deslave no había sido tan grande, pero fue muy preciso, tanto que sólo arrasó la vivienda de Abelardo que vivía sólo. La tragedia ocurrió alrededor de las 5:30 horas, Abelardo dormía mientras la lluvia aflojaba la tierra que se deslizó sobre él.
Como si fuera un símbolo, sobre los restos de la vivienda de Abelardo quedó una lona, con el rostro de Javier Duarte, que Abelardo había usado como material para hacer su casa. Mi amigo Paco de Luna tomó una instantánea.
Habría que decir que la vivienda de Abelardo no es lo que usted se imagina. Javier, su vecino me dijo que un tipo les vendió el terreno en 5 mil pesos, al menos eso es lo que le costó a él. Javier improvisó su vivienda con cuatro troncos, unas varas largas como vigas, unos cartones, unas cobijas y una entrada de madera que por ahí se encontró como puerta. Atrás de la vivienda tiene una fosa séptica, que está hecha de postes de bambú y cobijas viejas; el olor que despide esa fosa es insoportable. Me da pena decirlo, pero lo primero que pensé fue: “Aquí no dejaría que vivieran ni mis perros”.
Las viviendas de Javier y de Abelardo están a un paso del río Sedeño, por un desbarrancadero. Para llegar a sus casas improvisaron del camino unos escalones de tierra y unos barandales de varas.
Miro a Javier que no parece estar asustado; él no se encontraba cuando la tragedia ocurrió. Su rostro es impávido, se ve como sedado, ni siquiera desconcertado. “¿No te da miedo quedarte aquí, esa tierra -le señalo arriba de su vivienda- también te puede sepultar?”. Javier dice que sí le da miedo, y que se va ir, pero no parece muy convencido. “¿Quién les vendió aquí, en cuánto se los vendieron?”. Me dijo que un señor, no me quiso dar su nombre. El terreno le costó 5 mil pesos, son como 7 metros de frente por 15 de fondo, pero en una lomita, no al pie del camino. Sobre él se ve un montón de plantas que sostienen un alud de tierra que está por desprenderse. “¿Y por que te viniste a vivir acá? ¿Porque no guardas esos 5 mil y juntas 10 mil o quizá otro poco más y compras algo en un lugar menos riesgoso?”. No me contesta, porque para mí debería ser obvia la respuesta. Esos 5 mil pesos ahorrados para su terreno debieron haber sido sus ahorros de mucho tiempo.
Cuando me retiro después de tomar video y unas fotos, me digo que no podemos echarle la culpa a la miseria por tanta tragedia. Hay personas que de manera criminal se apropian de algunos terrenos y los venden a incautos que con tal de tener en su posesión algún pedazo de tierra compran sin importarles el riesgo que corren.
¿La miseria los obliga a vivir en esas condiciones? No lo creo. Es un poco la inconsciencia, la ignorancia y la codicia criminal de algunos sujetos a los que no les importa que los terrenos que vendan pongan en riesgo a las personas que piensan vivir ahí.
En esa misma zona hay otras casas. Hay muchos troncos de bambú que alguien puso quizá para sentirse seguro de los deslaves. Pero la vivienda de Abelardo también tenía bambúes abajo y eso evitó que muriera sepultado. Cuando me retiro, veo a dos niños en el camino. Uno de ello, el que llevaba su Coca Cola y me rebasó corriendo, tenía unas chanclas llenas de lodo; el otro, un vecino de Abelardo de apenas 7 años, me saludó curioso. En ninguno de los dos había pesar, si acaso un poco de curiosidad.
Armando Ortiz aortiz52@hotmail.com