Feminismo y fe

Por: Argentina Casanova/Cimac Noticias*

Enunciarnos feministas es un acto valeroso, en un mundo de desprecio y violencia contra las mujeres, pero especialmente contra aquellas que deciden transgredir el canon de la ciencia, y de los saberes fundados en visiones patriarcales que, por supuesto, han permeado los ámbitos de la fe y la teología. Ser feminista y mujer de fe supone el esfuerzo de deconstruir la noción más patriarcal del mundo.

No se trata solo de asumir que se cree en algo divino -que se ha cuestionado tanto el hombre- o que se ha elegido creer en un mundo cada más proclive a la renuncia de la fe, por el sentido práctico de la modernidad. Se trata más bien –en el caso de las mujeres y feminista que eligen tener una práctica de fe-, de que hacerlo es también confrontar en esos espacios la rigidez, el dogmatismo y, por supuesto, el numen de que la mujer es un ser “inferior”.

Entonces, muchas feministas se preguntan ¿cómo pueden tener una fe bajo una institución que considera inferior a las mujeres? La respuesta para cada mujer, musulmana (sabemos que hay feminismo musulmán), católica (teología feminista emanada de la teoría de la liberación), evangélica, adventista y de otras prácticas, es que tiene la certeza de que para esa divinidad no puede haber personas de primera y de segunda.

El principio parece muy sencillo, pero es complejo. Y la peor parte es cuando las mujeres feministas de fe afrontan no sólo la dura crítica y el rechazo al interior de sus prácticas religiosas, sino el escepticismo y el cuestionamiento de hombres y mujeres ateos que parecen mirar en la fe el punto “débil” de la postura feminista de esas mujeres.

Incluso, hay mujeres feministas que se alejan de su práctica para evitar cuestionarse, ser cuestionadas o tener que responder cuestionamientos acerca de sus creencias y la existencia de un mundo doctrinario tan dogmático y patriarcal.

En parte, ese alejamiento de la práctica de la fe se ha ligado al origen de los movimientos feministas que surgieron paralelamente durante la segunda ola, a los movimientos socialistas, a los movimientos de izquierda y laboristas, incluso a otras posturas ligadas al ateísmo, un estudio en el que aún no he profundizado pero que forma parte de las preocupaciones para entender la realidad en la que vivimos y entender cómo y qué ha alentado y permitido que se cree un sistema de creencias patriarcales.

Es entender ese “Patriarcado primitivo” que tiene su origen o está ligado a la existencia de un sistema de creencias que sostiene la inferioridad de uno de los géneros, y otorga o reconoce mejores condiciones al otro. Y esto ha significado a lo largo de la historia una serie de prejuicios, creencias, roles, asignaciones ligadas a ideas del deber ser de la mujer conforme a las creencias que se concretan en un credo o fe.

Entonces, entender lo imbricado que está el control sobre el cuerpo de las mujeres y los dogmas de la fe, es por sí mismo una reflexión necesaria que desde los estudios teológicos feministas se ha abordado y permite a la vez deconstruirlas.

No es fácil, lo sabemos, pero es necesario para las mujeres tener una práctica de fe y reconstruir su creencia a partir de replantearse la forma como su propia fe mira a las mujeres, y al final de cuenta plantearse a sí mismas una forma de ser humanas, libres y con fe, una fe que no justifique la violencia contra las mujeres.

Por eso las teologías feministas dentro de cualquier fe son tan importantes, porque apuntan a construir una comprensión de que Dios también hizo a imagen y a semejanza a la mujer, que fue hecha discípula, y que fue a las mujeres a las primeras a quien el Cristo occidental apareció, y a partir de estos y muchos otros elementos que rechazan la condición de inferioridad es como se plantea una nueva forma de fe.

En el pasado Congreso de Teología Feminista realizado en la Universidad Iberoamericana, en donde hubo charlas, intervenciones ligadas a exponer la violencia sobre el cuerpo de la mujer, fue también una oportunidad de confluencias para mujeres de distintos credos, no solo del catolicismo dentro del que ha avanzado una teología ligada a la liberación.

Al igual que el feminismo, la teología feminista afronta la histórica misoginia de hombres y mujeres que consideran “natural” la subyugación y la violencia contra las mujeres como una forma de controlar la reproducción, cuestionarse esas creencias basadas en interpretaciones humanas claramente sesgadas son también una forma de avanzar y de deconstruir la realidad violenta contra las mujeres.

El feminismo y la fe suponen un camino para andar y transitar hacia esa nueva forma de entender que Dios o cualquier idea de trascendencia humana no están ligadas ni requieren del sometimiento de la mujer ni de ninguna persona. Si nos ha llevado a pensar y creer la transgresora idea de que las mujeres somos personas, nos lleva también a creer que también somos hechas a imagen y semejanza de Dios. Y entonces Dios también es mujer.

* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.

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